Cuando Kimmo Joentaa volvió a su casa, encontró a Larissa sentada en los escalones de la entrada con su abrigo blanco. Se bajó del coche, se acercó a ella e intuyó sus ojos en la pálida luz.
—Eh… Hace frío —dijo.
—No demasiado —contestó ella.
—¿Qué… qué tal has pasado el día? —le preguntó.
Ella, al cabo de un rato de silencio, se echó a reír. A reírse de él, con todas sus ganas, hasta que al final le contagió.