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Mientras recorre el camino hasta la casa con Aapeli, vuelve la imagen. Aapeli suspira levemente y dice que está un poco cansado.

De pie uno frente al otro en la escalera, él encuentra siempre una frase que añadir. Ella no le oye. Aapeli habla muy bajo. Y ella intenta aferrar el día que se le escapa entre los dedos.

—Rauna es una niña estupenda… Cualquiera habría podido pensar que éramos una familia: la hija, la madre y el abuelo —dice riendo.

Ella se lo lee en los labios.

«¿Se ha desplomado el cielo?», pregunta Rauna, y ella no puede moverse. No siente ningún dolor, mira a Rauna e intenta captar su mirada, hasta que cierra los ojos en la oscuridad y piensa: «Sí, se ha desplomado, sí».

Aapeli ha bajado la cabeza y ella se da cuenta de que teme haber dicho algo improcedente.

—He decidido ver todos los episodios de los Moomis —dice—. Cuando vengan mis hijos, se sorprenderán de que les pida prestados los DVD de los niños.

Ríe.

—Sí. Que descanses. Hasta pronto —añade.

—Hasta pronto —dice ella, y espera hasta que la puerta se cierra.

Luego, se dirige a su casa. Una luz roja intermitente. Un mensaje en el contestador. El primero desde hace mucho. Aprieta el botón y escucha primero el saludo y luego la voz dinámica de un hombre joven.

—Buenas tardes, señora Salonen, mi nombre es Olli Latvala. Llamo por lo de su viaje de mañana. Tendría que haber recibido los billetes. Si le parece, la recojo en la estación a las seis y media. ¿De acuerdo? Desgraciadamente, no tengo su número de móvil, la llamaré otra vez mañana por la mañana. Nos alegramos mucho de que venga. Que pase una buena tarde, hasta mañana.

Se va al baño pensando en las palabras.

«Mañana». «Nos alegramos de que venga».

Llena la bañera y se quita la ropa.

Se mete, tiritando, en el agua caliente; Ilmari y Veikko son sombras en su cabeza.