13

Se despertó en mitad de la noche, sintiendo que un gran peso le oprimía el cuerpo, y, al abrir los ojos, vio que Larissa se había quedado dormida encima de él.

Se incorporó con cuidado y la colocó a su lado. La tapó y la abrazó. La estrechó entre sus brazos hasta que ella, medio dormida, le preguntó riendo si quería aplastarla.

—Pues claro que no —dijo, soltando la presa.

Ella asintió y se volvió a quedar dormida.

Él se quedó contemplando los remolinos de copos de nieve por la ventana y pensando en Leena Jauhiainen, que a mediodía había sufrido un silencioso ataque de nervios. Permaneció durante algunos minutos sentada en el sofá, con el bebé en brazos, haciendo preguntas a las que Paavo Sundström había intentado contestar. Durante todo ese tiempo, parecía muy tranquila, pero, luego, tras acomodar cuidadosamente al niño sobre el sofá, se había dejado caer al suelo, llorando. Joentaa se había sentado entre ella y el bebé, acariciándole a ella el hombro con una mano y, con la otra, la manita del niño, que estaba muy tranquilo, con los ojos abiertos de par en par, tumbado boca arriba en el sofá. Sundström había informado al médico de guardia, que llegó enseguida y le dio unos calmantes.

Se levantó y fue a la cocina. Se hizo un té y se sentó con la taza humeante en la mesa. Se preguntó si Leena Jauhiainen estaría durmiendo. Probablemente, gracias a las medicinas. No hacía ni dos días que había estado hablando con Patrik Laukkanen justamente de esos fármacos. Había muerto una mujer de una sobredosis de pastillas para dormir, y ahora era Leena quien las tomaba, porque Patrik ya no vivía. Y mañana era Boxing Day. El gran duelo en la liga inglesa de fútbol, como decía Tuomas. Joentaa se preguntó qué habría querido decir con eso de que había apostado fuerte por el Manchester contra el Arsenal.

—¿Todo bien? —preguntó Larissa.

Estaba de pie en la puerta, enrollada en la manta, y Kimmo Joentaa sintió una oleada de alivio y alegría de que fuera ella y se preguntó por qué.

—Estupendo —dijo.

Se sentó frente a él.

—¿Un té? —le preguntó.

Ella asintió.

—¿Menta? —Sí.

Sentados allí, frente a frente, Joentaa empezó a hablarle de Laukkanen. Y de Leena. Ella se limitaba a asentir, no parecía estar muy impresionada.

—¿Pero no es ese famoso médico forense? —dijo ella.

—¿Qué quieres decir?

—Sí, ese médico forense que estuvo con Hämäläinen.

—No entiendo ni una palabra.

—En el programa de Hämäläinen estuvieron hace poco dos tipos, uno era médico forense y el otro un maquillador o modelador de maniquíes o como se llame esa gente que fabrica esos muñecos para la televisión… cadáveres para las películas…

—Ya… —dijo Joentaa, que continuaba sin entender nada.

—Hablaban de esos muñecos, de que están hechos con gran precisión, y el forense contaba que los cadáveres facilitan gran cantidad de información sobre sus asesinos, y lo explicaba utilizando esos maniquíes.

—Ah —dijo Joentaa.

—Tú eres el policía, todo esto debería decirte algo.

—Sí, en principio sí… —dijo Joentaa, recordando vagamente que Heinonen y Grönholm habían hablado de ello, de que el médico forense iba a intervenir en la tertulia de Hämäläinen. Por algún motivo les hacía mucha gracia. ¿Habían nombrado a Patrik Laukkanen? Había seguido la conversación distraídamente, y se había preguntado por qué tanto barullo.

—A mí el programa me pareció vomitivo —dijo Larissa.

Joentaa asintió.

—No sé exactamente lo que fue, pero hubo algo del programa que me molestó mucho —dijo ella.

Joentaa se propuso preguntarles a Heinonen y a Grönholm, en cuanto se presentara la ocasión, por la tertulia de Hämäläinen; aunque, seguramente, para la resolución del caso de asesinato carecía completamente de relevancia.