Capítulo 12

Lucas supo que algo no iba bien en cuanto Sascha llegó al emplazamiento donde su equipo y él estaban tomando las medidas iniciales. Habían tenido que cerciorarse de que todo parecía normal a primera vista, no había necesidad de poner a los psi sobre aviso innecesariamente. Se encontraba allí a fin de fomentar esa impresión cuando en realidad preferiría estar persiguiendo a un asesino despiadado.

Observó mientras Sascha aparcaba el coche a cierta distancia de los demás y se encaminaba hasta el extremo oriental de la obra, lejos de donde estaban trabajando.

Lucas, que estaba en cuclillas, se levantó y le entregó el bloc de notas a la mujer que tenía al lado.

—Protege el fuerte, Zara.

—¿Qué harías tú sin mí? —La gata montés le guiñó el ojo.

Sonriendo a pesar de la tensión en el estómago que pronosticaba problemas, se fue hacia Sascha. Fue todo un shock encontrarse frente a frente con ella y darse cuenta de que no quedaba ni rastro de la mujer que había dejado que él la besara. Se puso tenso, todo su ser se negaba a aceptarlo. No a ella, sino a la máscara que se había puesto una vez más.

Sascha se estaba escondiendo y eso era inaceptable para ambos aspectos de su naturaleza.

No había nada que deseara más que obligarla a despojarse de ella… aunque no comprendía por qué eso le enfurecía tanto.

—¿Cuánto tiempo falta para que comiencen las obras? —preguntó antes de que él pudiera decir nada.

—Los planos estarán terminados dentro de un mes. Una vez que los apruebes, iniciamos las obras.

—Por favor, mantenme informada. —En sus ojos había una oscuridad que hizo saltar todas sus alarmas.

La pantera se enfureció.

—¿Qué has hecho? —preguntó de forma categórica.

—Soy psi, Lucas.

—Maldita sea. —La agarró del brazo y ella se quedó paralizada—. ¿Qué coño has hecho?

Sascha apretó los labios hasta formar una fina línea blanca.

—He ido a contárselo todo a mi madre.

Las llamas de la traición se extendieron como ácido por la sangre de Lucas.

—Puta. —Le soltó el brazo asqueado.

—Pero no lo hice. —Habló en voz tan queda que casi no la escuchó.

—¿Qué?

—No pude contárselo. —Le dio la espalda y fijó la mirada en los árboles que bordeaban el aparcamiento—. ¿Por qué no pude, Lucas? Soy una psi. Les debo lealtad, pero no pude articular palabra.

Lucas sintió un alivio tan grande que casi resultaba doloroso.

—¿Qué han hecho ellos para ganarse tu lealtad? —Y mezclada con el alivio había ira. Ira porque ella hubiera considerado siquiera el traicionarle.

—¿Y qué has hecho tú? —Le miró por encima del hombro.

—He confiado en ti. —Y no era hombre que depositara fácilmente su confianza en los demás—. Supongo que estamos en paz.

Sascha apartó la vista.

—Voy a registrar la PsiNet en busca de información. Te daré lo que encuentre.

En aquella voz perfectamente modulada se percibía una soledad desgarradora, algo que le hizo pensar que ella se haría mil añicos si no decía las palabras adecuadas.

—Sascha.

Lucas se dispuso a tocarle en el hombro incapaz, a pesar de la cólera, de verla sufrir de ese modo. No se le pasó por la cabeza pensar por qué era tan importante para él que Sascha no sufriera. Simplemente lo era.

—No lo hagas. —Sascha se apartó y luego prosiguió con un hilo de voz—: Necesito ser algo, aunque eso signifique que soy parte de una raza de asesinos. Si no soy una psi, entonces, ¿qué soy?

Antes de que pudiera contestar, Zara le llamó y él le respondió agitando la mano.

—¿Quién dice que un psi no pueda ser otra cosa? —dijo.

Sascha no dijo nada hasta que Lucas estuvo en el otro extremo de la obra.

—La naturaleza. —Aquel entrecortado susurro reveló el secreto mejor guardado de su raza. Al igual que los demás psi, dependía de la PsiNet para respirar.

Desconectarse durante un lapso de tiempo superior a un minuto o dos supondría para ella una muerte terrible. Y si descubrían su defecto, sería sentenciada a la muerte en vida a causa de la rehabilitación. Su única esperanza de sobrevivir era ser más psi que los propios psi, ser… indestructible.

Esa mañana había ido a ver a Nikita con el firme propósito de informarle de todo cuanto sabía. Dominada por la confusión y una especie de ira ciega ante un destino que le había mostrado la gloria y luego le había dicho que no podía tenerla, se había convencido a sí misma de que si traicionaba a los DarkRiver se redimiría a ojos de Nikita y, al fin, sería la hija que su madre siempre había querido.

Pero cuando había abierto la boca para hablar, únicamente había salido una sarta de mentiras por ella. Todas y cada una de ellas contadas para proteger a los cambiantes, para proteger a Lucas. Procedían de una parte oculta de sí misma que nunca antes había visto, un nudo vivo, fuerte, formado de lealtad inquebrantable y férrea determinación. Aquella parte no le dejaría hacer nada que hiriese a la pantera que la había besado y había roto los muros de cristal de su existencia en un millón de añicos.

Entonces se percató de que, por primera vez en su vida, había una cosa que deseaba aún más que pertenecer a algún lugar. Aunque fuera por un momento, por un solo segundo, quería ser amada.

Un sueño vano e imposible para un psi.

Nunca se cumpliría, pero al menos podía ayudar a aquella raza que sí sabía amar.

Quizá con eso bastara para saciar la necesidad de su alma. Tal vez…

Lucas consintió que Sascha guardara las distancias mientras concluían con las mediciones, pero no tenía intención de permitir que se encerrara en sí misma. Nunca se le había dado bien acatar órdenes.

«No lo hagas», le había dicho ella cuando intentó tocarla.

No porque ella fuera uno de los intocables psi, sino porque era algo más: una mujer que sentía. De no haber estado convencido de eso después del beso compartido, las dudas habrían quedado despejadas con su confesión. No la había perdonado por haber considerado siquiera la idea de traicionarle, pero eso no significaba que fuera a dejarla ir.

No podía.

Sascha era suya. La idea de verla marchar era sencillamente intolerable. Tal vez hubiera estado ciego antes, pero ahora el fuego de la cólera que había sentido solo de pensar en que ella le traicionara le había arrancado la venda de los ojos. La verdad le había golpeado con la fuerza de una bofetada. Sascha reaccionaba ante él, tanto como él reaccionaba ante ella: física, mental y sexualmente.

Lo que ella no sabía, porque había tenido mucho cuidado de no permitir que su ágil mente lo descubriera, era que no tocar a quienes no pertenecían a su clan no era algo que soliera hacer. No había bromeado respecto a los privilegios de piel. Sí, era más propenso al contacto físico que los psi, pero no intimaba a nivel afectivo con aquellos que no eran su gente. Sin embargo, desde el principio se había sorprendido jugando con ella tal y como podría hacerlo con una mujer que despertara sus instintos más primarios. Nunca le había dispensado el trato que merecía un enemigo.

Una parte de su ser seguía resistiéndose a la idea de lo que Sascha significaba para él, lo que realmente significaba para él. Esa parte había sido torturada, quebrada y casi destruida. No deseaba abrirse, no estaba dispuesto a admitir una vulnerabilidad que podría causarle un dolor aún más atroz. Paradójicamente, era la misma parte que comprendía lo que aquella psi era para él, y la misma que no podía dejar que se marchase.

Solo una cosa era cierta: iba a quedarse con ella.

—¿Has almorzado? —preguntó a eso de la una y media mientras se preparaban para abandonar la obra.

Ella continuó hacia su coche, aparcado a varios metros de los demás.

—Estoy bien.

—No has respondido a mi pregunta. —Lucas podía jugar a aquel juego tan bien como su psi.

—Tengo una barrita energética en el coche.

Una vez que llegó a su elegante vehículo, se dispuso a abrir la puerta, pero Lucas se lo impidió con solo posar las manos sobre las de ella.

—No lo hagas —repitió alejándose de nuevo.

—¿Por qué no?

Sascha no respondió, pero él vio un destello en aquellos ojos. Aquel temperamento suyo bullía de nuevo, haciéndola regresar a la vida. Qué no daría por verla completamente furiosa.

—Ven conmigo a casa de Tammy. Me ha preguntado por ti. —La sanadora se había tomado un sorprendente interés en Sascha.

—No creo que sea prudente. —Su expresión era impasible, pero podía percibir los susurros de su alma, la pantera estaba compenetrada con cada matiz de su cuerpo.

—No te preocupes, los cachorros están visitando a la familia —le susurró acercándose a ella. En realidad los habían llevado a un lugar seguro junto con el resto de los jóvenes de DarkRiver. Algo iba a estallar muy pronto y, en el peor de los casos, eso supondría un derramamiento de sangre masivo. Pero por el momento se permitió jugar, consciente de que estaba ante la única mujer que podría ser capaz de impedir la carnicería—. Tus botas están a salvo.

—No tengo ni idea de qué estás hablando.

Esbozando una amplia sonrisa ante tan flagrante mentira, le dio un suave golpecito en la mejilla.

—Zara ya se ha llevado mi coche de vuelta a la oficina. ¿Las llaves? —Extendió la mano.

Sascha se cruzó de brazos.

—Tienes muy mala memoria.

—Solo para aquello que no quiero recordar. ¿Conoces el camino?

La expresión de Sascha decía claramente que era una pregunta estúpida.

—Sube.

Lucas dejó que le diera la orden consciente de que había ganado la primera escaramuza de su muy privada batalla. No obstante, era una batalla que solo podría continuar si ganaban la guerra, mucho más peligrosa, que se les venía encima.

Sascha esperó hasta que estuvieron en camino para sacar a colación el tema que no dejaba de atormentarla.

—¿Has averiguado algo más?

Lucas no intentó fingir que no sabía a qué se refería. La repentina cólera que le invadió era tan pura y solida que Sascha tenía la impresión de que si alargaba la mano casi podía tocarla. Lo que le sorprendía era que la confusión no empañaba esa ira.

Lucas era capaz de pensar a pesar de sus sentimientos, demostrando una fuerza de voluntad superior a todo cuanto ella conocía. Sascha apenas comenzaba a experimentar emociones de forma superficial y parecía que un profundo abismo se abría a sus pies dispuesto a engullirla y a escupirla de nuevo, maltrecha, magullada y posiblemente muerta.

—La joven de los SnowDancer desaparecida tiene veinte años. Brenna iba de camino a clase en una facultad privada cuando fue raptada. Un miembro de su clan que va a su misma clase dio la voz de alarma al ver que no llegaba.

—¿Qué estaba estudiando?

Tomó nota de la información, pues la necesitaría para reducir los parámetros de búsqueda en la red. Al mismo tiempo, abrió los sentidos psíquicos y aplacó la intensa ira.

Lo hizo de un modo tan instintivo que apenas fue consciente de ello.

—Reparación y mantenimiento de sistemas informatizados, especializándose en paneles de comunicación.

—Una chica inteligente —farfulló.

—Sí, eso es parte de su modus operandi.

—¿Cuándo?

—Debió de ser alrededor del mediodía porque a esa hora Brenna habría estado en el camino donde la raptaron… normalmente ataja por un pequeño parque de su vecindario.

—Así que alguien podía haber estudiado sus costumbres.

—Sí. Pero secuestrarla a plena luz del día indica una confianza extrema. El parque no es grande ni especialmente frondoso. Podrían haberle visto desde diversos ángulos.

—Pero no fue así. —Si era un psi, podía hacer cosas para ocultarse—. Un psi-tq con la habilidad de teletransportarse podría habérsela llevado consigo.

—¿Un psi-tq?

—Un psi con poderes de telequinesia.

—¿Cuánto poder requeriría eso?

—Más del que tenemos la mayoría de los psi. Dudo que lo hiciera así.

—¿Por qué?

—Los telequinésicos poderosos pueden transportarse fácilmente, pero llevar a otra persona consigo es difícil, sobre todo si no te da acceso a su mente para facilitar la transición psíquica.

Sascha había aprendido todo aquello durante la escuela elemental, cuando las clases eran mixtas y había alumnos psi con habilidades diversas mezclados en aulas.

Antes de que los otros cardinales se hubieran marchado para especializarse y ella se hubiera quedado sola para perfeccionar sus patéticas habilidades, como algo vergonzoso de lo que nadie quería saber nada.

—¿Podría haber entrado en su mente por la fuerza?

Lucas estiró las piernas y enganchó los brazos detrás del reposacabezas. Aquel movimiento perezoso hizo que Sascha deseara alargar la manos para acariciarle… tal y como había hecho en aquellos sueños prohibidos.

Sascha sacudió la cabeza mientras apretaba con fuerza el volante.

—Es una cambiante. Eso multiplica inmediatamente la dificultad, y penetrar en una mente por la fuerza es de por sí una de las empresas más complicadas incluso para un cardinal. Si no te importa matar a la víctima, puede hacerse con una ingente descarga de energía, pero él la quería viva.

Para poder torturarla.

Sascha inspiró profundamente y se obligó a continuar:

—Además, hacer eso y teletransportarla habría requerido energía suficiente como para postrarle en la cama durante días. No conozco a ningún psi tan fuerte en esa situación.

Un psi agotado es algo que tiende a suscitar rumores en la red. —Dio unos golpecitos en el volante—. Podría haberlo planeado detenidamente y tener un vehículo cerca. Un montón de asesinos en serie humanos actúan de ese modo.

—Eso es lo que piensan los SnowDancer. Han encontrado testigos que vieron un vehículo grande con las matrículas cubiertas de barro. —Bajó el cristal de la ventanilla cuando entraron en una parte más arbolada de la ciudad—. La policía no lo sabe. Exceptuando a los detectives que trabajan en secreto, esta vez nadie se molesta siquiera en fingir que están llevando a cabo una investigación.

El engreimiento de quienquiera que estuviera controlando a la policía echó por tierra las esperanzas de Sascha de que su gente fuera inocente.

—¿Pudisteis identificar al propietario del vehículo?

—No.

—¿Qué llevaba puesto la joven cuando la raptaron?

La expresión torva de Lucas se traslució en su voz.

—¿Para qué necesitas saberlo?

—La PsiNet está llena de información. Cualquier cosa que me ayude a reducir la búsqueda podría ser de utilidad.

No había forma de explicar lo que era la red a aquellos que no la habían experimentado. Era una masa de datos y el único factor de control era la influencia de la MentalNet, que intentaba imponer orden en el caos. Un ente que había evolucionado hasta desarrollar una conciencia propia, no estaba viva, pero pensaba de un modo para el cual se precisaría más que simple maquinaria.

—Vaqueros, camisa blanca y zapatillas negras.

Sascha le echó una mirada.

—No esperaba que tuvieras esa información tan a mano.

—Ya se ha enviado una alerta a todos los clanes cambiantes de la región, amigos o no, avisándoles de la proximidad del asesino y pidiéndoles ayuda. Esta es la foto de Brenna.

Sacó la copia del bolsillo de su chaqueta, aunque esperó para dársela hasta que ella se detuvo en un semáforo.

Sascha la tomó con una sensación de inexplicable pavor. En la fotografía, la joven estaba riendo, la diversión chispeaba en los ojos castaños y tenía la cabeza inclinada hacia atrás. La luz del sol hacía destellar los mechones dorados de su lacia melena y resaltaba las curvas de su cuerpo. No era excesivamente alta, quizá un metro sesenta y cinco, pero rebosaba tanta vida que parecía empequeñecer a los dos hombres que salían con ella en la instantánea.

—Los hombres son sus hermanos mayores: Riley y Andrew —le informó Lucas cuando ella le devolvió la foto—. Según el alfa de los SnowDancer, están que se suben por las paredes.

El semáforo cambió mientras intentaba no sucumbir a la desesperación que había sentido al tocar aquella fotografía. Parecía que Brenna hubiera intentado comunicarse y la hubiera empujado al infierno que estaba soportando. «Brenna.» Un nombre, un rostro, un ser con sensibilidad.

—Él quiere robarle la vida —susurró.

—Después de torturarla.

—No, no era eso lo que quería decir.

Dobló hacia el sendero arbolado que finalmente llevaba a casa de Tamsyn.

—¿Qué entonces?

—Es una mujer vibrante, rebosante de alegría y vida. Quiere arrebatárselo, lo quiere para él.

Se hizo el silencio en el coche.

—Ignoro cómo lo sé. Simplemente lo sé. —Se detuvo delante de la amplia casa que había visitado en una ocasión anterior—. Debe de impulsarle una rabia sumamente venenosa.

No había sentido esa emoción en aquel extraño y fugaz momento en que se había visto aparentemente arrastrada al mundo de Brenna, pero ¿qué otra cosa podía impulsar a un ser a atacar a otro con semejante brutalidad?

—Él no sabe lo que es la rabia.

Se volvió para mirar a Lucas sin sentirse asustada por su manifiesta sed de sangre.

Había algo decente en ello, algo real.

—Nadie que sienta las cosas siniestras que debe sentir él será capaz de ocultarlo eternamente. Estallará tarde o temprano.

Los ojos de Lucas eran dos duros cristales verdes.

—Por el bien de todos, más vale que sea pronto. El tiempo corre.

Tamsyn tenía los nervios de punta.

—Echo de menos a mis cachorros —le dijo a Lucas en cuanto este entró.

Él la abrazó intentando conferirle parte de su fuerza. Sascha se mantuvo en silencio a su lado, pero Lucas sintió el cosquilleo en la base de su nuca. Se percató de que era una sensación casi constante cuando estaba con ella, tanto que apenas se había fijado en ello.

Un aura de energía psi de baja intensidad en constante uso emanaba de Sascha.

¿Qué tramaba su psi? A pesar de su infructuoso intento de traición, no sospechó de inmediato. La pantera le decía que ella no representaba ningún peligro, y el instinto de la bestia nunca se había equivocado. Tamsyn inspiró profundamente y le soltó tras varios minutos.

—¿Mejor? —preguntó retirándole el cabello de la cara.

Cada vez que miraba los ojos de la sanadora, su corazón se rompía un poquito y volvía a recomponerse. Ella era un constante recordatorio de la madre que había perdido, pero también de la bondad de Shayla.

Tamsyn asintió.

—He obligado a Nate a que fuera a trabajar. El muy tonto. —Con eso, se volvió para dirigirse a sus dominios: la cocina.

Sascha esperó hasta que Tammy se alejó lo suficiente para que no pudiera oírlos.

—Si estar lejos de sus cachorros le produce tanta ansiedad, ¿por qué dejó que se marcharan?

—Mostrarse excesivamente protector no es bueno para los cambiantes depredadores.

Él había sido culpable de cometer ese error, sobre todo en los meses que siguieron a la muerte de Kylie. La necesidad de mantener a salvo a su gente, de no perder nunca más a ninguno, había amenazado con asfixiarle. Lucas se había contenido antes de haber causado daños irreparables, pero era un defecto contra el que debía luchar todos los santos días.

—Tamsyn no parece sobreprotectora. De hecho, parece muy dispuesta a dejarlos explorar por su cuenta.

—Solo la has visto con ellos una vez.

Pero Sascha no se equivocaba en su juicio. Tammy era la única que le había criticado duramente por su comportamiento con los jóvenes. Sin embargo, no podía contarle eso a Sascha. Una cosa era confiar en lo que el instinto le decía sobre ella y otra muy distinta poner la vida de cachorros ajenos en sus manos. Aún no se había ganado ese grado de confianza.

Era la decisión correcta para un alfa, pero quizá la había tomado porque aún le enfurecía que ella hubiera pensado en traicionarle.

—¿Qué es lo que huele tan bien? —preguntó entrando en la cocina.

Tammy terminó de colocar los servicios.

—Pastel de pollo, con tartaletas de fresas de postre.

—No tenías que tomarte tantas molestias —dijo Sascha, y aunque las palabras sonaban rebuscadas, Lucas sabía que el sentimiento era sincero.

Para su sorpresa, también lo sabía Tamsyn. Rozó fugazmente la mano de Sascha de forma consoladora.

—Cocinar me relaja… quizá sea parte de ser una sanadora. Si no le ayudas a comer mis guisos, Nate empezará a acusarme de intentar cebarle.

Lucas retiró una silla, pero en vez de aceptarla, Sascha rodeó la mesa y se acomodó en otra. Qué mujer tan terca.

—¿Nos acompañas, Tammy?

—Sí. —Se quitó el delantal y ocupó la cabecera de la mesa, con Lucas a su derecha y Sascha a la izquierda—. Me siento rara sentada aquí… este es el sitio de Nate.

Ese era el motivo por el que Lucas no lo había ocupado. Tal vez fuera el alfa, pero estaba en la casa de un miembro del clan y, allí, Nate se consideraba el alfa. Era posible que Tamsyn discrepara, pensó Lucas con una sonrisa disimulada, pero dejaba que su compañero creyera lo que gustase porque le amaba.

La sanadora comenzó a hablar mientras atacaban la comida:

—No puedo dejar de pensar en esa pobre chica… Brenna. —Dejó el tenedor—. Seguramente le esté haciendo daño ahora mismo. Y nosotros estamos aquí sentados sin hacer nada.

Fue Sascha quien dijo lo correcto:

—No pienses de forma tan negativa, o estarás llamando al mal tiempo. Deja a un lado la ira y el dolor y piensa con la cabeza. Quizá descubras un modo de ayudarla.

Tamsyn la miró durante largo rato.

—Eres más de lo que aparentas, ¿verdad?

—No, no lo soy. —Sascha clavó la vista en la comida.

—Se dice que los SnowDancer están a punto de estallar —comentó Tamsyn sin quitarle los ojos de encima—. He oído que tuvieron que sujetar a los hermanos hasta que recobraron el juicio y dejaron de hablar de cortarles la cabeza a los psi.

Ninguno mencionó a Dorian. Después de su violenta crisis, había estado actuando con una normalidad que resultaba espeluznante. Todos temían que fuera a saltar cuando menos se lo esperasen.

—¿Qué era lo que querían conseguir? —Sascha levantó la cabeza para enfrentarse a la mirada de Lucas—. ¿Dos cambiantes contra toda la raza psi? Habría sido un suicidio.

—La lógica y el amor no van necesariamente de la mano —dijo observando cómo los ojos de Sascha seguían el contorno de las cicatrices en forma de zarpazos de su rostro. A diferencia de la mayoría de las personas ajenas a los cambiantes, a ella nunca le habían parecido repulsivas las marcas de aspecto violento. En más de una ocasión la había pillado mirándolas como si le fascinaran. Tampoco había olvidado el modo en que las había acariciado en sus sueños—. Estaban sufriendo porque no podían proteger a su hermana… es comprensible su necesidad de atacar.

Lucas apreciaba su situación como solo podía hacerlo alguien que hubiera pasado por ello. Los años esperando a que su cuerpo se fortaleciera para poder reclamar venganza habían sido una tortura atroz, lenta y aparentemente interminable.

—¿Qué harían los psi en una situación como esta? —preguntó Tamsyn.

Sascha se tomó su tiempo para responder:

—No existe el amor en el mundo de los psi, de modo que se impondría la lógica. —Sus palabras eran categóricas, pero sus ojos la delataban. No sabía cómo, pero había aprendido a leer aquellos ojos estrellados, a interpretar la inquietante tristeza que titiló en ellos durante un milisegundo antes de preguntar—: Tamsyn, ¿puedo utilizar tu casa durante unas horas esta tarde?

Lucas empujó su plato con el estómago encogido a causa de la excitación. Sascha iba a explorar la PsiNet.

—Claro. Aunque puede que haya gente entrando y saliendo.

—Necesito un cuarto donde nadie me moleste.

—Puedes utilizar uno de los cuartos de invitados de arriba. La mayoría de las visitas se quedan abajo. —Tamsyn se levantó para ir a por las tartaletas. Mientras las colocaba en la mesa sonó el timbre de la puerta—. Iré a ver quién es.

Lucas posó la mano sobre la de Sascha una vez que la sanadora abandonó la estancia.

—¿Vas a intentar explorar la red?

Ella asintió y retiró la mano lentamente.

—No puedes estar aquí.

—¿Por qué no?

—Porque tu presencia me distrae. —Su expresión le desafió a que dijera algo al respecto.

La pantera rugió jactanciosa. El hombre no se apaciguó tan fácilmente.

—No pienso dejarte desprotegida.

—Si activo alguna alarma silenciosa, no podrás protegerme —dijo sin andarse con rodeos—. Mi mente será gelatina antes de que sepas siquiera que algo ocurre.

Lucas apretó los dientes.

—Entonces no entres. —La respuesta fue instintiva… ni siquiera pensó en la pérdida de los SnowDancer.

—No te preocupes. Solo voy a registrar los archivos públicos. No pasará nada. —Miró por encima del hombro cuando Tamsyn entró de nuevo en la cocina.

—Creo que no os conocéis oficialmente —comentó la sanadora—. Rina, Sascha. Rina es la hermana de Kit.

Cuando Lucas se volvió, vio a Rina saludar a Sascha con una inclinación de cabeza antes de que la curvilínea rubia se acercara para rodearle el cuello con los brazos por detrás y frotarse contra su mejilla. A pesar de que Rina era una mujer profundamente sexual, su caricia pedía consuelo. Nunca había intentado seducirle, pues era lo bastante joven (veintiún años en esos momentos) como para haberle tratado siempre como a su alfa en vez de como a un hombre atractivo.

Lucas volvió la cabeza y le rozó los labios con los suyos, acariciándole el brazo en un gesto tranquilizador. No era mucho, pero la ayudó. Rina le soltó y se sentó en la silla de al lado. Lucas echó una mirada a Sascha para ver cómo se había tomado el contacto. Su rostro no mostraba la más mínima expresión, y eso le indicó que debía de estar ocultando algo muy intenso.

Centró nuevamente la atención en Rina.

—¿Qué sucede?

—Kit ha desaparecido.