Deslizarse por la nieve como sobre raíles.
Poner orden en el mundo.
—Eso ya lo dijo en nuestra última charla. Lo recuerdo perfectamente —dice la voz lejana—. ¿Hay algún motivo para que vuelva usted a pensar en ello ahora? ¿Tiene usted una imagen definida?
Una imagen definida…
—Siempre la misma —dice ella.
El autobús gira en la estrecha calle donde vive. A su izquierda, el lago grisáceo. A su derecha, el campo de fútbol blanco.
Apenas siente el peso del teléfono en la mano.
—Ahora tengo una cita. ¿Quiere usted que anticipemos nuestra próxima charla? Según mis notas no nos vemos hasta la semana que viene —dice él.
El lago gris donde nadaba Ilmari.
—Puedo liberar una cita esta tarde a última hora.
El campo de fútbol blanco donde jugaba Veikko.
—¿Hoy a las seis y media? Lo de la minuta lo arreglo yo, no se preocupe —dice él.
El hombre tirado en el suelo. La mirada interrogante dirigida al vacío. Ella se queda al lado y espera. No sabe a qué.
Piensa en la carta que ha encontrado en el buzón por la mañana. Ha estado un buen rato contemplando el remite. Una carta muy amistosa, una amable invitación y dos billetes de tren. Ida y vuelta. ¿Quién podría describirlo mejor que ella?
—Esta tarde hablamos de esa imagen que siempre ve —dice él.
Un vestíbulo desierto. El hombre tirado en el suelo mirando hacia el techo. Sigue su mirada. Puede ver el cielo a través del techo de cristal. Se queda a su lado, esperando a que el cielo se desplome.
Pero nada.
No pasa nada.
—Me lo apunto: hoy a las 18:30. ¿Me oye?
Un extraño la escucha mientras ella calla.