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Sale del despacho del abogado y se desliza por la nieve sobre raíles.

Está sentada frente a un hombre, entre ellos hay una mesa. El hombre teclea alternativamente en su ordenador portátil y en su teléfono móvil. De vez en cuando, alza la vista y parece mirar a través de ella como si fuera de cristal.

Ella le mira y el ruido constante y martilleante de las teclas la penetra y crea un agradable y adecuado contraste con la sensación que tiene de estar flotando. Pasa el revisor y controla los billetes. De vez en cuando, pasan niños corriendo y riendo. Primero en una dirección, luego en la contraria.

—Despacio, despacio —murmura el hombre sin levantar los ojos del teclado.

En la estación de Helsinki la espera un hombre joven, que se le acerca sonriente. Una sonrisa feliz y auténtica. Le da la mano con energía.

—Bienvenida. Soy Olli Latvala. Nos alegramos muchísimo de que haya aceptado venir —dice.

Ella asiente. «Aceptado». Piensa en esa palabra. Piensa a menudo en las palabras, ahora que tan difícil le resulta pronunciarlas.

—Para ser sincero, me siento muy aliviado de que esté usted aquí. Estos últimos días ha sido imposible contactar con usted por teléfono… —dice Olli Latvala.

Ella asiente.

—Siempre es lo mismo —dice Olli Latvala—, todo en el último momento. Y al final, todo funciona.

El último momento, piensa ella.

—Estupendo —dice Olli Latvala—. Deje que la ayude.

Coge su bolsa de viaje y se pone en marcha a buen paso.

Recuerda la primera llamada. Hace unos meses. Hacia el final del verano. Un calor bochornoso. El sonido del teléfono se cristaliza en el silencio, y mientras va a cogerlo piensa en quién será. No ha llamado nadie desde hace tiempo.

La voz de la mujer suena extraña, suave y al mismo tiempo exigente. Se presenta como Tuula Palonen y habla durante algunos minutos sobre el desplome del cielo, sobre Ilmari y Veikko, sin mencionar sus nombres y sin comprender.

—Usted no tiene ni idea —le dice a Tuula Palonen al final.

—Pues entonces ayúdeme —dice Tuula Palonen—, ayúdeme a mí y a los demás a comprender. Por eso la invitamos. Porque, ¿quién podría entenderlo mejor que usted?

Cuando Tuula Palonen, dos días más tarde, vuelve a llamar, ella acepta. Tuula Palonen se alegra y le hace mil preguntas sobre el desplome del cielo y sobre cómo lo vivió ella. Mientras contesta, tiene la sensación de estar haciendo un examen. Al final, Tuula Palonen le dice que, desgraciadamente, no les es posible pagar honorarios.

Honorario, piensa ella. Piensa sobre las palabras. El hombre joven mete su bolsa en el maletero y le abre la puerta del coche.

—Se hospeda usted en el Sokos. Un hotel muy bonito.

Ella asiente.

La llamada fue en verano.

La tarjeta de agradecimiento y la invitación llegaron en otoño.

Ahora es invierno.

—A lo mejor se encuentra usted con Bon Jovi en el hotel —le dice Olli Latvala—, está de gira por Escandinavia. Tuvimos la suerte de conseguirlo en el último momento. ¿Conoce a Bon Jovi?

Ella asiente, y el hombre joven conduce el coche en un mar de luces de color rojo, amarillo y negro.

—Mañana por la mañana me gustaría hablar con usted sobre el desarrollo del programa. Después del desayuno, si le parece bien. Puedo venir al hotel.

Ella asiente.

—Luego, a las cinco, vendrá a recogerla uno de nuestros chóferes.

—Bien —dice la mujer.

—Lo de su marido y su hijo… lo siento… muchísimo —dice él.

Ella aparta la vista de la calle y le mira.

—Admiro enormemente su… ánimo para hablar de ello.

Hablar, piensa la mujer.

Quién podría entenderlo mejor que ella.

El vestíbulo del hotel está iluminado en tonos dorados. Un botones se hace cargo de su bolsa y Olli Latvala le dice a la mujer joven de la recepción:

—Salme Salonen. La reserva es parte del paquete del programa de Hämäläinen.

—Bienvenida, señora Salonen —le dice la mujer joven de la recepción con una sonrisa, y Olli Latvala le aprieta firmemente la mano antes de desaparecer a toda prisa por la puerta giratoria.

—Le enseño el camino —dice el botones.

Ella asiente y le sigue hacia los ascensores.