A primera hora de la tarde, llegaron los dos policías que ya se habían presentado el día anterior como Sundström y Westerberg.
—Hämäläinen —dijo Hämäläinen.
—¿Cómo dice? —preguntó Sundström.
—Era una broma —dijo Hämäläinen.
—Ah… —dijo Sundström, e incluso rio breve y secamente.
Se acercó la silla en la que había estado sentada Irene por la mañana.
—¿Cómo se siente? —preguntó.
—Bien. Dadas las circunstancias. El médico, Valtteri Muksanen, opina que pronto podré irme a casa.
—Por eso hemos venido —dijo Sundström.
Westerberg, entretanto, se había acercado la otra silla, que estaba junto a la ventana. En el alféizar había un florero con un ramo rojo y amarillo. No recordaba que Irene le hubiera traído flores. A lo mejor era parte de la decoración de la habitación.
—Se trata de lo siguiente… —comenzó a hablar Sundström.
—Esas flores… —dijo Hämäläinen.
Sundström siguió su mirada.
—¿Sí?
—¿Son de verdad o de plástico?
Westerberg se levantó pesadamente y las tocó.
—De verdad —dijo.
Hämäläinen asintió.
—Queremos que se quede aquí unos cuantos días más —continuó Sundström.
Hämäläinen, contemplando las flores, preguntó:
—¿Por qué?
—Y luego le llevaremos durante un tiempo, hasta que todo esto se haya aclarado, a una casa segura.
Hämäläinen apartó la vista de las flores y miró a Sundström.
Una casa segura.
—Suena como una película policíaca… —dijo.
—Así es como se llama —dijo Sundström.
Hämäläinen asintió.
—A usted y, si así lo desea, a su familia —dijo Sundström.
Una casa segura.
—Supongo que es consciente de que está usted en peligro mientras no se haya cerrado el caso —dijo Sundström.
Una casa segura. Rodeada de bosques. En un invierno de postal.
—¿Conoce usted a Niskanen?
—¿El esquiador de fondo? —preguntó Westerberg.
—Lo siento mucho —dijo Hämäläinen.
—¿Cómo? —preguntó Sundström.
—Les agradezco su oferta. Pero prefiero quedarme en mi casa.
—Me temo que no va a ser posible —aseveró Sundström.
—Por supuesto que va a ser posible.
—En las circunstancias…
—Me encuentro bien. Voy a presentar el programa de Nochevieja. Nuestro resumen del año. Programa en directo. En una ocasión así, no se pueden emitir enlatados.
Sundström se lo quedó mirando boquiabierto, Westerberg parecía absorto en otros, lejanos, pensamientos.
—No va a ser posible —repitió Sundström.
Llamaron a la puerta.
—¿Sí? —contestó Sundström, como si se tratara de su habitación.
—Eh… ¿Conoce usted a esta señora? —preguntó el agente de uniforme.
Era Tuula. Estaba grisácea. Como si hubiera llorado mucho. Avejentada.
—¡Tuula! —dijo, sorprendido de la calidez de su propia voz.
—Un momento. Aún no hemos terminado —dijo Sundström.
—Ya lo creo, que hemos terminado. Siéntate, Tuula —dijo Hämäläinen.
—Tenernos que…
—Más tarde —atajó Hämäläinen.
Sundström se levantó bruscamente y murmuró algo que Hämäläinen no logró descifrar. Cuando estaba ya en el pasillo, Westerberg se detuvo de repente y preguntó:
—¿Niskanen, el esquiador de fondo?
—Exacto —dijo Hämäläinen—, ¿sabe usted qué…?
—¿El que se ha hecho criador de ovejas? —añadió Westerberg.
—¿Cómo?
—Niskanen. Cría ovejas en Irlanda.
—¿Cómo?
—Lo he leído en alguna parte —dijo Westerberg.
Le hizo aún un gesto con la cabeza y echó a andar.
—¿De qué se trata? —preguntó Tuula.
—Ovejas en Irlanda. ¿Lo sabías?
—¿Qué? —preguntó Tuula.
—Tienes que comprobarlo.
—¿Pero el qué?
—Si de veras Niskanen ahora se dedica a la cría de ovejas en Irlanda. Y ahora siéntate, hazme el favor. Tenemos mucho de qué hablar. Por lo del programa de pasado mañana.