17

Al despertarse, Joentaa no sabía dónde estaba. Tardó algunos segundos en orientarse. Estaba sentado en el sofá, el reloj del DVD marcaba las 6.38. Se pasó las manos por la cara y pensó en Tuomas Heinonen. Había salido por la tarde para realizar comprobaciones sobre una lista de personas pertenecientes al círculo de Patrik Laukkanen.

—Deséame suerte —le había dicho antes de salir de la oficina.

Naturalmente, no se refería a las pesquisas. Después no le había vuelto a ver.

Se levantó y se dirigió hacia la televisión. Cogió el mando a distancia y la encendió. Mientras la imagen iba tomando forma, intentó recordar lo que le había dicho Tuomas. Manchester. Victoria fuera de casa.

Seleccionó el teletexto. Sintió un cosquilleo al apretar los números de las páginas deportivas. El segundo párrafo se refería a la jornada cumbre de la liga inglesa. Tres a tres. El Arsenal había marcado el gol del empate en el último minuto del tiempo de descuento.

Joentaa se sentó con las piernas cruzadas delante de la televisión y leyó el texto, que describía uno de los partidos más espectaculares de la temporada. Pensó en los ojos velados y nerviosos de Heinonen.

Probablemente era mejor así. Tuomas tenía que perder para recobrar el juicio. Joentaa no entendía demasiado de psicología del juego, pero sí lo suficiente como para saber que era la vorágine de la ganancia la verdadera causa de la catástrofe. Cuando había estado con Sanna hacía unos años en Francia, había descubierto una mesa de ruleta en una discoteca y le habían bastado un par de horas para triplicar el dinero de las vacaciones y al final perderlo todo.

Recordaba la sensación de desconsuelo. La mirada inquisitiva y decepcionada de Sanna, y su rabia, que había logrado contener gracias a la compasión y a que tenía suficiente sentido del humor como para ver el lado cómico de la situación.

Presumía que sólo las derrotas podrían ayudar a Tuomas, y se preguntaba, al mismo tiempo, cuál era el precio que estaba pagando. Tenía que preguntarle qué cantidades se había jugado.

Cuando sonó el móvil, supo que era Tuomas. Mientras rebuscaba en su abrigo, intentaba pensar en una forma de apartarle del juego.

Era Sundström.

—Las cosas se ponen divertidas.

Joentaa se quedó a la espera.

—Harri Mäkelä —añadió Sundström.

—¿Quién?

—El modelador de muñecos.

Sundström se calló, como si ya estuviera todo dicho, y Kimmo Joentaa sintió un ligero mareo.

—Asesinado. Hacia medianoche. En Helsinki, donde vive —aclaró Sundström.

—¿El mismo que participó junto a Patrik en la tertulia de Hämäläinen? —preguntó Joentaa.

—Salió a comprar tabaco. Su compañero de piso, o novio, o lo que sea, al cabo de un rato se extrañó y, algo más tarde, se le ocurrió salir a buscarlo. Y no tuvo que andar mucho, porque Mäkelä estaba tirado delante de la casa. Al borde de la acera. Desangrado. Derribado a cuchilladas.

Joentaa cerró los ojos e intentó concentrarse en la voz de Sundström. En un rincón de sus pensamientos recordó a Larissa hablar de la tertulia.

—Los colegas de Helsinki piensan que ni siquiera llegó a la máquina del tabaco. Por lo menos, no tenía cigarrillos en los bolsillos y, por cómo estaba tirado, parece que acababa de salir de casa.

—Quiere decir… —intervino Joentaa.

—Quiere decir que el agresor tuvo que haber estado esperando a que saliera de casa, y quiere decir que no le gusta perder tiempo. Hay una primera reconstrucción de los hechos poco corriente. La mayor parte de las cuchilladas son en el cuello y en la cabeza.

—¿Qué?

—Parece probable, teniendo en cuenta también la posición de las huellas, que Mäkelä se acercara a un coche y se inclinara, y que fuera el conductor del coche quien lo acuchilló. Con suerte tendremos el perfil de los neumáticos.

—Bien —dijo Joentaa.

—Una investigación basada en un perfil de neumáticos no promete demasiado.

—Bueno, pero…

—Los colegas han establecido inmediatamente la relación entre Mäkelä y Laukkanen. El asesinato de un colega no les pasa desapercibido, claro, aunque haya sucedido en Turku; y parece ser que todo el mundo, menos yo, ve esa tertulia de televisión. Ya he hablado con Salomon Hietalahti. Los institutos forenses están comparando sus resultados para ver si se trata de la misma arma en ambos casos. De todos modos, el procedimiento es muy similar.

Joentaa permaneció callado.

—El encargado del caso es Marko Westerberg. ¿Lo conoces? —preguntó Sundström.

—¿Mmm? —Joentaa trataba de visualizar las imágenes. Un hombre que sale de casa. Un agresor a la espera. Que ha estado aguardando precisamente ese momento. Paciente y alerta.

—Westerberg, que si le conoces —insistió Sundström.

—No.

—Yo sí, de hace mucho tiempo. Es un poco soporífero, pero muy preciso. Cuando habla, tiene uno la impresión de que se va a quedar dormido de un momento a otro.

—Mmm —musitó Joentaa.

—Nos vamos a Helsinki. A las ocho. Quiero que informes antes a Tuomas y a Petri, ellos siguen trabajando en Turku, estoy redactando la agenda.

Un agresor silencioso, paciente y alerta, pensó Joentaa.

—Tenemos que aclarar qué relación existe entre Mäkelä y Patrik Laukkanen. Aparte de su comparecencia simultánea en esa tertulia —dijo Sundström.

Silencioso, paciente, alerta. Y lleno de cólera.

—Quiero ver lo antes posible ese programa —dijo Joentaa—. Larissa… una amiga me ha contado que lo vio…

—¿Larissa? —preguntó Sundström.

—Tenemos que pedirle a la emisora un DVD del programa —continuó Joentaa—. O no, a lo mejor Patrik lo grabó. Si yo participara en un programa, seguro que lo grabaría, ¿no?

—Es posible —dijo Sundström.

—Le preguntaré a Leena. Tenemos que ver ese programa urgentemente.

—Sí…

—Quiero verlo antes de ir a Helsinki. Llamo ahora mismo a Leena, a ver si nos puede ayudar. Hasta luego.

—Eh… Kimmo…

Joentaa colgó el teléfono y marcó el número que tenía archivado bajo el nombre de Patrik Laukkanen. Dejó sonar el teléfono hasta que oyó la voz tenue y ausente de Leena Jauhiainen.

—Perdona, Leena, ya sé que es muy pronto… —dijo.

—Hola, Kimmo. No estaba durmiendo —respondió Leena.

—Tengo una pregunta…

—¿Hay…? Suenas como si hubiera algo… —Leena no terminó la frase.

Algo importante, había querido decir, probablemente. ¿Pero qué podía ser aún importante tras la muerte de Patrik?

—Patrik estuvo en una tertulia de televisión hace unas semanas, ¿no…?

—Sí —contestó ella.

—¿Sabes si grabó el programa?

—Sí, Kimmo, claro que lo sé. Me llamó por lo menos diez veces para asegurarse de que me había enterado bien de qué botón del DVD tenía que apretar. Era… fue una cosa importante para él… lo disfrutó mucho… y su intervención fue realmente buena.

—¿Tienes el DVD? ¿Me lo podrías prestar?

—Naturalmente.

—Estupendo. Yo… para mí, lo mejor sería recogerlo ahora mismo, si es posible.

—Sí, claro… ¿Qué pasa? ¿Por qué es tan importante?

—Aún no lo sé. El hombre que estuvo con él en el programa de Hämäläinen…

—¿El modelador de muñecos? ¿Mäkelä?

—Sí… Patrik y él, ¿tenían contacto? ¿Eran amigos?

—No. Se conocieron en la tertulia. No creo que Patrik tuviera ninguna relación con él después del programa. ¿Por qué? ¿Mäkelä…?

—Mäkelä está muerto —dijo Joentaa—. Y seguro que está relacionado con la muerte de Patrik. Tiene que estarlo.

Leena enmudeció.

—Estoy allí en media hora.

—De acuerdo… —habló por fin Leena.

—Hasta ahora —se despidió Joentaa, y colgó el teléfono.

Llamó a Grönholm, cuya voz parecía salir de un sueño profundo. Llamó a Heinonen, cuya voz sonaba agitada.

Estuvo un momento parado delante de la puerta cerrada de su dormitorio. Por fin, agarró cuidadosamente la manilla y abrió. Larissa estaba tumbada en posición fetal. Parecía dormir profundamente.

Joentaa cerró la puerta y estuvo un rato dudando en el salón ante un trozo de papel. Al final, cogió impulso y escribió: «Querida Larissa, he tenido que salir muy temprano. Me alegrará verte esta noche, podría cocinar una pasta al horno, si te apetece. Hasta luego. Kimmo». Contempló el texto durante unos instantes y luego depositó la hoja sobre la mesa. El lago estaba aún sumido en la oscuridad, pero el cielo había empezado a clarear. Joentaa pensó que amanecía otro día soleado de invierno.