Capítulo 15

Lucas vio a Sascha salir al patio. Estaba creando la máscara impávida propia de los psi mientras caminaba, y aunque a la bestia le enfurecía ver cómo le dejaba fuera, sabía que debía permitir que ella se protegiera de ese modo. Le dolía profundamente no poder mantenerla a salvo, pero también le llenaba de orgullo la fortaleza que habitaba en el frágil cuerpo de su pareja.

—¿Rina? —le preguntó a Dorian, que se encontraba de pie en el porche.

—Estará bien.

—Hablaba en serio, Dorian. No te acuestes con ella. —Al igual que la gran mayoría de los leopardos hembra que había alcanzado recientemente la madurez, Rina era muy sexual. Su olor resultaba irresistible para los machos y no podía culpar a Barker por haber sucumbido—. En cuanto lo hagas intentará tenerte agarrado por las pelotas.

Dorian enarcó una ceja.

—Yo también hablaba en serio. Es demasiado joven y blanda para mí.

Lucas miró fijamente a su amigo.

—Sascha está preocupada por ti.

También él. Cada vez era más difícil llegar hasta Dorian a pesar de cómo había logrado recobrarse después de que se hubieran enterado del secuestro de Brenna.

—Sé cuidarme solito.

—Eres del clan… no tienes por qué enfrentarte solo a tu pérdida. Kylie también era uno de los nuestros.

La joven había sido igual que Rina: un poco salvaje, un poco rebelde y un verdadero encanto. Por eso Lucas había puesto a Rina bajo el mando del centinela.

Dorian podía ser un supervisor muy estricto, pero nunca le causaría ningún daño.

—Necesito sentir su sangre corriendo por mis fauces.

Dorian desvió la vista hacia Sascha, que se encontraba junto al coche.

—Ella no entiende nuestra necesidad de venganza.

—Creo que comprende mucho más de lo que le reconocemos. —Había visto una compasión tan profunda en aquellos ojos estrellados como jamás él había sentido por otro ser—. Volveré dentro de unas horas.

—Yo velaré por todos.

Lucas dejó a Sascha en la esquina del edificio donde se encontraba su apartamento.

—¿Cómo vas a explicar la ausencia de tu coche?

—Diré que me lo robaron cuando aparqué cerca de una zona cambiante. Que no me molesté en presentar una denuncia porque esa zona está poblada de leopardos de DarkRiver y decidí que no merecía la pena enemistarme contigo por lo que valía el coche.

—¿Se lo creerán?

—La mayoría de los psi consideran que los cambiantes son especies inferiores, de modo que sí. Tendré un coche nuevo en cuestión de horas. —En el tono firme de su voz no había ni rastro de la mujer que le había estrechado entre sus brazos—. ¿Hay alguna información que pueda compartir sin haceros vulnerables?

Lucas golpeteó suavemente el volante con el dedo.

—No puedo saber para qué podrían utilizar la información.

—Lo pospondré.

—¿Es seguro?

—Espero no estar por allí el tiempo suficiente para que se impacienten. Un par de días más podrían irritar a Enrique, pero no me parece que eso vaya a ir a más.

Lucas percibió algo en su voz que no acertó a comprender, pero Sascha abrió la puerta antes de que pudiera hacerlo.

—Cuídate, querida Sascha.

El velo cayó de sus ojos durante un segundo y Lucas pudo ver a la verdadera mujer.

—Ojalá hubiera nacido en otro tiempo y en otro lugar. Entonces quizá podría haber burlado al destino… quizá podría haber sido tu amor.

Sascha se marchó antes de que él pudiera hablar. La vio alejarse calle abajo y doblar la esquina sin volver en ningún momento la vista atrás.

Enrique no le había dejado un mensaje a Sascha la noche anterior. No había hecho falta. Una vez más la estaba esperando en el despacho de su madre.

—Sascha —le saludó Nikita sentada a su mesa con una cierta severidad en los ojos—. Espero que todo el tiempo que estás invirtiendo en este proyecto resulte estar justificado.

Era un comentario extraño, sobre todo teniendo en cuenta que Nikita había sido quien le sugiriera que supervisara hasta el más mínimo detalle.

—Todo va como la seda, madre. Creo que los cambiantes aprecian el contacto personal.

—Muy cierto. —Enrique, que se encontraba mirando por la ventana, se volvió hacia ella—. Pareces entender bien cómo piensan.

Prudencia, se dijo Sascha. No podía permitir que albergaran sospechas en cuanto a qué era lo que sabía y qué lo que no les estaba contando.

—No estoy segura de que merezca tal elogio, consejero, simplemente empleo las técnicas psi conocidas para tratar con otras especies. Como ya he dicho, son extremadamente desconfiados en cuanto a compartir información conmigo.

—¿Estás diciendo que sigues sin haber penetrado en sus defensas? —Aquello era prácticamente un insulto y había salido de labios de Nikita.

Las sospechas de Sascha acerca de que Nikita y Enrique estaban aliados aumentaron.

—Es difícil. Los leopardos utilizan las emociones como vínculo social. —No podían culparla por ser aquello en lo que la habían convertido.

Enrique clavó en ella sus ojos de cardinal sin parpadear.

—Por desgracia eso es cierto. —Miró a Nikita—. Quizá estemos dando excesiva importancia a la capacidad de Sascha para obtener información.

«Estemos.» De modo que estaban los dos juntos en aquello, fuera lo que fuese. En lugar de defender sus habilidades dejó que decidieran sin interrupciones, como si el malicioso insulto no tuviera la más mínima importancia. Por supuesto que aquello era un insulto únicamente en su mente. Sin duda alguna para Enrique no había sido más que una síntesis de sus capacidades.

—Gracias, Sascha —dijo Nikita—. Parece ser que esta aventura no nos permitirá recabar tantos datos objetivos como esperábamos.

Sascha se despidió y salió del despacho con una desagradable sensación en la boca del estómago. Durante todo el tiempo había tratado de ignorar el hecho de que su madre pudiera estar ayudando a un asesino a escapar de la justicia, inventándose cuentos de hadas en los que Nikita se mantenía independiente del resto del Consejo.

Verla con Enrique le había hecho abrir los ojos de golpe. Los miembros del Consejo diferían en algunas cuestiones, pero cuando se trataba del mundo exterior, eran un frente común sólido.

Si uno de ellos estaba al corriente, todos lo estaban.

Era igualmente obvio que desde un principio la finalidad de Sascha había sido la de actuar como topo. Había sido la propia Nikita la que puso todo su empeño en hacerse con un proyecto que otros psi rechazaban y la que había sugerido la participación de Sascha en el mismo. La aquiescencia que había mostrado en un principio a que Sascha le informara a ella en lugar de a Enrique probablemente no se debía más que a un pulso de poder entre su madre y el consejero. Lo que Sascha desconocía era qué esperaban descubrir esos dos.

Procuró no dejar que las turbulentas emociones que la invadían afloraran a la superficie mientras esperaba el ascensor. Nikita era su madre, la única que tenía. Su corazón se negaba a aceptar que estaba involucrada en algo tan sucio como ocultar las huellas de un asesino.

Un susurro llegó a sus oídos un segundo antes de que una pesada mano se le posara en el hombro. Si no hubiera estado alerta, podría haberse sobresaltado y descubierto su juego. Apartándose suavemente de él como haría cualquier otro psi, se volvió para encararse con Enrique.

—¿Alguna cosa más, señor?

—Me resultas una… joven poco corriente. —La mirada del consejero se clavó en la suya durante un segundo.

El corazón se le subió a la garganta cuando escuchó que la describía como «poco corriente».

—Soy muy normal, señor. Como sabe, mis poderes cardinales no se han desarrollado —confesó aquella verdad que tanto odiaba porque podría ser una de las cosas que harían que Enrique perdiera el interés en ella.

—Quizá pueda ayudarte a desarrollarlos. —Le brindó aquella sonrisa fría y vacía—. Estoy seguro de que Nikita daría su beneplácito.

Sascha sintió que se abría un agujero bajo sus pies.

—Me han examinado en múltiples ocasiones.

Las puertas del ascensor se abrieron con un suave susurro a su espalda. Enrique miró por encima de su hombro al tiempo que la sonrisa se borraba de su rostro, y dio un pequeño paso atrás.

—Latham.

—Consejero.

El psi de mayor edad se acercó y rodeó a Sascha.

—Me dijeron que le encontraría aquí.

—¿Alguna otra cosa, señor…? —Sascha retrocedió hacia el ascensor.

—Continuaremos más tarde. —Enrique mantuvo una expresión afable, pero su mirada tenía cierto brillo ladino.

Sascha reprimió las ganas de derrumbarse cuando las puertas se cerraron, pues sabía bien que todo espacio público estaba vigilado. El consejero había detectado algo en ella, algo que le había puesto sobre su pista. No descansaría hasta descubrir qué era exactamente lo que había alertado sus sentidos, y una vez lo supiera, no le mostraría la más mínima piedad. Había visto su estrella en la PsiNet. No había emociones en ella, ni sentimientos ni imperfección. Nada salvo la fría inteligencia que siempre había atisbado. Enrique era el producto más perfecto del Silencio.

Lucas no volvió a la casa franca después de dejar a Sascha. Tenía que aparentar que todo iba como siempre. Nadie podía sospechar que los cambiantes estaban preparándose furtivamente para una posible guerra.

Tras dejar su coche en el aparcamiento del edificio de DarkRiver, entró para ver a Zara. Esta quería comentarle algunas cosas y Lucas pasó una hora con ella. Dado que Zara no era un leopardo, la habían mantenido al margen de todo. La protegerían si se daba el caso, pero no había razón para mezclarla en aquel embrollo. Todavía no. Por eso mismo Zara continuaba trabajando en los planos sin saber que era posible que nunca llegaran a construirse. Por otra parte, si encontraban a Brenna con vida y lograban evitar el desastre, el acuerdo podría adquirir una importancia vital.

A pesar de aquellos pensamientos, su mente estaba totalmente centrada en Sascha. ¿Qué estaba planeando? Había visto su mirada resuelta cuando se apeó del coche y no estaba seguro de que aquello le gustara. Era una mujer tozuda.

Eso no significaba que fuera frágil.

Sabía que Sascha iba a correr peligro y le enfurecía no tener derecho a impedírselo.

La bestia rugió, deseando esos derechos. Su parte humana estaba de acuerdo. Se había terminado intentar mostrarse civilizado. Sascha Duncan estaba a punto de ser marcada.

—¿Lucas?

Alzó la mirada y encontró a Clay junto a la puerta. Tras excusarse con Zara, se alejó con el centinela hasta que estuvieron lo bastante lejos como para que no pudiera oírles.

—¿Qué sucede?

—Puede que tengamos una pista. Uno de los jóvenes lobos violó las reglas y se fue de parranda al centro de la ciudad… jura y perjura que captó el olor de Brenna cerca de un edificio.

Lucas se enfureció.

—¿Fuerte? —Era imposible que el asesino retuviera a Brenna en la ciudad.

—No. Débil. Como si hubiera sido dejado por alguien que hubiera estado cerca de ella. —Le entregó un papel con la dirección a Lucas—. El muchacho se puso frenético ya que se trataba de un edificio propiedad de los psi.

Lucas supo sin saber bien cómo lo que había escrito en aquel pedazo de papel.

—La sede de los Duncan. —Sascha estaba allí en esos momentos. El instinto le gritó que fuera hasta allí y la sacara de aquel lugar, pero sabía que atraer esa clase de atención sobre ella podría hacer que la mataran—. ¿Captó algo más?

Clay sacudió la cabeza.

Lucas miró de nuevo el pedazo de papel.

—Contando a los residentes y al personal de día, ese edificio alberga diariamente cerca de quinientas personas. Añade a los visitantes y reducir las posibilidades va a ser casi imposible. —Estar tan cerca y a la vez tan lejos tenía que estar destrozando a los lobos. A él le carcomía por dentro, y eso que Brenna no era miembro de su clan—. ¿Qué ha dicho Hawke?

—Su gente está intentando entrar en el ordenador central del edificio… esas torres psi tienen un registro de todo aquel que entra o sale. —El centinela enarcó una ceja—. Sascha podría obtener esa información fácilmente.

—No. Dejaría un rastro claro que llevaría hasta ella. —Lucas arrugó el trozo de papel en la mano—. ¿Se ha realizado algún reconocimiento in situ?

—Hawke entró. —Los ojos de Clay lo decían todo—. No percibió el olor, pero cree al muchacho. El chico no es de los que suelen inventarse cosas.

Con la vista clavada en el ordenador integrado en una mesa cercana, Lucas tomó una decisión.

—Yo también voy a ponerme manos a la obra con los ordenadores. —Eso le daría algo en lo que ocuparse en lugar de quedarse de brazos cruzados, impotente, mientras Sascha arriesgaba la vida—. Dile a Hawke que le avisaré si consigo algo.

Clay se marchó sin poner objeciones al plan de Lucas. Ambos eran partidarios de conocer al enemigo. En el caso de los psi, eso significaba conocer los sistemas informáticos en profundidad. La raza de los psíquicos dependía de los ordenadores para todo. Era una de sus únicas debilidades físicas.

Pero antes de hacer nada, hombre y bestia tenían que asegurarse de que Sascha estaba bien. Sacó el móvil y marcó su código.

El frío tono de su voz le recibió de inmediato.

—Señor Hunter. ¿En qué puedo ayudarle?

—¿Recuerda los detalles que le pedí que supervisara? Tal vez sea mejor que lo posponga.

—¿Por qué? ¿Acaso no me dijo que necesitaba una respuesta lo antes posible?

—Tenemos indicios de que podría haber una filtración en su equipo. Nos gustaría cambiar ciertos términos para garantizar la seguridad financiera.

No deseaba que ella corriera riesgos si el asesino andaba cerca.

—Le aseguro que nuestra seguridad es infalible. —Sascha se mantuvo en sus trece—. Le ruego que no se preocupe por sus diseños.

—Preocuparme forma parte de mi naturaleza. Tenga cuidado.

Lucas deseaba poder meter la mano por el teléfono y ponerla a salvo, deseaba mantenerla sana y salva entre los brazos protectores de la pantera.

—Siempre.

Maldijo cuando ella colgó el teléfono. Intentar entrar en el ordenador central de los Duncan no hizo que se olvidara de lo que estaba haciendo Sascha, pero le ayudó a mantener la mente ocupada. Por desgracia, tenía la sensación de que eso era precisamente lo que era: un trabajo infructuoso.

Las respuestas a sus preguntas no se encontraban en un ordenador normal, sino en las inaccesibles cámaras acorazadas de la PsiNet.

Sascha se preguntaba si había entendido correctamente a Lucas. ¿Le había advertido que desistiera porque el asesino podría encontrarse en el edificio de los Duncan? Eso debería haberla asustado, pero no era así. Allá adonde iba la distancia física poco importaba y la muerte podría ser más rápida que el tajo del cuchillo de un asesino.

Por primera vez en su vida iba a intentar piratear la PsiNet, muy posiblemente el mayor archivo de información del mundo. Todo psi se conectaba de forma automática a la red al nacer.

No había modo de escapar. Sin embargo, y debido a que los psi eran gente de negocios extremadamente práctica, a todos se les enseñaba a erigir cortafuegos que contuvieran las intrusiones no deseadas.

Los cortafuegos mantenían la gigantesca PsiNet a raya, aislando la mente de los psi.

No obstante, todos los psi volcaban datos en la red y algunos prácticamente vivían abiertos completamente a ella. A estos individuos se les consideraba extremistas. No era ni práctico ni eficiente vivir con información filtrándose dentro de la mente.

Por consiguiente, un cortafuegos resistente se consideraba una señal de la fuerza de un psi. A nadie le había extrañado cuando, de niña, comenzó a construir los cortafuegos más fuertes que jamás se habían visto. Sus cortafuegos se habían vuelto más sofisticados a medida que crecía.

Era lo único en lo que siempre había destacado, como si sus habilidades protectoras hubieran sido algo innato a ella. Incluso otros psi habían recurrido a ella para que les instruyera. Sascha les había enseñado mucho, pero se había guardado unos cuantos secretos que, si eran descubiertos, podrían hacer que la arrastraran ante el Consejo.

Aunque la intimidad era algo permitido, e incluso fomentado, la MentalNet era siempre consciente de todos y cada uno de los individuos de la red. Si una mente se desconectaba, el psi era localizado físicamente, y en el cien por cien de los casos, se le encontraba muerto o tan deteriorado que su mente se había retraído como preludio de la muerte. Esas eran las dos únicas formas admisibles de abandonar la PsiNet.

Sascha no había descubierto otro modo de hacerlo, pero sí cómo enmascarar su presencia, cómo moverse por la red sin alertar a la MentalNet. De niña había practicado aquel juego de la mente de forma inconsciente, quizá ya sabía que un buen día necesitaría esconderse para no perder la vida. Por aquel entonces no se había aventurado en ningún lugar al que se suponía que no debía ir un niño, de modo que en caso de que la hubieran pillado, a nadie se le hubiera ocurrido castigarla por ello.

Simplemente lo hubieran achacado a un desarrollo de poderes cardinales, un tanto erráticos, y lo habrían descartado.

Cuanto más crecía, mejor se le daba moverse como una sombra. Aquel truco requería seguir de cerca a otra mente, obteniendo así entrada en los cuartos mentales de información a los que esta tuviera acceso. No era necesario entrar por la fuerza en la mente elegida.

Desde que se percató de lo cerca que estaba del abismo, Sascha había estado siguiendo a gente que podría proporcionarle acceso a los archivos sellados del Centro.

Había sido un intento de luchar contra la pesadilla que había vislumbrado en su infancia. Había querido demostrarse a sí misma que su mente infantil había exagerado aquel aterrador lugar. Lo que descubrió le había horrorizado hasta tal punto, que había comenzado a buscar mentes que pudieran saber cómo escapar de la red y sobrevivir a ello.

Y no había encontrado nada.

Esta noche iba a intentar seguir a un miembro del Consejo. Si la descubrían, significaría una sentencia de muerte inmediata. La hazaña no iba a ser fácil, a pesar de que no todos los consejeros eran cardinales.

Los cardinales eran a menudo tan cerebrales que no les interesaba en absoluto la política. En cambio, algunos psi no cardinales poseían un don defensivo y ofensivo tan extraordinario que hacía que fueran tan peligrosos como los cardinales mejor adiestrados.

Todos y cada uno de los consejeros estaban clasificados como letales.

Después de inspirar profundamente puso su comunicador en silencio y se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas. La soledad la envolvió en silencio. Después de pasar tanto tiempo con los cambiantes se sentía perdida al no sentir contacto ni risas a su alrededor.

Más que nada, echaba de menos a Lucas.

Algo titiló en su mente y sintió el roce de un pelaje contra la mejilla, el susurro de árboles en su mente y el aroma del viento en las fosas nasales. Un segundo más tarde, todo había pasado. ¿Había sido un recuerdo sensorial o…?

Sascha sacudió la cabeza. No podía permitirse el lujo de distraerse. Su pantera confiaba en ella. Todos lo hacían. La vida de una mujer estaba en juego… y ella ya no estaba segura de la bondad innata de las personas.

Cerró los ojos y se introdujo dentro de su mente. Lo primero que hizo fue deslizarse detrás de su propio cortafuegos, dejando un vago espectro de su presencia dentro a fin de engañar a la MentalNet con respecto a la actual ubicación de su conciencia. Era un ardid sencillo que había tardado años en perfeccionar.

Se mantuvo oculta al amparo de la sombra de su propia mente. Las luces se extendían infinitamente en todas direcciones, hasta más allá de donde alcanzaba la vista.

Algunas eran apenas visibles y marcaban la presencia de los psi de menor categoría, en tanto que otras ardían de tal forma que parecían soles en miniatura. Los cardinales. Sascha miró su propia luz y se preguntó por sus diferencias.

Las alteraciones se habían desarrollado cerca de la pubertad, y por entonces era lo bastante buena creando escudos multicapas como para ocultarlas bajo un falso caparazón.

De cara a la PsiNet, su estrella fulguraba igual que la de cualquier otro cardinal. Solo ella sabía qué aspecto tenía en realidad: un arco iris que desprendía alegremente chispas en todas direcciones para más tarde fusionarse dentro de su mente. Si hubiera permitido que brillara sin barreras, ya habría infectado toda la red.

Se alejó de la belleza oculta de su mente y buscó sus objetivos.

La estrella de Nikita fue fácil de localizar, vinculada como estaba a la de Sascha por finos enlaces de energía que contaban la historia de sus lazos familiares. Sascha no tenía intención de seguir a su madre. La mente de Nikita no solo estaba demasiado compenetrada con la suya, sino que además no se creía capaz de sobrellevar el golpe que le supondría descubrir que su madre estuviera confabulada con aquellos que protegían a un asesino.

Era algo con lo que ningún hijo debería tener que cargar.

Había otros seis consejeros. Una cifra impar para garantizar que nunca se diera un empate en las votaciones. Marshall Hyde era el hombre más cruel que jamás había conocido, su estrella en la PsiNet era como un molinillo de hojas afiladas. Era un cardinal y había tenido más de sesenta años para perfeccionar su don.

La estrella de Tatiana Rika-Smythe era una luz más suave. Había obtenido una puntuación de 8,7 en el gradiente, pero eso era engañoso. Nadie ocupaba un asiento en el Consejo a tan temprana edad sin ser despiadada al más puro estilo patentado por los psi.

También estaba Santano Enrique. Sascha se estremeció en lo más profundo de su alma. Sus sospechas sobre la alianza entre Nikita y él no justificaban el enfoque personal que este había mantenido en sus recientes encuentros con ella. Le creía muy capaz de tenderle una trampa, por lo que no tenía la menor intención de acercarse a la estrella de Enrique.

Ming LeBon era otro cardinal. Aunque con menor experiencia que Marshall, también él había dispuesto de casi treinta años más que Sascha para perfeccionar sus habilidades. Se rumoreaba que la especialidad particular de Ming era el combate mental. Shoshanna y Henry Scott rondaban ambos el 9,5 en el gradiente. La elegante y grácil Shoshanna era el rostro público del Consejo, aquella que aparecía en los reportajes de los medios y en los artículos de los periódicos. Tenía un aspecto frágil e inofensivo, pero podía ser igual de mortífera que una víbora.

Henry era su marido. Habían optado por un matrimonio al estilo humano en lugar del contrato reproductivo que imperaba entre los de su raza a fin de presentar una imagen más favorable ante la prensa ajena a los medios psi. Aquello no era de dominio público.

Nikita se lo había contado a Sascha cuando todavía criaba a su hija para que ocupara un puesto en el entramado del Consejo, antes de que ambas aceptaran que la anomalía de Sascha no iba a solucionarse por sí sola.

Henry era su objetivo. Aunque era sumamente poderoso por sí mismo, era sin duda el miembro beta de la pareja Shoshanna-Henry. Como tal, era el único consejero que mostraba alguna cualidad sumisa. Era, además, fácil de localizar en la red, aun cuando no hubiera entrado en contacto con él y no tuviera idea de su firma mental.

Entre las responsabilidades de un consejero estaba la de ser accesible a la población a la que representaba. En verdad, el sendero para llegar hasta ellos era como un campo de minas, representadas por ayudantes y guardias.

Aquello sería laborioso. Sascha comenzó a seguirle.