Capítulo 16

Aguardó a que una mente se dirigiera en la dirección adecuada para pasar de largo; no podía salir por sí misma o la MentalNet detectaría su anómala presencia en dos sitios a la vez. Cuando alguien se aproximaba lo suficiente, se ocupaba de desactivar sus sencillas alarmas y se fundía en los márgenes de su conciencia, como una sombra tan tenue que nadie sería capaz de detectarla. No quebrantaba ninguna ley moral ni ejercía ninguna influencia mental. Su huésped era simplemente un vehículo para llevarla a donde tenía que ir. Desde allí, era cuestión de suerte y lógica.

Siguió a una mente hasta que alcanzó otra que tuviera permiso para ir más lejos.

Tardó casi dos horas en llegar hasta Henry. Pegándose a la conciencia del ayudante que la había metido en el despacho, comenzó a rodear sigilosamente el cortafuegos de Henry en busca de trampas y alarmas.

Pasados dos minutos había encontrado tres, las cuales pudo neutralizar mientras continuaba oculta como una sombra. Una segunda inspección confirmó sus conclusiones iniciales: Henry era uno de los miembros más antiguos del Consejo y su cortafuegos era un reflejo de su autocomplacencia.

Apartándose del ayudante cuando la conciencia del hombre pasó junto a la de Henry, se fundió con la luz del consejero, como una mota de polvo tan diminuta que era imposible de ver. Fue una suerte para ella que a diferencia de la mayoría de los psi, una porción de la conciencia de un consejero estuviera siempre activa en la red debido a su necesidad de mantenerse al día de la ingente afluencia de datos.

De ahí en adelante, iría allá adondequiera que fuera Henry. Si la suerte no la acompañaba, este no saldría de su despacho mental, aunque cabía la posibilidad de que la llevara a los archivos sellados de las cámaras del Consejo. La existencia de dichas cámaras en la PsiNet se debía única y exclusivamente a que el Consejo estaba desperdigado por todo el mundo. El que Enrique, Nikita y Tatiana vivieran tan cerca unos de otros había sido una cuestión de pura suerte.

Henry se movió de repente. El sabor acre del miedo afloró a su lengua, pero pasó cuando él empleó las siguientes dos horas recorriendo la parte de la PsiNet donde se almacenaba la historia de su raza. No tenía ni idea de qué era lo que andaba buscando el consejero. Aquella debería haber sido una tarea de sus ayudantes. Justo cuando la frustración comenzaba a dominarla, lo encontró en la entrada de una cámara cuya existencia desconocía.

Dentro de la misma había millones de recuerdos y pensamientos. Henry se dirigió a la sección de su familia en la cámara. Sascha se sintió tentada. Sabía que era un riesgo, pero no podía dejar desaprovechar esa oportunidad; siempre le habían dicho que la historia de su familia había sido destruida por un repentino aumento de energía descontrolada.

¿Y si eso era también mentira?

Gracias a que Henry había dejado que su conciencia se extendiera por la cámara, ella pudo moverse con las fluctuaciones de su mente hasta que llegó a la parte que llevaba el sello psi de la familia Duncan.

Como no sabía cuánto tiempo estaría allí, se limitó a deslizarse almacenando datos en su mente proyectada. Los descargaría y examinaría una vez estuviera de nuevo tras la intimidad de sus propios cortafuegos.

Un movimiento inesperado.

Henry se marchaba. Sascha había aprovechado que él estaba absorto en su tarea para aventurarse hacia los márgenes más lejanos de su conciencia. Ahora esta estaba replegándose súbitamente en una espiral compacta, y si no seguía el ritmo, quedaría atrapada allí. Y aislado de su propia mente durante demasiado tiempo, su cuerpo entraría en un estado de coma del que jamás se recuperaría.

El miedo atenazaba el estómago de su cuerpo físico tendido en la cama, pero en la PsiNet su mente aparentaba la serenidad de un estanque. Consiguió regresar por los pelos antes de que Henry atravesara las puertas. Después de salir, el consejero emprendió camino hacia la sección más oscura de la red, cuyo acceso estaba altamente restringido. Lo que Sascha no había esperado cuando accedieron a dicha sección fue el aún más oscuro corazón que yacía dentro.

Las cámaras del Consejo.

Ahí era donde la cosa se ponía delicada. Si los miembros restantes estaban allí, podrían percibir lo que a Henry le había pasado por alto. Nikita era la más peligrosa.

De igual modo que ella había reconocido la firma de su familia en la cámara, su madre reconocería la de Sascha si el más mínimo resquicio de su mente emergía de la psique de Henry.

No obstante, Nikita no había comentado nada acerca de una reunión cuando habló con ella. De lo contrario, Sascha jamás habría iniciado aquella incursión. Se dijo que no debía dejarse llevar por el pánico. Entonces pasaron el último control y entraron en pleno corazón de la PsiNet. A su alrededor había otras seis mentes centelleantes.

El Consejo estaba reunido en sesión.

Tomando medidas desesperadas, Sascha se obligó a ir más allá de lo que jamás había ido, fundiendo su conciencia con la capa exterior de la de Henry a nivel molecular.

Prolongar semejante fusión podría suponer la destrucción de su psique, pero no tenía otra alternativa.

—¿Por qué estamos aquí? —Aquella voz cortante y joven tenía que pertenecer a Tatiana.

A pesar de encontrarse fuera del cortafuegos de Henry y no poder oír lo que él estaba pensando, sí podía escuchar lo que oía; los demás pensamientos tenían que filtrarse a través de esa barrera y, por ende, de ella, para llegar hasta la mente del consejero. Esa era la genialidad de moverse como un espectro.

—Precisamente —dijo Nikita—. He tenido que abandonar algo de suma importancia sin previo aviso.

—Se ha llevado a otra chica cambiante —habló la mente afilada de Marshall.

Sepultada tan profundamente que ya no era una persona, Sascha grabó la conversación sin procesarla. Allí las emociones eran su enemigo.

—¿Cuándo? —repuso Tatiana.

—Hace dos días y medio. Hicimos muy bien diciéndoles a nuestros subordinados que ocultaran cualquier caso… no creyeron que nos interesara mantenernos al corriente. —El tono de Marshall no cambió—. Me tropecé con la información durante una conversación con uno de mis guardias.

—No se puede consentir que esto continúe —intervino Nikita—. A pesar de lo que algunos os empeñáis en pensar, los cambiantes no carecen de poder. Los DarkRiver no han olvidado a las mujeres que han perdido… no me extrañaría que ya estuvieran investigando. Más nos vale que no se impacienten y decidan que cualquiera de nosotros les sirve.

Si Sascha se hubiera permitido pensar podría haberse asustado, pues no había sido consciente de que Nikita comprendiera con tal claridad una realidad que la mayoría de los psi ignoraban.

—¿Cuál es el clan esta vez? —inquirió Enrique.

—Los SnowDancer —respondió Marshall.

—Es un milagro que cientos de los nuestros no hayan muerto aún —comentó Nikita—. Esos lobos son unos sanguinarios.

—No son más que cambiantes. —Se escuchó la voz gélida y amenazadora de Ming—. ¿Qué pueden hacer?

—No seas estúpido —espetó Nikita—. Saben que tenemos que estar cerca para poder influenciarlos… lo bastante como para ser vulnerables a sus armas. Los SnowDancer mataron a cinco psi el año pasado. La red no llegó a recibir la alerta de que estaban en peligro. Simplemente dejaron de existir uno tras otro. Sus cadáveres nunca fueron hallados.

—¿Por qué no les damos un escarmiento ejemplar? —propuso Henry.

—Los psi que mataron estaban actuando de forma estúpida. Se internaron solos en territorio restringido al que únicamente los lobos tenían permitido el acceso —informó Marshall, frío y oscuro—. Nosotros no mantenemos tontos.

—¿Está confirmado que el asesino es un psi? —preguntó Nikita.

—La MentalNet ha captado rastros de ciertas características patológicas en los patrones de una mente psi. Dichas características alcanzan su punto álgido durante la semana en que retiene a la mujer —declaró Marshall—. No hemos podido localizarle.

—Solo un psíquico muy poderoso podría ocultarse tan bien —adujo Nikita—. Tiene que tratarse de un cardinal o de alguien que esté próximo a ese rango, alguien que tenga acceso a los niveles más altos de la PsiNet y que puede hacer que la MentalNet haga la vista gorda de vez en cuando. De lo contrario habría percibido mucho más que rastros.

—No podemos arriesgarnos a quedar al descubierto —apostilló Tatiana—. Debemos controlarle antes de que se ponga en evidencia.

—Estoy de acuerdo. Es el único modo de mantener la integridad de la PsiNet — repuso Shoshanna—. ¿Y si se trata de un psi de alto nivel necesario para el funcionamiento de la red? Tenemos que mantener la proporción de custodios cardinales. Demasiados han resultado vulnerables a este efecto colateral en concreto.

—Si es necesario lo controlamos y mantenemos satisfecho. Le proporcionamos las mujeres que necesita, mujeres a las que nadie eche de menos, mujeres que no pertenezcan a clanes agresivos como los de DarkRiver o SnowDancer. Y nos aseguramos de que nunca sea descubierto —declaró Marshall—. Por el momento, todos dedicaremos un cuarto de nuestra mente a vigilar la MentalNet, y en cuanto perciba cualquier indicio de la patología correspondiente, le localizamos.

¿Patología correspondiente? Aquel ente que previamente había tenido una conciencia individual como la cardinal llamada Sascha se preocupó por aquella elección de palabras tan extraña.

—¿Cómo sabes que no preferirá esconderse hasta que nos demos por vencidos? —inquirió Nikita—. Si es tan bueno ocultando su rastro, se percatará de que le estamos vigilando.

—Todavía no ha matado a la última chica. No creo que sea capaz de parar —adujo Marshall—. Todas nuestras investigaciones sobre asesinos en serie entre la población psi respaldan la teoría de la compulsión.

—¿Cuántos más hay activos en estos momentos? —quiso saber Nikita—. Los últimos datos que recibí decían que cincuenta.

—Que nosotros sepamos. Ninguno representa una amenaza como este sujeto desconocido… no cazan víctimas que llamen demasiado la atención. La mayoría escoge como víctima a otros psi, lo que hace que nuestra labor sea considerablemente más fácil.

—¿Qué se está haciendo al respecto con ellos? —dijo Henry.

—Se les está sentenciando a rehabilitación por motivos no relacionados y se está manteniendo a aquellos de los que no podemos prescindir. Nos ocuparemos de todos ellos sin alertar a la PsiNet.

—Pero siempre habrá más.

—Esa es la naturaleza de los psi.

La reunión concluyó sin más. Henry abandonó las entrañas de la PsiNet con Shoshanna a su lado. No hablaron hasta que estuvieron dentro de las paredes de su cámara privada.

—¿Qué opinas? —preguntó Henry.

—Es un resultado razonable. Podemos ocuparnos de este asunto sin que nadie más lo sepa.

—Los cambiantes sospechan.

—Las sospechas no sirven de nada sin pruebas que las respalden. Nadie ha descubierto a un solo asesino en serie psi desde la primera generación del Silencio. Sabemos guardar nuestros secretos. —La energía de Shoshanna fulguró—. ¿Dónde has estado?

—En los archivos históricos.

—¿Echando un vistazo?

—Sí. Tenías razón de nuevo; los indicadores están presentes en varios miembros de la extensa familia, pero es el hijo menor quien podría convertirse en un motivo de preocupación.

—Lo hablaremos esta noche. —Se marchó sin mirar atrás.

Henry echó un vistazo al calendario y emprendió el trayecto de vuelta a los archivos.

Esa parte de él que era Sascha emergió a duras penas a la superficie, alarmada al recordar que un rato antes había estado a punto de quedarse atrapada en la cámara.

Tardó unos segundos preciosos en tomar conciencia de su propia mente. Había estado muy cerca de perderse en Henry. Era imperativo que se separara de él antes de que este llegara a la cámara, pero tenía que hacerlo con la misma delicadeza con la que se había fusionado.

De modo que esperó. Casi había llegado a la cámara cuando pasaron junto a un guardia con un chapucero sistema de alarma. Sascha se deslizó de Henry y se pegó a la sombra del guardia. Cuando el hombre completó su ruta circular y llegó al extremo de la zona restringida, se unió a otro guardia. Regresar como un espectro hasta su propia mente le llevó tres horas porque estaba cansada, exhausta por la prolongada inmersión en la conciencia de otra persona.

Finalmente se introdujo sigilosamente detrás de su cortafuegos y volcó dentro de su mente la información recabada. Aquello era igual que soltar una bomba de datos cargada de metralla. Abrió los ojos de golpe y se derrumbó sobre la cama, el corazón le latía a mil por hora. Había demasiada información en su mente, de forma que dejó que esta la procesara mientras permanecía tumbada mirando al techo pensando en lo hambrienta que estaba.

Una ojeada al reloj le confirmó que era bien pasada la hora de cenar. Gruñendo, se acercó al panel de comunicación y comprobó los mensajes. Había uno de Lucas. Su aspecto se ajustaba al depredador que era, las marcas de su rostro resaltaban en la tibieza de su piel dorada.

—Señorita Duncan, si dispone de tiempo esta noche me gustaría discutir un asunto relativo al cambio del diseño. Estaré en nuestro lugar de encuentro previo.

Ahí terminaba el mensaje. Nadie que pudiera escucharlo encontraría nada extraño en él. Los ejecutivos solían dejar mensajes poco precisos constantemente. Solo ella percibía la preocupación que reflejaban aquellos felinos ojos verdes, solo ella sabía que había llamado después de que no se hubiera puesto en contacto con él tras un razonable lapso de tiempo, solo ella ansiaba ir a su encuentro.

Un vistazo al espejo le mostró que su aspecto era del todo aceptable. Nadie que la viera habría adivinado la confusión que bullía en su interior. Una vez tomó la decisión, se acercó de nuevo al panel para devolver la llamada, pero cambió de opinión acto seguido.

No tenía sentido alertar a cualquiera que estuviera vigilando sus andanzas.

Tenía el corazón en un puño ante la idea de que Lucas se preocupara, pero sabía que le habría dicho que hiciera exactamente lo que estaba haciendo.

Cambió la ropa cómoda que llevaba puesta por un austero traje de pantalón negro y una camisa blanca. Era el uniforme del psi y no se podía permitir el lujo de destacar.

Armada de ese modo, abandonó su apartamento. Y estuvo a punto de chocarse de frente con Enrique. De no haberse pasado la vida entera guardando secretos, la impresión podría haber hecho que se quebrara su caparazón.

—Consejero. ¿En qué puedo ayudarle? —Cerró la puerta de su casa a modo de indirecta sutil.

Los ojos oscuros del hombre inspeccionaron su atuendo.

—¿Una reunión tardía?

—Sí.

Las reuniones pasadas las nueve no eran algo inusual.

—Me gustaría hablar contigo. Ahora sería un buen momento. —Era una orden disfrazada de solicitud.

—A mi madre no le agradaría que me perdiera esta cita.

Por cercanas que fueran las posturas de Nikita y Enrique en asuntos del Consejo, la madre de Sascha no tenía aliados por los que estuviera dispuesta a sacrificar dinero y poder.

Las estrellas blancas de los ojos de Enrique centellearon de un modo que a Sascha le resultó perturbador.

—No te apresures demasiado en rechazar una proposición de ascender.

Creía que el consejero había renunciado a lanzarle ese señuelo. ¿Hasta qué punto la creía estúpida?

—¿Qué me está ofreciendo? —preguntó en lugar de echarse a reír en su cara.

—Eso es lo que deseo discutir. Podemos hacerlo en la privacidad de tu apartamento.

A Sascha se le erizó el vello de la nuca. No era ningún secreto que los psi de mayor edad se llevaban a los miembros con talento arrebatándoselos a sus familias, pero había algo turbio en la propuesta de Enrique. Estaba demasiado impaciente por estar a solas con ella, y a Sascha le aterraba saber el motivo.

—Como he dicho, consejero, debo rehusar. —Miró su reloj—. He de marcharme si quiero llegar a tiempo.

Enrique inclinó la cabeza y se apartó de su camino.

—Harías bien en hacerme un hueco, Sascha. La mayoría de los cardinales jóvenes matarían por estar en tu lugar.

La muerte era precisamente lo que temía que él le estuviera ofreciendo.

—Señor. —Mantuvo un tono formal, pero esa única palabra era un adiós.

Sascha pudo sentir sus ojos en la espalda durante todo el pasillo. Enrique sabía algo, era obvio que podía oler la imperfección en ella y que estaba decidido a sacarla a la luz.

Lo que no entendía era por qué le estaba prestando tanta atención en un momento en que el Consejo centraba sus esfuerzos en descubrir la identidad de un asesino en serie.

¿Sería posible que sospechara que ella estaba confabulada con los cambiantes?

Cuando subió al ascensor y se volvió hacia las puertas que se cerraban, Sascha vio que él la miraba desde el fondo del pasillo. Recordó tardíamente que Enrique estaba considerado el mejor estratega territorial de la PsiNet.

Era un maestro en tender trampas.

Lucas casi había hecho un surco en el suelo de tanto pasearse de un lado para otro.

Eran más de las diez de la noche… ¿Dónde estaba Sascha? Si alguien se había atrevido a hacerle daño lo destriparía a zarpazos. Sintió un movimiento a su espalda.

—¿Qué sucede, Nate?

—Todo el mundo está a salvo. Cachorros, madres, ancianos o heridos han sido todos trasladados. Les he dicho a los centinelas, a los soldados y a los menores de mayor edad que la próxima alerta significa la guerra.

Lucas había dado esa orden después de que Sascha hubiera despertado de su estado de inconsciencia.

—¿Cuáles son los ánimos del clan?

—Nadie está cómodo con que una psi tenga conocimiento de nuestra casa franca, pero te apoyarán decidas lo que decidas. —Puso la mano sobre el hombro de Lucas—. Te has ganado su lealtad. Te seguirán al mismísimo infierno si se lo pides.

Lucas se giró y miró al hombre a la cara.

—Eso es lo que temo. —En aquel momento todos sus instintos se pusieron alerta—. Ella está aquí.

Pasó junto a Nate y salió corriendo por la puerta trasera justo cuando el coche de Sascha se detenía suavemente detrás de la casa.

Cuando bajó del vehículo, su aspecto era tan frío como el de una estatua. Salvo que él había mirado dentro de esa máscara de piedra. Consciente de que el área estaba a salvo de ojos curiosos, se acercó a ella y la estrechó entre sus brazos. Sascha se puso tensa y luego le devolvió el abrazo tentativamente.

—He tenido mucho cuidado. Nadie me ha seguido hasta aquí.

—Podemos hablar dentro. —Se separó de ella y la condujo al interior de la casa, donde su clan y él podrían mantenerla a salvo.

Dorian y Kit habían entrado corriendo en la habitación cuando él salía y ahora estaban allí con Tamsyn y Nate. A pesar de haber visto antes a Sascha, todos los machos parecían asombrados por el abrazo que habían presenciado. Ignorándolos por el momento, Lucas hizo que Sascha se sentara en una silla, capaz de sentir su agotamiento.

Para su sorpresa, ella buscó a Tamsyn con la mirada.

—Lo siento, pero tengo mucha hambre.

La sanadora esbozó una amplia sonrisa.

—Entonces has venido al lugar indicado. Deja que te traiga algo.

—Gracias. —Se volvió de nuevo hacia él.

Lucas se había sentado a su izquierda y movió la silla para colocarse frente a ella.

—Dorian, Kit. —La orden fue obvia. Siguiendo la indicación de Nate, tomaron posiciones en la habitación—. ¿Quién hay fuera?

—Clay, Mercy y Barker. Rina y Vaughn están patrullando el perímetro exterior.

Ahora que las demás casas francas estaban vacías, los centinelas se habían reunido allí.

—Kit, ve a sustituir a Mercy.

El joven parecía querer discutir, pero debió de ver la expresión implacable en los ojos de Lucas, y se marchó sin mediar palabra. Mercy entró en el cuarto al cabo de un minuto y tomó posición. Era un asunto de adultos, no de niños, y por adulto que pareciera, a Kit se le seguía considerando un cachorro. Se le había permitido quedarse, pero no le habían pedido que luchara excepto como último recurso.

Tomó a Sascha de la mano y la miró a los ojos.

—Primero, come.

Tamsyn puso un plato de sándwiches delante de ella. Sascha se negó a soltarle la mano mientras tomaba uno tras otro y se los comía. Las galletas de chocolate siguieron el mismo camino, igual que el vaso de leche. Su rostro reflejaba tal dicha después de cada bocado, que Lucas se preguntó qué haría cuando le prodigara placer de verdad, algo que tenía toda la intención de hacer.

—¿Más? —preguntó Tamsyn mientras retiraba los platos.

—No, gracias. Me… me gusta tu comida. —Viniendo de un psi era toda una declaración entusiasta.

—Mi cocina está siempre abierta.

Daba la impresión de que Sascha quisiera sonreír pero que no sabía cómo hacerlo.

—He entrado en la PsiNet.

Todos guardaron silencio.

—Cuéntanos qué significa eso, Sascha.

Lucas podía sentir el sufrimiento que ella desprendía y eso le partía el corazón.

Emanaba vibraciones de una pena tan profunda que le sorprendía que no la mataran.

—Nunca había podido hablar sobre ello —dijo recordándole a Lucas sus intentos previos de conseguir que compartiera información—. Pero ahora sí puedo. Me pregunto si eso significa que mi mente se ha deteriorado tanto que los bloqueos ya no aguantan.

—Acabas de entrar sin autorización en la red de información más segura del mundo… tu mente está bien.

—La PsiNet es como vuestro Internet, salvo que está configurada por mentes y no por ordenadores —adujo en lugar de responder—. Es pública en su mayoría, pero existen nodos ocultos de información clasificada. Obtuve acceso a esas partes restringidas.

Sascha hacía que pareciera muy simple y práctico, pero Lucas sabía que no debía de haber sido así ni por asomo.

—¿Qué habría sucedido si te hubieran descubierto?

Sascha se enfrentó a su mirada.

—Me habrían ejecutado.

—Eso no nos lo dijiste.

Estaba furioso con ella, tanto que deseaba llevarla a rastras a su guarida y dejarse dominar por su ser primitivo. Un rugido amenazó con escapar de su garganta.

—No pensé que fuera relevante. —Sascha parecía una verdadera psi, hasta el punto que nadie que no hubiera estado observando sus ojos habría imaginado la profundidad del miedo que debía de haber experimentado—. He descubierto más cosas de las que podíamos haber esperado.