—Esta camiseta es mía.
Liberó su pezón y se incorporó de nuevo a fin de poder deslizar las palmas a lo largo del torso de Sascha y cerrarlas sobre sus pechos.
El cuerpo de la joven palpitaba al ritmo de las pulsaciones entre sus piernas.
—¿Por qué me la ha dado Tamsyn?
—Porque de todas formas hueles a mí. —Tras apretarle los pechos una vez más, bajó las manos hasta el dobladillo de la camiseta y se la subió—. Incluso los malditos lobos pueden olerme en ti.
Sascha sabía que debería protestar por el modo en que él actuaba, pero eso era lo que había soñado, con lo que había fantaseado. La única pregunta era, ¿sobreviviría al infierno que ella misma había desatado? Una mano grande y masculina se ahuecó sobre su pubis con tal audacia que los ojos le hicieron chiribitas. Lucas la frotaba con la palma excitándola hasta lo imposible a través del algodón de las braguitas.
—¿Dónde está el encaje? —Lucas cesó en sus caricias.
—N-no pares —suplicó con voz ronca y él la recompensó renovando sus sensuales movimientos.
Los ojos de Lucas brillaban en la oscuridad haciéndole parecer increíblemente hermoso e intensamente salvaje a la vez.
—En mis sueños llevabas braguitas de encaje.
—Los psi no tenemos esa clase de ropa interior.
Se movió contra él ansiando más. Lucas entendió lo que quería y cambió el movimiento de su mano por una fuerte rotación que hizo que a ella se le cerrara la garganta.
Durante los segundos siguientes, Sascha fue completamente insensible a nada que no fuera la delirante avalancha de sensaciones.
La llevó hasta el límite con una apremiante ternura que arrancó un grito de su garganta, a su mente psi ya no le importaba quién había en la casa ni quién pudiera estar escuchando. Dejó que el placer, casi violento, la recorriera hasta que estuvo húmeda, laxa y saciada contra su palma. Cuando abrió los ojos vio que él no había cambiado de posición.
Clavando la mirada en la de Sascha, sacó la mano de entre sus piernas, se la acercó a la boca y se lamió los dedos. Era lo más erótico que ella había visto en su vida.
Su cuerpo se estremecía aún, pero algo más profundo comenzaba a despertar en su interior.
—¿Te sientes mejor? —preguntó.
—Sí. —Sus ojos se posaron en la erección que presionaba contra la cremallera de los vaqueros de Lucas.
—¿No vas a hacer nada al respecto?
Si no hubiera tenido aquellos sueños, si no hubiera descubierto que él daba mucho más placer del que jamás exigía, si no hubiera lidiado ya con sus demandas y apetitos masculinos, podría haberse negado a seguir adelante.
Se mordió el labio inferior y recorrió con un dedo su longitud.
—Deja de torturarme —le ordenó, pero no hizo nada por impedir su exploración.
—En mis sueños… —susurró aceptando lo que sabía desde el principio. Aquellos sueños habían sido demasiado vívidos como para tratarse tan solo de un producto de su imaginación. ¿Cómo podría haber imaginado al amante salvaje que le había enseñado el arte del placer si jamás había conocido a nadie como él?—. En mis sueños me decías que te encantaba mi boca.
—Adoro tu boca —dijo contra sus labios, con las manos apoyadas nuevamente a ambos lados de su cabeza.
Luego la besó con sensual entusiasmo, haciéndole sentir que ella era su fantasía hecha realidad.
Sascha no pudo apartarse del mismo modo que no pudo evitar agarrarse a su cintura y hundir los dedos en su carne. Respondió de forma instintiva cuando él le introdujo la lengua en la boca para entrelazarla con la suya. El cuerpo de Lucas era puro calor y sensación bajo sus manos, el cuerpo de un hombre que nunca rechazaría el contacto físico.
—Privilegios de piel —dijo Sascha cuando él dejó que recobrara el aliento.
—Hemos ido mucho más allá de eso, cielo.
Una sonrisa traviesa se dibujaba en los labios de Lucas cuando se enderezó de nuevo para arrodillarse entre sus muslos separados. Consciente de lo que él quería, de lo que necesitaba, Sascha acercó las manos hasta el botón de sus vaqueros y lo desabrochó.
Lucas dejó escapar el aliento con los dientes apretados, y sus ojos parecieron centellear con mayor intensidad. Un gruñido surgió en el fondo de su garganta cuando ella tiró de la cremallera hacia abajo.
—Con cuidado.
—Siempre. —Con la cremallera ya bajada, pudo ver su erección pujando contra la tela blanca de los calzoncillos—. Tienes que dejar que me levante.
Lucas lo pensó durante un momento mientras sus dedos jugueteaban con el húmedo pezón por encima del suave tejido de algodón.
—No quiero hacerlo.
A Sascha se le encogía el estómago cada vez que él pellizcaba el capullo que había sensibilizado en grado sumo.
—¿Cómo voy a… tomarte en mi boca si no lo haces? —En la semioscuridad, aquella pregunta era una erótica invitación que nunca se habría creído capaz de hacer.
Lucas se apartó con tal celeridad que ella apenas captó el movimiento. Verle de pie junto a la cama despojándose del resto de su ropa era un placer en sí mismo. No había necesidad de luz, no cuando, para sus sentidos psi, la piel de Lucas parecía resplandecer con un leve halo de energía salvaje. Le asombraba aquella mezcla de peligro y belleza.
Cuando se incorporó, él movió la cabeza como un rayo para taladrarla con la mirada.
—No quiero que te muevas. —Alfa hasta la médula, su orden denotaba una seguridad colmada de arrogancia.
—Pero quiero moverme. —Dejar que él se saliera con la suya ahora equivaldría al desastre después.
Lucas saltó sobre ella con asombrosa velocidad y Sascha se encontró tumbada de espaldas con aquel cuerpo apretado sobre el suyo. Antes de que pudiera recobrar el aliento, él le había agarrado las muñecas y luego se las había sujetado por encima de la cabeza.
—Ahora eres toda mía. —El comentario llevaba impreso el placer de un gato que ha acorralado a su presa.
Pero esta presa tenía garras. Sascha abrió la mente y asió con dedos inmateriales la erección que se apostaba contra su entrada. Lucas arqueó el cuerpo al tiempo que un grito se desgarraba de su interior.
—¿Qué estás haciendo, gatita?
—Jugar —repuso haciendo suya la expresión que él siempre utilizaba. Le sentía en todas partes, dentro y fuera, y deseaba saborearle con dolorosa desesperación—. Deja que lo haga.
Lucas descendió y le lamió el pezón por encima de la camiseta, un gesto sumamente felino que le hizo exhalar un gemido.
—No tengo ganas de jugar.
—¿No quieres que…? —Utilizó sus manos mentales para apretarle fuertemente, para mostrarle lo que podía tener.
Él la mordió en el cuello con la fuerza necesaria para marcarla sin hacerle daño.
—Deja de hacer eso.
—¿Por qué?
En aquel momento no se le ocurrió pensar que conectar con Lucas no debería haberle resultado tan sencillo, que él era un cambiante y ella una psi y que ningún psi había sido jamás capaz de entrar en la mente de un cambiante con tanta facilidad. Lo único que sabía era que se estaba consumiendo por él.
Lucas apoyó el peso de su cuerpo en las manos dejándole el camino libre para que aferrase la dura longitud de su erección. Cuando ella lo hizo, empujó contra aquel puño, echando la cabeza hacia atrás y logrando con ello que los tendones del cuello se le marcaran nítidamente. Sin ser consciente de cómo sabía qué era lo que debía hacer, Sascha se impulsó hacia arriba hasta que pudo deslizar las piernas entre la uve formada por los muslos de él.
Mientras Lucas la observaba para ver qué hacía a continuación, ella deslizó su cuerpo por la cama hasta quedar justo debajo de la rígida evidencia de su deseo. Enseguida le aferró las caderas para ayudarse a levantar la cabeza y lo acogió en su boca.
El gruñido que emergió de la garganta de Lucas hizo que todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de Sascha se pusieran alerta, pero no por eso se detuvo. Poseía privilegios de piel e iba a aprovecharlos al máximo. Lucas sabía mejor que en sus sueños, tan intenso y delicioso como el más exquisito de los chocolates, tan exótico como la pantera que era.
Se le estaba cansando el cuello, pero no quería parar. Tiró de sus caderas y bajó la cabeza, pero en lugar de seguirla, Lucas se deslizó lentamente fuera de su boca y la llevó al borde de la locura.
«Lucas, por favor.» Sascha le envió una súplica desesperada con la mente.
—Con la condición de que me dejes hacer lo mismo. —Su voz era ronca, ardiente y exigente—. Nada de echarse atrás.
«¡Puedes hacer todo lo que quieras!», consintió sin pensar, tan embriagada por la sobrecarga de placer sensorial que era su esclava.
Lucas ronroneó e hizo lo que ella le pedía, moviendo las caderas lo suficiente para provocarla, para tentarla. Llevada por un deseo tan desesperado que ya no podía funcionar a ningún nivel salvo al físico, succionó con fuerza mientras apretaba las manos sobre los tensos músculos de las nalgas de Lucas. De la garganta masculina brotó un gruñido cuando Sascha utilizó la lengua para acariciar la base de su erección.
Sabía lo que le gustaba, lo había descubierto en aquellos sueños que no habían sido tales. Teniendo libertad de acción sobre aquel cuerpo varonil, utilizó todas las habilidades que poseía para volver loco a su amante salvaje.
—Más fuerte, gatita —susurró roncamente Lucas.
Ella accedió a su solicitud clavando las uñas en su carne. Aquella pequeña sensación de placer y dolor entremezclados hizo que sus músculos se tensasen en torno a ella. Con un profundo gemido, Sascha se empleó a fondo, amando, lamiendo, succionando y entregándoselo todo.
Lucas se corrió entre estremecidas oleadas de placer al tiempo que un rugido surgía de su garganta.
Unos quince minutos más tarde, Sascha se dio cuenta de que todavía llevaba puesta la camiseta. Intentó salir de debajo de Lucas, que la tenía completamente inmovilizada contra la cama, pero él se negó a moverse. Había enterrado el rostro contra ella y ahora le lamía la zona donde latía el pulso, saboreando lánguidamente la sal de su piel.
Sascha le mordió en el cuello.
—Lucas.
Un grave ronroneo reverberó contra sus pechos produciéndole una asombrosa sensación que recorrió su cuerpo excitado. Todas sus terminaciones nerviosas temblaban dolorosamente de necesidad.
—Quiero quitarme la camiseta.
Tenía demasiado calor y la prenda le resultaba extremadamente asfixiante.
Incluso las braguitas le resultaban demasiado molestas… deseaba sentir hasta el último centímetro de aquella piel resbaladiza de sudor, cada roce salvaje colmado de sensualidad.
Mientras se bajaba de encima de ella, sus ojos eran dos rendijas que desprendían un tenue brillo verde en la oscuridad; que no se apartaron de ella ni un solo instante.
En cuanto estuvo desnuda, saltó sobre ella y, una vez más, Sascha se encontró a su merced. Esta vez tumbada boca abajo, con su dura longitud sepultada en la hendidura entre sus nalgas.
—Pero tú…
Lucas deslizó las uñas por su costado haciéndola estremecer de la cabeza a los pies.
—No soy humano, Sascha. Se necesita más de un asalto para dejarme incapaz de actuar.
Le mordisqueó la oreja.
—Ah.
—Ahora es mi turno.
Aquellos dientes fuertes le rozaron el hombro y una de sus manos se deslizó bajo el cuerpo femenino para tocar los húmedos rizos entre los muslos.
De sus labios escapó un suave gemido tan colmado de necesidad que sorprendió a la propia Sascha y que a Lucas pareció gustarle. Luego él hundió los dedos para frotarla, amenazando con llevarla a la locura.
«Lucas», susurró de manera íntima.
—Alza el trasero para mí —le dijo al oído al tiempo que levantaba el cuerpo de encima del de ella.
Sonrojada, pero resistiéndose a perderse nada que él quisiera mostrarle, dobló las rodillas y se impulsó hacia arriba. Lucas movió la mano con que le acariciaba los rizos para colocarla sobre su abdomen mientras con la otra le masajeaba las nalgas. Sascha jamás se había sentido tan expuesta, tan vulnerable, en toda su vida.
La mano sobre su trasero bajó hacia el interior de los muslos y presionó suavemente hasta que ella separó más las piernas. Sascha escuchó un rugido a su espalda y su cuerpo, expectante, se tensó por entero.
—Tu aroma es como una droga para mis sentidos. —Su voz había enronquecido hasta el punto de que apenas lograba comprenderle.
Con otro murmullo apenas inteligible, Lucas le puso la mano en la cadera sin apartar la otra de su vientre y la saboreó. Un grito se desgarró de la garganta de Sascha al sentir el primer contacto de su lengua y notó cómo le temblaba todo el cuerpo. Y solo era el principio…
Lucas la lamió pausada y minuciosamente, como un gato con un tazón de leche, empeñado en saborear hasta la última gota. El cuerpo de Sascha se convirtió en fuego líquido y aquellas sensaciones apenas le dejaban respirar. Tenía el rostro encendido, pero ese rubor nada tenía que ver con la vergüenza.
Él desplazó la mano de la cadera hasta el interior del muslo una vez más. Sascha dejó que le abriera aún más los muslos, que utilizara los dedos para separarle los pliegues a fin de poder saborearla en profundidad, que la degustara hasta que vio una miríada de estrellas. Simplemente… le dejó hacer. Lucas se aprovechó cuanto pudo y Sascha aprendió lo que era ser amada por una pantera alfa que creía que ella le pertenecía.
No había el menor resquicio de indecisión en aquel beso íntimo. Cada roce gritaba posesión. Aquellos dedos sobre su muslo, cálidos y fuertes, la sujetaban con firmeza mientras él la arrebataba con la boca con un ardor y una ternura contra los que no tenía modo de protegerse.
Sascha estaba prácticamente loca de necesidad cuando él le mordisqueó el trasero con los dientes.
—Lo siento, gatita. Voy demasiado rápido, pero es que deseo estar dentro de ti.
¿Rápido? ¿Creía que iba rápido? ¿Cómo definía Lucas la lentitud?
«Te necesito», le habló del modo más privado, sin pensar siquiera en lo fácil que eso le resultaba.
Notó que Lucas se erguía detrás de ella, con el cuerpo en tensión a causa de la expectación. Un suave gemido escapó de sus labios cuando comenzó a penetrarla. Lucas parecía estar invadiendo no solo su cuerpo… sino que se estaba introduciendo en lo más profundo de su mente. Y Sascha le deseaba más adentro.
Lucas avanzó de golpe en respuesta a su silencioso apremio. Una aguda punzada de dolor tiñó el placer que Sascha sentía.
—¿Qu-qué? ¿Lucas?
—Chis. Nunca más. —Trazó un sendero de besos a lo largo de su columna distrayéndola con sensaciones—. Te siento y es maravilloso, cielo. Estás muy caliente y estrecha. Una vez no será suficiente.
Los eróticos susurros hicieron que a ella se le erizara la piel. Al mismo tiempo, Lucas le presionó el abdomen y Sascha se irguió para apretarse contra su torso mientras él continuaba enterrado profundamente en su interior. Sintió el latido de su corazón dentro de ella y era exquisito, como un beso carnal distinto a cualquier otro.
Siguiendo instintos tan antiquísimos que no tenían nombre, Sascha movió lentamente las caderas en círculo. Lucas apretó el brazo contra su estómago envolviéndola en puro músculo. El calor de su pecho era casi fuego, parecía que la temperatura de aquel cuerpo era mucho más alta que la del suyo. Una mano masculina se apoderó de su pecho y los dedos le pellizcaron suavemente el pezón. Sascha se movió de nuevo al tiempo que un gemido escapaba de su boca.
Lucas abandonó aquel seno para aferrarle la cadera.
—Deja de hacer eso.
Sascha repitió el movimiento… Y entonces sintió cómo la pantera que moraba en Lucas tomaba el control. Prácticamente salió de su interior antes de hundirse con fuerza en ella. Su cuerpo comenzó a temblar, e incapaz de mantenerse inmóvil, empujó hacia él.
Lucas apretó los dientes contra la curva de su cuello impidiéndole que se moviera mientras hacía que ambos emprendieran el camino hacia el abismo. La sujetó de forma dolorosa, tan posesiva que se sintió propiedad de Lucas en cuerpo y alma.
Aquello era un recordatorio de que su amante no era humano, no era psi, no era alguien a quien se pudiera controlar.
Sascha le adoraba tal y como era.
Él bajó la mano hacia los rizos entre sus piernas en busca de la palpitante protuberancia que pedía a gritos ser acariciada. Lucas sabía bien cómo frotar, cómo atormentarla. Un grito se desgarró desde lo más profundo de su alma y llevó los brazos hacia atrás para deslizar las uñas por sus bíceps.
Con un rugido, Lucas le soltó el cuello y comenzó a moverse con tanta fuerza y rapidez que a Sascha le fue imposible seguirle el ritmo. En vez de eso, se dejó llevar, aceptando su ansia, su necesidad, su reclamo, mientras su cuerpo se fragmentaba en un millón de pedazos, y fulgurantes chispas de atávicos colores titilaban ante sus ojos.
Para sorpresa suya, Lucas se retiró de su cuerpo, pero antes de que pudiera quejarse, hizo que se diera la vuelta entre sus brazos y la sentó encima de él con las piernas rodeándole las caderas. Un segundo después Lucas estaba enterrado tan profundamente en ella que Sascha apenas era capaz de respirar.
—Abre los ojos —le ordenó contra la boca.
Ella lo hizo sin vacilar y se enfrentó al fuego verde de aquellos ojos que se habían transformado por completo en los de la pantera.
—¿Por qué?
—Fuegos artificiales —susurró y reclamó sus labios en un beso tan ávido que Sascha se sintió consumida.
Esta vez, Lucas la tomó con embates profundos, rápidos e incesantes. Sascha se dejó llevar y permitió que él la llevara una y otra vez al límite, liberando toda su pasión.
Aquella era la danza más peligrosa y maravillosa de toda su vida. Cuando el cuerpo musculoso de Lucas se estremeció entre sus brazos y profirió un ronco rugido, Sascha sintió cómo todos sus instintos femeninos gemían de placer.
—Mía. —Aquella afirmación incuestionable fue lo último que dijo Lucas en mucho, mucho rato.
Acababan de terminar de desayunar cuando Lucas informó a Sascha de que se iba a hablar con Hawke, el alfa de los SnowDancer al que ella no conocía, al menos no estando consciente. Vaughn y Mercy, que también estaban sentados a la mesa con ellos, levantaron la vista.
—Os dejo de guardia aquí —les dijo—. Clay y Dorian se vienen conmigo.
Sascha tomó un sorbo de té y pensó en lo que iba a hacer. Regresar a su casa no era una opción. Jamás lo sería. Después de la noche que había pasado en brazos de Lucas ya no podía seguir fingiendo que era una psi normal. Sus escudos resistían en el plano psíquico, pero mantener su máscara en el mundo real se había vuelto imposible.
Además, estaba el hecho de que Lucas la había marcado.
En cuanto había entrado en la cocina los ojos de Tamsyn se habían posado en la marca de dientes que tenía en el cuello. Habida cuenta de lo que le había contado el día anterior, había pensado que la sanadora se enfurecería. En vez de eso, la mujer había esbozado una amplia sonrisa y le había dicho:
—Apuesto a que estás famélica.
Hasta el momento nadie había hecho mención alguna a los gritos. Ni a los arañazos que Lucas lucía en los brazos. Casi se había muerto de vergüenza cuando bajó y le encontró sentado a la mesa ataviado con una camiseta de manga corta. Una cosa era deshacerse entre sus brazos y otra muy distinta tener testigos de su absoluta rendición. Menos mal que se estaba poniendo la chaqueta negra de cuero sintético para marcharse a la reunión con Hawke.
—Quédate aquí —le ordenó pese a que ella no había hecho ademán de marcharse—. Aunque accediéramos a tu estúpido plan, no tienes fuerzas para entrar de nuevo en la red. Así que no te acerques y descansa.
Lucas tenía razón. Seguir a Henry le había consumido más energía de lo que había previsto. Necesitaría al menos un día más para recuperarse lo suficiente para poder poner en práctica el plan.
—No aguantaré más de unos pocos días. —La presión en su interior aumentaba minuto a minuto—. Tenemos que actuar antes o me descubrirán e intentarán recluirme.
Aquellos felinos ojos verdes se entornaron.
—Nadie va a encerrarte.
Lucas rodeó la mesa hasta ella y se inclinó para besarla delante de su gente. No fue un beso en la mejilla, sino uno en toda regla. Sascha se agarró a su cintura y se sujetó mientras él le reclamaba los labios de un modo que era claramente sexual e infinitamente posesivo.
Un minuto después, se había marchado dejándola con ganas de más. Cuando miró a los dos centinelas no vio reacción alguna en sus rostros. Vaughn la asustaba. No era tan frío y distante como Clay, pero había una oscuridad acechante en sus ojos que hacía que se preguntase cuán cerca estaba la bestia de la superficie.
Aunque Mercy era un poco más accesible, no podía librarse de la extraña sensación de que los centinelas no la querían allí. No podía culparlos. Ella formaba parte de una raza culpable de ayudar a la escoria de la peor calaña. ¿Quién sabía en qué lío había metido a Lucas?
—¿Estáis aquí para garantizar mi seguridad? —preguntó consciente de que no había ninguna otra persona vulnerable en la casa.
Ellos asintieron.
—Gracias. —Puso las manos sobre la mesa y se enfrentó a la mirada del centinela macho—. Sé que no soy lo que Lucas necesita, pero dejad que sea mío durante unos días más. Después de eso, dejaré de ser un problema.
Sascha se negaba a permitir que la autocompasión destruyera el milagro que estaba viviendo, pero lo que había dicho era un hecho.
Los cambiantes no conocían la envergadura de la PsiNet. Tenía ojos y oídos en cada rincón del mundo, sombras dentro de otras sombras. Era imposible escapar físicamente aun cuando su mente lograra sobrevivir de algún modo a la separación mental.
Fuera a donde fuese, hiciera lo que hiciese, la perseguirían y la atraparían. Lo habrían hecho con cualquier otro renegado porque la disensión minaba el protocolo del Silencio. No obstante, su caso suscitaría una reacción extrema; ella era la hija de Nikita.
No solo sabía demasiado, sino que su deserción supondría un fuerte golpe a la imagen invencible del Consejo.
Vaughn se inclinó, clavando en los suyos aquellos extraños ojos casi dorados.
—Si hubiera pensado que ibas a hacerle daño a Lucas, jamás habría permitido que te aceraras a él.
—Así que, ¿el hecho de que aún respire es un voto de confianza? —Sascha no dejaría que la intimidase, por mucho que ese hombre hiciera que se le erizara el vello de la nuca a modo de advertencia instintiva.
El centinela torció el gesto.
—No.
Mercy dejó su taza de café.
—Deja de tomarle el pelo, Vaughn. Creo que ya ha tenido suficiente.
—Me parece que nuestra psi es un poco más dura de lo que aparenta, ¿no es así, Sascha?
Sus ojos dorados escrutaron el rostro de Sascha en busca de algo que ella no acertaba a imaginar. Solo sabía que lo que la miraba no era algo del todo civilizado.
—He tenido que serlo para sobrevivir. —Sascha le sostuvo la mirada—. Incluso cuando era niña sabía que si descubrían que era diferente me enviarían a rehabilitación… una clase de lobotomía psíquica.
Incluso en esos momentos podía escuchar las pisadas y los susurros amortiguados de los rehabilitados recorriendo los pasillos del sanctasanctórum del Centro. Jamás debería haber oído aquellos sonidos ni visto a las espeluznantes criaturas en que los habían convertido, pero Nikita la había llevado de visita cuando apenas tenía diez años. Jamás olvidó las palabras de su madre: «No se te ocurra ser menos que perfecta, Sascha. Este es el resultado del fracaso».
Sascha no comprendió por qué Nikita había hecho algo así hasta que fue una adolescente. Tenía que haber sido consciente del defecto de su hija, haber mirado dentro de su mente antes de que ella fuera lo bastante mayor para protegerse.
Aquel severo gesto había funcionado: para el mundo exterior, Sascha jamás había sido sino perfecta. Incluso había convencido a Nikita de que su hija imperfecta se había convertido en una psi hasta la médula. Hasta que había comenzado a desmoronarse.
—No puedo creer que le hagan eso a los suyos —murmuró Mercy asqueada—. ¿Cómo puede alguien elegir vivir de ese modo? Yo preferiría la muerte.
Las palabras de Mercy hicieron que se le cerrara la garganta.
—Tengo que pediros un favor.
Vaughn enarcó una ceja. Puede que aquel hombre la hubiera dejado vivir, pero sabía que estaba aplazando su veredicto final.
—Si me encierran cuando pongamos en práctica el plan, si me envían al Centro en lugar de ejecutarme —comenzó—, quiero que me matéis. Yo no seré capaz de hacerlo porque encerrarán mi mente.
Sabía que una camisa de fuerza mental era el paso definitivo que la llevaría a la locura.
—Esa es una decisión que corresponde a Lucas —repuso Mercy con tono férreo, indicio de que pese a su belleza era antes soldado que mujer.
—No quiero que lo haga él. —Ya no. No cuando sabía lo que eso le costaría—. No debería tener que ver cómo muere alguien que le importa. —En los ojos de Vaughn vio que era consciente del pasado de Lucas—. Aunque no sintáis nada por mí, hacedlo por él. Lucas se merece algo mejor que tener que presenciar cómo me convierten en un vegetal.
Vaughn se puso en pie y Sascha pensó que se estaba negando a su súplica. Pero en lugar de abandonar la habitación, rodeó la mesa para colocarse detrás de ella. A continuación, colocó las manos sobre la superficie de madera y se inclinó hasta que sus labios le rozaron el cuello. Sascha se quedó paralizada sintiendo el poder contenido en aquel peligroso cuerpo masculino. El centinela podía partirle el cuello con una sola mano.