Por la tarde va al abogado. La secretaria le trae un café, y el hombre pequeño y viejo que está sentado al otro lado de la mesa de despacho que domina la habitación le dice que las cosas no pintan demasiado bien.
—De manera que no hay nada nuevo —dice ella.
—No. Desgraciadamente no.
Ella asiente.
—El dueño de la empresa que realizó los trabajos de remodelación y saneamiento sigue en paradero desconocido.
Ella asiente.
—El proceso contra los empleados públicos está a punto de cerrarse.
Ella asiente.
—Existe aún la posibilidad de obtener una indemnización —dice él.
Ella asiente.
—Es sólo una cuestión de táctica y de… escoger el momento adecuado.
Ella asiente.
—Ya sé que no es eso lo que usted quiere.
Lo mira y recuerda días en los que el abogado era aún joven, más nervioso y más temeroso, y también más optimista. Días en que Veikko aún no vivía y aún no conocía a Ilmari. La nieve se ha fundido, las plantas empiezan a brotar. Ve la primavera tras la ventana, está tumbada en la cama, la puerta de su habitación entreabierta para escuchar lo que dicen. El abogado y sus padres. El abogado se esfuerza por hablar tranquilo, sus padres se gritan. El abogado intenta convencerles de que se lo piensen una vez más, y su padre se ríe y dice que ha escogido la profesión equivocada, y que evidentemente ha perdido la noción de cuál es su cometido en un caso semejante.
Unas cuantas semanas más tarde se muda al piso de Paimio con su madre. Ve a su padre tres veces más, en sus cumpleaños. En el último, su padre se olvida del regalo y le dice que se lo traerá más tarde, pero ya no habrá ocasión para ello, porque en el camino de vuelta a Helsinki choca con una moto. Recortes de periódico en una caja de zapatos en el armario de su casa. Su madre no llora en el entierro, el motorista sufre heridas leves y el abogado dice:
—Seguimos adelante.
Ella asiente.
—Créame, sigo en ello. Es importante para mí. Estoy en contacto permanente con los demás demandantes.
Ella asiente.
No paró hasta encontrarlo, porque era el único abogado que conocía y porque, entonces, hace mucho tiempo, fue el único que quiso ponerles dificultades a sus padres para la separación. No la reconoció, y siguió sentado tras la mesa sin decir nada mientras ella le contaba lo que había sucedido.
—Seguimos en ello y mantenemos el contacto con los demás demandantes, y cuando haya llegado el momento oportuno, estaremos preparados —le explicó.
—Muy bien —dijo ella.
—Sí…
Ella coge su bolso, lo abre y saca las pastas que ha hecho ella misma.
—Oh —dice él cuando le entrega la caja.
—Las he hecho yo —dice ella—, con jarabe de arce.
—Yo… se lo agradezco mucho.
—Para las Navidades, aunque con un poco de retraso —dice ella.