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Irene. Y las enanas. Y el joven médico, cuyo nombre ahora sabía. Valtteri Muksanen.

Qué nombre tan raro. Qué día tan raro.

Las enanas estaban delante de él y era como si ya no lo conocieran. No dijeron ni una palabra, lo miraban como se mira una atracción turística y se reían por lo bajo, acobardadas.

Una habitación nueva. Entraba la luz invernal por la ventana. De cuando en cuando, asomaba la cabeza por la puerta un policía de uniforme, suponiendo, probablemente, que las niñas llevaban explosivos escondidos bajo las faldas.

El médico del nombre raro, con quien estaba hablando cuando llegaron Irene y las niñas, se marchó, no sin antes hacerle a Irene un gesto de ánimo y darle la mano a las niñas.

Kai-Petteri Hämäläinen miraba a su mujer y a sus hijas y pensaba en Niskanen. No lograba sacárselo lo de la cabeza. Irene se quedó mirando al médico mientras se cerraba la puerta.

—No lo parece, pero el jovenzuelo es el jefe del departamento —dijo Hämäläinen.

Irene asintió.

—Valtteri Muksanen. Qué nombre tan raro.

—¿Te parece raro? —preguntó Irene.

—¿A ti no? —preguntó él.

Se sentó a su lado. Las niñas se fueron acercando a él, centímetro a centímetro, con los brazos caídos.

—Me recomienda que me quede aquí unos días, pero dice que he tenido una suerte increíble y que posiblemente ya pueda andar dentro de poco.

—Sí —dijo Irene.

—Qué bien que hayáis venido —dijo él.

Silencio.

—Venid aquí, enanas. Lo que hay en los tubos no es más que medicina.

Las niñas se acercaron a la cama y miraron a su madre buscando apoyo.

Irene le tomó la mano y la acarició. Él hizo un par de muecas y las niñas empezaron a reír, acercándose un poco más. Luego se sentaron con cuidado en el borde de la cama.

—¿Has oído algo de la emisora? ¿Te ha llamado Tuula? ¿O Mertaranta?

—He desconectado el teléfono, no hacía más que sonar.

—Ah.

Su móvil. Sintió el impulso de ir a cogerlo, pero tenía que moverse con cuidado y ni siquiera sabía dónde estaba. Tendría que pedírselo al médico.

—Lo están dando en las noticias a todas horas —dijo Irene.

Él asintió. Notó una extraña satisfacción. En las noticias, a todas horas.

—Un notición —añadió Irene, en voz baja.

Les dedicó otra mueca a las niñas.

—Cómo es todo de frágil —comentó Irene.