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Cuando volvió, tenía sobre la mesa una nueva lista, actualizada, de Päivi Holmquist. Once nombres nuevos. Veinte en total. «Teóricamente, esto debería ser todo sobre los accidentes de aviación y los ferroviarios en lo que respecta a los últimos diez años. A ello hay que añadir el accidente en el túnel de la bruja de Salo», le había escrito Päivi.

Contempló la lista, leyó los nombres. Pensó en Joakim Lagerblom y en Josefiina y en las conversaciones imposibles de mantener.

Llamó a la redacción de Hämäläinen y pidió que le pasaran con Tuula Palonen. Ella dijo que tenía poco tiempo y no entendió la pregunta que le hacía.

—Se trata de los muñecos que se mostraron durante el programa —repitió él.

—Sí…

—Se dijo explícitamente qué tipo de muerte representaban. ¿Entiende?

—No del todo.

—Se trataba de demostrar con qué precisión Mäkelä, el modelador de los muñecos, lograba reproducir un determinado tipo de cadáveres, y en ese contexto se mencionó qué tipo de muerte habían sufrido en pantalla. Accidente aéreo, accidente de tren, incendio en un tren de la bruja.

—Sí… lo recuerdo bien.

—Lo que quiero saber es lo siguiente: ¿hubo reacciones al programa, cartas de los telespectadores o algo parecido, protestas o críticas?

—Probablemente. Pero nada extraordinario. Recibimos cartas y correos electrónicos después de cada programa, críticas y alabanzas. Muchas más alabanzas, por cierto.

—Lo que quiero decir es si hubo algún texto que les llamara la atención, tal vez escrito en un tono amenazante contra uno o varios de los participantes…

—No. Seguro que no.

—O algo que hiciera referencia a un accidente aéreo real, o de tren, o a un incendio en un parque de atracciones realmente sucedido… Personas que, habiéndolo vivido realmente, quizá se pudieran haber sentido… que la manera en que se trató el tema les pudiera haber parecido demasiado… desenfadada… ¿Me entiende?

Tuula Palonen se quedó callada un momento.

—Lo entiendo —dijo al fin—, pero no, no creo que tuviéramos nada parecido. Las reacciones que se salen de lo normal son poco frecuentes y siempre me las enseñan.

—Claro.

—Pero me informaré —dijo.

—Se lo agradezco.

Joentaa se despidió y observó de nuevo la lista que le había confeccionado Päivi Holmquist. Había conseguido localizar los nombres de los tres niños que habían muerto en el incendio del tren de la bruja. De siete, nueve y once años. En septiembre de 1993.

Con la mirada fija en los nombres, tomó una decisión. Copió la lista, habló por teléfono durante un par de horas y, en la reunión de las cuatro, puso a Tuomas Heinonen y a Petri Grönholm frente a un cambio de dirección en las investigaciones.

Grönholm observó con el ceño fruncido la lista de Päivi Holmquist y Heinonen preguntó si ya lo había acordado con Sundström.

—Más o menos —dijo Joentaa.

Heinonen asintió.

—Once de esas personas vivían en el sur de Finlandia, de esas nos ocupamos nosotros. De las demás se ocuparán los colegas de otras ciudades, ya he hablado con ellos. Han mostrado todos muchas ganas de cooperar.

—Una investigación a nivel nacional —dijo Grönholm—. Todos quieren ser el que aporta la pista decisiva.

—Se trata de descubrir si en los círculos de esas víctimas existe algún familiar que haya reaccionado a la muerte del ser querido de una manera llamativa o que haya seguido traumatizado durante todo este tiempo. Se trata de encontrar a aquel cuyo dolor se ha transformado en una agresividad irracional.

—Especulación —dijo Grönholm.

—¿Quién mata a los señores de la muerte? —espetó Tuomas Heinonen.

—¿Qué? —preguntó Grönholm.

—El titular de hoy en Illansanomat.

—Ajá —dijo Grönholm.

—Quién sabe, a lo mejor la idea de Kimmo no es tan peregrina —dijo Heinonen.

—Las ideas de Kimmo son siempre peregrinas —dijo Grönholm riendo.