Durante el trayecto a Turku, intentó localizar a Larissa, pero no estaba en casa.
Claro que no estaba en casa. Se preguntó de dónde venía esa imperiosa necesidad de hablar con ella.
Escuchó repetidamente el saludo de su contestador automático, el saludo estándar de fábrica, una voz metálica de mujer que solicita fríamente la grabación de un mensaje. El verdadero saludo, el saludo de Sanna, la voz de Sanna, lo había borrado tres años atrás, la noche en que Sanna murió. Fue un acto inconsciente que casi no lograba recordar.
Al cuarto intento, cerró los ojos y empezó a hablar.
—Hola. Yo… se me va a hacer tarde… por lo de Helsinki… he estado en Helsinki por trabajo y estoy de camino, pero la carretera está… hay mucha nieve, voy a tardar aún… Hasta luego.
Iba a añadir algo, pero sintió la mirada punzante de Sundström y colgó.
—¿Qué era ese balbuceo? —preguntó Sundström.
—¿Mmm?
—Parecías…
—¿Qué? —dijo Joentaa.
—Suena como si… hubiera una nueva mujer en tu vida.