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No es más que una imagen. Una imagen imposible de cubrir. Cubrir la imagen con una tela blanca. Una tela de una densa y opaca blancura.

Sabe que no lo va a conseguir. Creer en el blanco que todo lo tapa antes era importante, pero ha perdido esa capacidad.

Cubre sus pensamientos con una tela blanca y observa cómo en un silencioso proceso de disolución se va desintegrando en sus elementos constitutivos para dar paso a la visión de otra tela, una tela azul.

Alguien la levanta. Bajo la tela azul yace un hombre. El hombre tiene una pierna. La pierna es un muñón. Le falta la mitad. La otra pierna le falta del todo.

El hombre yace en la camilla retorcido, en una posición poco natural, tiene la piel oscurecida. Junto al hombre, la tela azul. Por encima de él, un rostro que ríe. Y otro. Y otro más.

Un brazo agarra la cabeza del hombre y la endereza. Ahora puede verle la cara. La expresión de sus ojos cerrados.

En un espacio fuera de su alcance visual hay gente que ríe. Están a su alrededor, junto a ella, por encima de ella, por debajo de ella, pero no puede verlos. Sólo oye sus risas. Intenta reír con ellos.

Nota que se está riendo, mira la cara del hombre de la media pierna y siente alivio porque parece que no la está oyendo. En el momento en que muere su risa, termina también algo más, no sabe qué es, siente sólo el final.

La gente a su alrededor sigue riendo, como si no quisieran parar jamás.

Cierra los ojos y luego los vuelve a abrir.

La pantalla parpadea.

Rebobina, hasta el momento en que termina y, con el pensamiento, vuelve al día en que empezó.