A última hora de la tarde, Päivi Holmquist le trajo una lista. Se quedó de pie a su lado mientras leía. «Septiembre 2003, avión, Rusia, cuatro víctimas finlandesas, nombres conocidos: Sulo (43 años) y Armi Neiminen (48), residentes en Helsinki, Rautatietori 32. Mayo 2005, avión pequeño, Vaasa/FIN, dos víctimas finlandesas, ambas conocidas: Matti Jervenpää (20), residente en Vaasa, Kalevalankatu 45; Kaino Soininen (42), residente en Helsinki, Töölönkatu 83. Enero 2006, tren, Kotka/FIN, una víctima, Eija Lundberg(16)…».
La lista contenía quince víctimas, nueve de ellas con nombre y apellido. A Joentaa le bailaban las letras ante los ojos. Le dio las gracias.
—No será demasiado difícil hacerse con los nombres que faltan. Me quedo un rato más a trabajar en ello.
—Sí… gracias.
—La lista aún tiene lagunas, pero ese tipo de sucesos no es demasiado frecuente, así que si lo que buscas son solamente personas que fallecieron en una de esas catástrofes, deberías poder localizarlas aquí prácticamente a todas.
Joentaa asintió. Mientras leía los nombres, había dejado de comprender su propia idea.
—En la ecuación hay, naturalmente, muchas incógnitas. He partido de la base de accidentes de aviación y ferroviarios de los últimos diez años. Sin embargo, el suceso que buscas podría haber tenido lugar hace más tiempo. Podría tratarse también de un suceso que no hubiera llegado a la prensa, aunque eso me parece improbable. Hasta el accidente del pequeño bimotor en Vaasa aparece en más de un periódico. Otro problema es que, para empezar, me he concentrado en las víctimas finlandesas, lo cual, seguramente, es una reducción aleatoria…
Joentaa asintió.
—También he encontrado un incendio en un túnel de la bruja, pero de eso hace más de quince años. Fue en el parque de atracciones de Salo y murieron tres niños.
—Sí…
—Aún no he localizado los nombres.
—Sí. Muchas gracias, Päivi. En este momento… ya no sé… tengo la sensación de que mi idea es demasiado artificial. Quizá tenga razón Vaasara…
—¿Vaasara?
—Sí, el asistente del modelador de muñecos, Mäkelä. No entendía mis reflexiones, cuando le hablé de ello.
Päivi Holmquist se quedó callada.
—No sé cómo me vino a la cabeza. De alguna manera Larissa me… una amiga me lo sugirió, con eso del entierro al revés.
Päivi Holmquist sonrió sardónicamente y dijo:
—Kimmo, este es uno de esos momentos en que resulta muy difícil entenderte.
—Perdona. Gracias de todos modos por la lista.
—¿Sigo con ello?
—Sí, sí… claro.
Päivi Holmquist asintió y le sonrió antes de marcharse. Kimmo Joentaa no lograba apartar los ojos de las palabras que ella había escrito, tras las que suponía que se hallaba una respuesta.
Nombre, dirección, fecha de nacimiento.
Sanna Joentaa, 25, residente en…
Marcó el número de su casa. Esperó. Escuchó el saludo estándar. «Deje un mensaje después de oír la señal». Colgó. Un segundo más tarde sonó el teléfono.
—Pero ¿qué es lo que estás haciendo, Kimmo? —preguntó Sundström.
—He dejado dicho que te informaran…
—Me da exactamente igual que me informen o no. Quiero saber lo que estás haciendo. ¿Por qué te has marchado así, sin más?
—Tenía una idea que…
—¿Ah, sí? ¿Cuál?
—Lo que te dije esta mañana. Creo que hay detrás de todo ello un motivo irracional que tiene que ver con los muñecos y con la manera en que fueron presentados en el programa.
Sundström guardó silencio, como a la espera de explicaciones más concretas.
—Fue como un entierro al revés.
—¿Un qué?
—Y Hämäläinen, Mäkelä y Patrik eran…
—¿Eran qué?
—Los… profanadores, si quieres. Sin quererlo, naturalmente. Pero no lo sé… a lo mejor es un callejón sin salida. Tengo en estos momentos en las manos una lista de nombres que me ha conseguido Päivi, y empiezo a dudar de que me lleven a alguna parte.
Sundström se quedó callado un buen rato.
—¿Paavo?
—Hämäläinen está mejor. Quiere marcharse a casa y volver a presentar. El programa especial de Nochevieja. Feliz Año Nuevo.
—Eso no es bueno —dijo Joentaa.
Sundström rio sin ganas.
—O sí que lo es. El anzuelo perfecto, si es que realmente tenemos que vérnoslas con uno de esos dementes cuyo número aumenta cada día en este país.
Sundström parecía esperar una objeción por su parte, o quizá su aprobación.
—El Instituto Técnico Criminal sigue trabajando en lo del perfil de los neumáticos. Hay dos testigos que dicen haber visto un coche pequeño y oscuro delante de la casa de Mäkelä. Color desconocido. Quizá un Renault Twingo. Si el perfil coincide con el de esa marca, a lo mejor tenemos algo.
—Bien —dijo Joentaa.
—Yo, de momento, me quedo aquí para ocuparme de la seguridad de Hämäläinen. Sinceramente, no creo que el petardo de Westerberg sea capaz de hacerlo.
Joentaa recordó que Westerberg estaba muy espabilado cuando le llamó en plena noche.
—Hasta luego —dijo Sundström.
—Hasta luego, Paavo —contestó Joentaa.
Dejó el teléfono en la mesa y cogió la lista. Su mirada iba una y otra vez a uno de los nombres, Raisa Lagerblom, 28. Fallecida en agosto del 2005, accidente de planeador en Kouvula. Residente en Raisio, no lejos de Turku.
Joentaa tenía el nombre, pero no la dirección. Era una carretera secundaria que llevaba a la playa de Naantali.
Había hecho aquel camino a menudo, en días calurosos de verano, cuando tanto Sanna como Raisa aún estaban vivas.