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Tapar la imagen con un trapo blanco. Bajo el trapo yace un hombre. Tiene una sola pierna. La otra es un muñón. La elección en el buffet del desayuno es enorme.

—¿Está bueno? —pregunta Olli Latvala.

Ella asiente.

—¿Puedo sentarme? —pregunta Olli Latvala.

—Sí… claro —contesta ella.

—He venido un poco antes porque andamos escasos de tiempo. Tengo que ir luego a la estación a recoger a Kapanen. El actor que en la última película de James Bond hace el papel del de los dientes de metal.

—Ah —dice ella.

A Ilmari le gustaban esas películas. Por darle gusto, las veía ella también. Un mundo perfecto, pensaba siempre. Un mundo simple, e Ilmari se enfadaba, porque ella se reía de su entusiasmo. Un finlandés en el papel del malo, eso le habría gustado.

—Tiene buena pinta. Creo que a mí también me sentaría bien tomar algo. Voy un momento al buffet —dice Olli Latvala.

Lo mira mientras se aleja.

En algún rincón fuera del alcance de su vista, hay gente riéndose. Están con ella, a su lado, por encima de ella, debajo de ella, pero no puede verles. Sólo oye sus risas. Intenta reír con ellos.

El trapo se baja y se vuelve a levantar. Ahora puede verle la cara. La expresión de sus ojos cerrados.

Olli Latvala vuelve a la mesa y le explica cómo se va a desarrollar el día mientras engulle unos huevos revueltos con beicon.

—En el esquema está usted en quinto lugar —dice—, a las 21:15. Pero puede haber cambios de última hora.

Ella asiente.

—Lo haremos así: la recojo yo mismo a las cinco aquí, en el hotel. Así la acompaño prácticamente hasta el escenario.

—Gracias —dice ella.

—En escena no puedo aparecer —explica él—, pero ahí estará usted en las mejores manos, las de Kai-Petteri Hämäläinen.

Ella asiente.

—Es realmente fantástico, especialmente cuando se trata de conversaciones con personas que… —interrumpe la frase para encontrar las palabras adecuadas—. Sobre todo, en las conversaciones con personas que han pasado por experiencias terribles.

—Sí —dice ella.

—Estamos todos muy contentos de que pueda hacer hoy el programa. Ya sabrá usted… lo que le ha pasado.

—Por supuesto —dice ella.

Olli Latvala termina su café y se levanta.

—En días como este estoy siempre muy nervioso, perdóneme. Me tengo que ir a la estación. No se puede hacer esperar a un actor, y menos aún si se trata de alguien que goza del privilegio de tirársele al cuello a James Bond. ¿Nos vemos a las cinco?

Ella asiente.

—Hasta luego, entonces —se despide Olli Latvala antes de atravesar el vestíbulo a grandes zancadas.