36

Kai-Petteri Hämäläinen estaba tumbado boca arriba. A su alrededor, pasó el día y llegó la noche.

El médico joven o las enfermeras entraban de vez en cuando a controlar su estado. Sonreían leve y amistosamente y lo trataban como a un niño.

Irene estaba sentada junto a la cama, con su mano entre las suyas. Estuvo mucho tiempo callada y le dio recuerdos de parte de las gemelas.

—Suena muy formal —dijo él.

—Ya sabes lo que quiero decir —contestó ella.

Una de las sonrientes enfermeras llenaba de vez en cuando las botellas colgantes que le rodeaban con diferentes líquidos. Le preguntó a Irene si se acordaba de Niskanen.

—¿El esquiador de fondo?

Él asintió.

—Pues claro —contestó ella.

—¿Sabes qué hace ahora?

—¿Qué quieres decir?

—Qué ha sido de él.

Irene negó, y se marchó a casa a ver a las gemelas y a Mariella, su hermana, que había sido tan amable de quedarse al cuidado de las niñas.

Sentarse a una mesa. Tomarse un café. Andar por un pasillo. Una sombra, un pinchazo. Una sensación de hormigueo y humedad en el vientre. Un dolor hacia dentro.

Irene le había dado un fugaz beso en los labios antes de marcharse. Vino el médico a controlar los aparatos.

—Que descanse —dijo al fin.

—Usted también.

Una enfermera joven vació la cuña; otra, mayor, controló los vendajes.

Lo único que tenía que hacer era estar tumbado boca arriba y, a ser posible, no girarse ni a la izquierda ni a la derecha, le había dicho el médico por la mañana.

Había estado todo el día tumbado así, sin moverse, y le había preguntado al médico que controlaba los aparatos si se acordaba de Niskanen.

—¿El esquiador de fondo? —había preguntado el médico.

—Sí.

—Claro que sí.

—¿Sabe usted qué ha sido de él?

El médico había dicho que no.

Se preguntó qué programa enlatado habrían emitido en lugar de la tertulia. A las diez. O, quizá, a las 22:15, si el telediario había tenido algún tema central importante. Como era de suponer. Estaba prácticamente seguro. A lo mejor habían emitido, al final, la entrevista con Niskanen. Había pasado ya tanto tiempo que la podían repetir.

En una habitación contigua, alguien gritó. Tan fuerte que se oyó por todas partes. Vio pasar por delante de su mampara a médicos y enfermeras. Primero en una dirección, luego en la contraria. Oyó que discutían, pero no logró concentrarse en las palabras. Las palabras flotaban sobre su cabeza.

—Hoy hay mucho follón —dijo la enfermera joven mientras rellenaba una de las botellas.

—¿Es ya de noche? —preguntó él.

—Más bien por la mañana. Son las tres.

Le preguntó si se acordaba de Niskanen, el esquiador de fondo.

—Pues claro —dijo ella—, todo el mundo lo conoce.

—¿Sabe usted…? —comenzó la pregunta.

—¿Sí?

—Nada. No tiene importancia —dijo él.