«Malvada.» Interesante elección de palabra para un psi.
—A Nikita le gusta el poder. Si el Consejo se hunde, adiós al poder. —Lucas levantó una mano y le acarició la mejilla con los nudillos—. Piénsalo.
—Necesito tiempo.
—No tienes mucho. Normalmente las retiene siete días antes de matarlas.
—Siete días de tortura.
—Sí.
Se hizo el silencio entre los dos. Incluso los ruidos del bosque habían cesado.
Parecía que el mundo entero estuviera conteniendo la respiración. Lucas continuó acariciándole la nuca, la mejilla, el mentón. Su piel era tan tentadora como la cálida seda.
—No tienes privilegios de piel —repuso Sascha tras lo que pareció una eternidad.
—¿Y si te dijera que quiero tenerlos?
No dejó de tocarla, de tranquilizarla tal y como haría con una mujer cambiante a la que le había exigido demasiado en muy poco tiempo. Se había arriesgado a contárselo todo, pero había sido algo que debía hacerse. Sascha era la única posibilidad que tenían.
—Es inútil tener esos privilegios con un psi. No podemos corresponder a ellos. —Su voz sonaba derrotada.
A Lucas no le gustaba verla así, herida y dolida. La culpa le atenazaba el corazón.
No debería desgarrarle por dentro haber sido él quien le hiciera aquello. Todo lo hacía por el bien de su clan. Era parte del precio de ser un alfa. Por primera vez le molestó pagar ese precio, tener que herir a aquella mujer.
Se acercó un par de centímetros más, habiendo decidido dejar que la sensualidad de la pantera saliera a jugar para compensarla. Había hablado sobre oscuridad y muerte, terror y maldad. Pero tanto él como ella eran más que eso. Si quería sacarla de la armadura psi que llevaba como una segunda piel, tendría que tentarla mostrándole el rostro más hermoso de las emociones en lugar de apabullarla con su fealdad.
—¿Tenía razón Dorian?
Sascha volvió finalmente la cabeza para mirarle a la cara.
—¿Sobre qué?
—Dijo que acostarse con un psi era como hacerlo con un bloque de hormigón.
—No puedo saberlo —respondió Sascha irguiendo los hombros.
—¿Nunca te has acostado con uno de los tuyos?
—¿Por qué iba a hacerlo? Si lo que se pretende es procrear, puede realizarse de un modo mucho más eficaz utilizando métodos científicos. —Parecía tan remilgada que era toda una provocación.
—¿Y dónde queda la diversión?
—Soy una psi, ¿recuerdas? Nosotros no nos divertimos. —Hizo una pequeña pausa—. En cualquier caso, no le encuentro sentido al sexo. Parece algo sucio y nada práctico.
—No lo critiques hasta que lo hayas probado, encanto. —Deseó sonreír de oreja a oreja. La postura rígida y las pragmáticas palabras de Sascha estaban sacadas de un libro de texto psi… como si se las hubiera estudiado.
—Esa es una posibilidad remota —dijo y casi daba la sensación de que lo creía—. Me parece que es hora de que me marche —echó un vistazo a su reloj—… son más de las cinco.
—Un beso —le susurró al oído.
—¿Qué? —Se puso tensa.
—Te estoy dando la oportunidad de probar un poco de esa interacción sucia y sin sentido que no comprendes. —Le tomó el lóbulo de la oreja entre los dientes y lo mordisqueó suavemente. El ligero estremecimiento que recorrió el cuerpo de Sascha era inconfundible. Después de soltarlo, le ahuecó la mano sobre la mejilla y le giró la cabeza hacia él—. ¿Qué me dices?
—No veo por qué…
—Considéralo un experimento. —Le pasó el pulgar sobre aquel suave labio inferior, deseando saborearla más de lo que deseaba respirar. Las ganas de provocarla se habían convertido en deseos de poseerla—. A los psi os gustan los experimentos, ¿no es así?
Sascha asintió lentamente.
—Quizá me ayude a comprender por qué los cambiantes y los humanos ponéis tanto empeño en el matrimonio y en los vínculos afectivos.
Lucas no le dio oportunidad de cambiar de opinión. Inclinó la cabeza y deslizó los labios sobre los de ella en una caricia rápida y ardiente. Cálida, suave y exquisita, aquella boca le invitó a repetir. Cuando lo hizo, su beso fue reposado. Tironeó del labio inferior para después calmar el dolor con la lengua y, acto seguido, succionar el superior. Un suave e innato gemido femenino se filtró en el silencio.
Lucas se sintió arder.
No era un bloque de hormigón. Podía sentir la agitación de aquellos pechos contra su antebrazo, invitándole a descender por ellos con su mano. Por el momento se conformaba con sentir su pulso acelerado en el cuello, la respiración entrecortada que no podía disimular. Los psi podían cerrarse a las emociones, pero era mucho más difícil reprimir el anhelo del cuerpo por ser tocado.
Sascha podía ver cómo el borde del precipicio se desmoronaba delante de ella y no le importaba lo más mínimo. Nunca en toda su vida había experimentado tantas sensaciones, tanto placer. Sus fantasías no eran nada comparadas con la realidad de Lucas.
La perezosa avidez con la que la besaba era la más peligrosa de las tentaciones.
Se movía con tal languidez, con tal sutileza y pausada sensualidad, que había separado los labios para él sin darse siquiera cuenta. Estupefacta por lo lejos que había llegado, se apartó.
Lucas no trató de retenerla mientras la observaba con aquellos ojos verdes felinos empañados por la excitación.
—¿Has experimentado suficiente, gatita?
Aquel apelativo cariñoso había salido directamente de sus sueños. Aterrada por su propia reacción y el brillo perspicaz que podía ver en sus ojos, le dijo:
—Quiero irme a mi casa.
Sabía que no había respondido a su pregunta. También sabía que no podía decir aquello que cabría esperar de un psi sin que fuera una mentira tan flagrante que acabara por delatarla. Lo cierto era que no había tenido suficiente. Ni muchísimo menos.
—De acuerdo. —Se inclinó y le mordisqueó el labio inferior con aquellos afilados dientes de depredador.
Marcándola.
Sascha llegó a su casa a las ocho de la mañana. Exhausta, se dio una ducha y comenzó a prepararse para el día que tenía por delante. Lo primero que figuraba en su agenda era una reunión con su madre. Luego tenía que revisar otro par de proyectos de la familia. Después de eso tenía que enfrentarse de nuevo a Lucas. Se sonrojó mientras intentaba atusarse el cabello.
No podía olvidar la sensación de tener sus manos en el cabello, el placer que le había proporcionado al tocarla. Sin embargo no había sido el placer lo que había estado a punto de hacer que se desmoronase, sino la necesidad que había sentido en él, la necesidad de contacto, de paz. Le había cautivado que hubiera encontrado alivio en ella, una psi, uno de sus enemigos.
Miembro de una raza de asesinos.
La cruda realidad borró cualquier rastro de placer que aún perduraba. No podía aceptar su acusación, no podría renunciar a todo aquello en lo que creía con tanta facilidad.
Tal vez nunca hubiera encajado, pero los psi eran su gente, lo único que tenía. Lucas la había besado; sin embargo era un cambiante, y cuando las cosas se pusieran feas, elegiría a su clan antes que a ella.
«Espérame afuera.»
La imagen de Lucas ordenándole que se marchara cuando Dorian se había venido abajo se fundió con pensamientos de él en la cama con una mujer llamada Rina.
En ningún momento la había tratado como si no fuera una extraña, pensó olvidándose deliberadamente de aquella visita a casa de Tamsyn porque no encajaba; y necesitaba que algo fuera bien, que algo tuviera sentido.
Necesitaba ser parte de algo.
En cuanto se rebelara contra los psi, no solo le estaría diciendo adiós a su vida, sino también a cualquier esperanza que tuviera de encajar en alguna parte. Y aun cuando lograra sobrevivir a la cólera del Consejo, ¿quién iba a acoger a una psi renegada? Los DarkRiver no. Todavía recordaba el odio que había atisbado en los ojos de Dorian cuando les había acusado de ser una raza de psicópatas.
Lucas había apoyado a Dorian en tanto que a ella la echaba; la habían dejado sola, una extraña una vez más. Los leopardos se había unido por el bien del clan, pero ¿quién la había apoyado a ella cuando se encontraba inconsciente en el suelo de su apartamento? Nadie.
Porque no era más que una herramienta.
Lucas no había ocultado su naturaleza en ningún momento. Desde el principio había sabido que él aprovecharía cualquier ventaja de la que dispusiera para salirse con la suya… incluso si eso suponía tener que hacer algo tan desagradable como besar a uno de los apestosos psi. La estaba utilizando para recabar información, y en cuanto se la diera, no querría saber más de ella.
Un dolor agudo le perforó el estómago, pero se mantuvo firme y se obligó a enfrentarse a la verdad. Tal y como siempre había temido, los cambiantes la habían elegido por su naturaleza imperfecta y se estaban aprovechando de ella para conseguir lo que deseaban.
Lucas estaba utilizando su imperfección y la estaba utilizando a ella.
—Estúpida —susurró enjugándose las lágrimas—. Soy una auténtica estúpida.
¿Cómo era posible que el resto de su raza le repeliera y ella no? Porque era imposible. Únicamente su patética necesidad de ser aceptada, de ser valorada, la había llevado a creer algo tan inverosímil. Había sido culpable de participar en su propio engaño.
Era hora de impedir que ese hombre continuara cegándola con emociones y trémulos retazos de falsa esperanza y comenzar a pensar como un psi. Quizá no fuera demasiado tarde para salvar su puesto, al menos en el seno de la familia. Lo primero que tenía que hacer era asegurarse de contarle a Nikita todo lo que había averiguado; tal vez nunca llegara a ser un cardinal perfecto, pero podía ser una hija perfecta. Era su oportunidad de ganarse un sitio, de ser algo más que un error.
La humillación y el dolor se conjuraron para crear una peligrosa mezcla. Quería hacer que Lucas pagase, deseaba herirle como él la había herido a ella, destruir sus sueños como él había destruido los suyos. Él le había enseñado mucho sobre su gente, pero no debería haberlo hecho, pues, a fin de cuentas, ella era una psi.
Y él era el enemigo.