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Pellervo Halonen, el director del centro, saluda con la mano y Rauna se da la vuelta en su silla para niños y saluda también.

—¡Adioooós! —grita, aunque Pellervo Halonen no puede oírla.

Durante el viaje, su vecino Aapeli está sentado en el asiento de atrás y le explica cuentos a Rauna, y Rauna ríe casi sin tregua. Se alegra de que Aapeli haya venido con ellas. Ha venido a su encuentro por la mañana, cuando estaba a punto de marcharse. Cuando la ha saludado sonriente, ella ha visto la tristeza en sus ojos y le ha preguntado si quería venir él también.

—¿Adónde?

—Al Moomin World. A Naantali.

—¿El parque infantil?

Ella ha asentido.

—¿Nosotros dos? —le ha preguntado Aapeli.

—Y Rauna —le ha contestado—, una amiga. Vamos a recogerla.

Aapeli se ha quedado un rato pensativo en medio de los remolinos de nieve y luego ha asentido con la cabeza. Ni siquiera ha entrado en casa, sino que ha ido con ella directamente al coche.

Ahora Aapeli cuenta historias y Rauna ríe y ella se desliza por la nieve como sobre raíles y el mundo está en orden.

Rauna le pregunta que de dónde se sabe todas esas historias y Aapeli le contesta que son las historias que no les puede contar a sus nietos porque sus hijos nunca vienen a verle.

—¿Por qué? —pregunta Rauna.

—Creo que porque tienen poco tiempo —dice Aapeli.

—¿Por qué? —pregunta Rauna.

—Porque tienen mucho trabajo y viven bastante lejos.

—¿Por qué? —pregunta Rauna.

Cuando llegan a Naantali, las casas de madera están envueltas en blanco, los restaurantes están cerrados y el mar congelado. Pasean por el ancho pantalán y Aapeli dice:

—Pero ¿está abierto en invierno el Moomin World?

Ella se para y se lo queda mirando.

—Quiero decir que a lo mejor hace demasiado frío.

Siguen andando hasta el final del pantalán, y luego por el camino del bosque de la isla hasta llegar a la valla del parque. En las casetas de las taquillas no hay nadie, las ventanillas están cerradas con persianas.

—Tienes razón, Aapeli —dice ella.

—¡Qué pena! —dice Rauna.

—Tenía que habérmelo figurado. Siempre ha estado cerrado en invierno —dice ella.

Aapeli se ha adelantado unos pasos.

—Extrañamente, las puertas están abiertas de par en par —les grita.

—Sí —dice ella.

Las taquillas están cerradas, pero las grandes puertas por las que se accede al mundo de los Moomis están abiertas.

—Pues entonces entramos —dice Aapeli.

Rauna sale corriendo, ella duda unos instantes. Siempre ha tenido miedo de hacer algo prohibido. Aunque fuera sin intención.

—¡Venga! —le grita Aapeli.

Nunca la ha visto tan feliz. Rauna se coge de la mano de Aapeli, y ella se decide y los sigue.

Pasean por una isla desierta y oyen de vez en cuando unos golpes. A intervalos regulares. A lo lejos, unos hombres gritan algo que no logran entender.

—Se ve que están de reformas, por eso las puertas estaban abiertas —dice Aapeli.

Se paran sobre una elevación del terreno y contemplan la torre azul de madera en la que viven los Moomis. Un hombre subido a una escalera golpea el tejado rojo con un martillo. Otro, desde abajo, le da instrucciones. Ninguno de ellos les presta atención cuando pasan por delante.

—Más abajo está la playa —dice ella—, y, si vamos por la izquierda, pasamos por el barco de Papá Moomin.

—¡Qué bien! Quiero ir allí —dice Rauna.

—Y yo el primero —dice Aapeli.

Van los dos delante, aunque no conocen el camino; ella les sigue y piensa en el verano en el que estuvo trabajando allí. No es un recuerdo, es una serie de imágenes incomprensibles.

Ella, la Pequeña My.

Ilmari, un extraño.

Y Veikko aún no había nacido.

La sensación del agua fría sobre la piel en las tardes soleadas.

—A la izquierda, subiendo por la escalera —les grita a Aapeli y Rauna.

Le habría gustado venir con Veikko. En verano. Cuando el Moomin World abriera nuevamente.

—Los leones se van en el barco —grita Rauna.

Está arriba, en el puente, y da vueltas al timón como una loca.

—Y yo soy el capitán, no el hombre de la barba.

—Y yo soy el grumete —dice Aapeli.

Ella se queda abajo y estira el cuello para verlos.

—¿Vienes con nosotros? —grita Rauna.

Sobre ella, el cielo gris. Se va soltando de los hilos que lo sujetan. En el agua, crujen y se rompen los bloques de hielo.

—¿Vienes con nosotros? —repite Rauna.

La voz de Rauna y una imagen en su cabeza. Los ojos de Rauna. Llenan su campo visual. Los ojos de Rauna en la oscuridad.

—¿Se ha caído el cielo?

Es la voz de Rauna, siente que le tiemblan los labios, quisiera agarrarla, tocarla, pero no puede moverse.

Abre los ojos y siente la mejilla de Rauna sobre su brazo.

—¿Vienes con nosotros? —le susurra.

—Bonito barco —dice Aapeli, el vecino de hace tantos años al que acaba de conocer.

—Donde tú quieras —dice.

—A la playa —dice Rauna—. ¿Podremos andar sobre el agua?