No tuvieron que conducir mucho. A Patrik Laukkanen lo habían matado muy cerca de su casa. Una casa de madera rodeada de un amplio jardín. Parecía recién pintada, en un suave tono anaranjado que recordaba a los albaricoques. Joentaa nunca había estado allí.
—Es esta —dijo Sundström.
Joentaa asintió.
Sundström se quedó sentado y Joentaa recordó lo que le había contado Salomon.
—Tienen un hijo, un bebé —dijo.
—Lo que faltaba —dijo Sundström. Se arrellanó aún más en el asiento. Luego, de repente, se catapultó hacia adelante y abrió la portezuela.
—Bien. Hagámoslo ya —dijo, y se bajó del coche.
Joentaa lo siguió. A través de la ventana que había junto a la puerta de entrada se adivinaba la silueta de una mujer. «Laukkanen/Jauhiainen» era lo que ponía en el buzón. Sundström llamó al timbre. Joentaa oyó pasos tras la puerta y sintió un pinchazo en el estómago. Leena Jauhiainen abrió la puerta.
—¡Oh! Kimmo… ¿Y…?
—Sundström, Paavo Sundström. Nos conocimos brevemente en la fiesta de Navidad…
—Claro, ahora me acuerdo. Patrik no está, desde que ha empezado a nevar sale cada mañana a hacer esquí de fondo. No… Espero que no se trate de trabajo… Hoy no…
—Leena…
—¿Si? —dijo ella. De fondo se oía a un niño gritar—, ¿todo bien?
—¿Podemos pasar?
—Claro. Id al salón, voy un momento a ocuparme de Kalle.
Se fue a la otra habitación y Joentaa siguió a Sundström hacia el interior de la casa. En el salón había un gran árbol de Navidad decorado con mucho detalle. Leena volvió con el bebé lloriqueando en sus brazos.
Estuvieron un rato frente a frente.
—¿Pasa… algo? Me estáis dando miedo —dijo ella.
—Patrik ha muerto —dijo Sundström—, le han… Le han asesinado mientras esquiaba. Leena enmudeció.
—Lo… siento muchísimo —dijo Sundström. Leena sacudió la cabeza. El bebé sonrió.