Cuando aterrizó en el porche cubierto de hojas de su hogar, Lucas estaba completamente erecto. Menos mal que no se había remetido la camiseta en los pantalones, era poco probable que a Sascha le reconfortara verle en aquel estado.
Tampoco él se sentía demasiado cómodo. Tal vez ella fuera distinta al resto de los psi que había conocido, pero seguía siendo una de ellos.
Era el enemigo.
Había prometido a su gente que no permitiría que le arrebatasen a ninguna más de sus mujeres, había jurado ocuparse de aquello hasta el final, por mucho que eso le costara.
—No ha sido tan difícil, ¿verdad, encanto? —Guardó las garras mientras Sascha se bajaba al suelo.
El cuerpo de Sascha se apartó del suyo como si se hubiera quemado. A pesar de lo que acababa de recordarse a sí mismo, tuvo que combatir el impulso de jactarse.
Aquella mujer lo deseaba. Tanto si era consciente de ello como si no.
—Entra. —Sin volverse a mirarla, abrió la puerta y pasó al interior.
A Sascha le resultaba difícil respirar. Aún sentía a Lucas contra la sensible cara interna de los muslos y sus músculos se aceleraban al recordar la sensación. Reprimió un gemido, sus muros mentales se estaban viniendo abajo. La locura la llamaba. En su mente se sucedieron las imágenes de su encarcelación en el Centro, horrendos ecos de un hecho que jamás debería tener lugar.
—No.
Empleó todo lo que tenía en reconstruir aquellos muros. Su temor a la rehabilitación era tan grande que apagó momentáneamente el calor entre sus piernas.
Solo momentáneamente, pues en cuanto entró en la casa de Lucas se convirtió en un verdadero incendio. Podía ver la silueta de él despojándose de la camiseta, tras un biombo japonés que parecía dividir la amplia habitación en un salón y un dormitorio.
Era incapaz de apartar la mirada mientras las uñas se le clavaban en la palma de las manos.
—¿Sascha? ¿Te importa abrir el agua caliente? Voy a darme una ducha para limpiarme el sudor de la carrera. Te prometo que no tardaré.
Estaba casi segura de que Lucas intentaba atormentarla de forma deliberada.
—¿Dónde están los controles del agua?
Midió bien sus palabras porque, con los ojos clavados en la indistinguible silueta, le resultaba difícil elaborar frases complejas.
—Todo recto y a la izquierda.
Lucas se llevó las manos al botón superior de los vaqueros y comenzó a girar el cuerpo hasta ponerse de perfil. Sascha salió prácticamente corriendo de la habitación.
Las indicaciones la llevaron hasta una pequeña cocina, los controles del agua se encontraban en la pared.
La instalación era incomprensiblemente anticuada, pero supuso que funcionaba con generadores ecológicos ocultos. Ningún cambiante elegiría otro método viviendo en plena naturaleza.
—Hecho —vociferó una vez hubo presionado el botón correcto.
—Gracias, encanto.
Oyó que se movía y, al cabo de unos segundos, el sonido del agua al caer, lo que le indicó que la ducha estaba situada fuera de la zona del dormitorio. Aliviada al disponer de unos minutos para serenarse, se llevó las manos a las mejillas y respiró hondo. El olor a hombre y a bosque se infiltró en su mente como una droga prohibida.
Recordó el afilado destello de sus garras mientras escalaban y no sintió miedo, sino una especie de sobrecogedor asombro.
—Ay, Señor. Para, Sascha, para.
Concentró la mirada en los objetos físicos que había a su alrededor en un esfuerzo por luchar contra el continuo bucle de placer y temor, sensación y escalofriante terror.
Incluso la amenaza de la rehabilitación retrocedía ante la intensa proximidad de Lucas.
La cocina, pequeña y compacta, contaba con una sencilla placa con horno y algún que otro electrodoméstico. Sascha se percató de que había una cafetera sobre la encimera.
Los psi no tomaban café, y aunque lo había probado, no le había gustado especialmente.
Dado que era obvio que a Lucas le gustaba lo suficiente como para tener una cafetera de alta tecnología, se acercó para ponerla en marcha antes de regresar a la sala.
Se trataba de un espacio amplio y despejado, cuyas ventanas ofrecían vistas al bosque. Habida cuenta de que la guarida de Lucas tenía que estar bien protegida, supuso que los cristales debían de estar tratados para que no reflejaran la luz del sol.
Las plantas trepadoras que ascendían por su superficie procuraban la sensación de que el bosque casi formaba parte del interior de la casa.
A juzgar por la humedad del aire y las plantas acuáticas que había atisbado y reconocido, supuso que se encontraban cerca de un río, posiblemente próximos a uno de los escasos pantanos. Al igual que la mayoría de sus especies, parecía que el alfa de los DarkRiver era capaz de adaptarse con suma facilidad.
Volvió la mirada al interior de la casa y se permitió el lujo de examinar el salón.
Dos lámparas con sensor de movimiento arrojaban una luz tenue sobre el suelo, pero claro, pensó, recordando aquellos ojos brillantes en la noche, Lucas podía ver en la oscuridad. Aparte de eso, la única iluminación procedía de un minúsculo piloto rojo del panel de comunicación integrado en la pared más próxima a la puerta. Tras echar un vistazo más de cerca descubrió que esta también hacía las veces de receptor para ver programas de entretenimiento, aunque tenía el presentimiento de que a Lucas le gustaba entretenerse de un modo mucho más físico… mucho más personal.
Con la cara roja como un tomate, se apartó del panel para echar un vistazo al resto de la estancia. Enfrente de las ventanas había un enorme cojín, una parte del cual se apoyaba en la pared y la otra en el suelo, convertido en un sofá. Tenía una largura más que suficiente para que sobre el mismo pudiera estirarse un leopardo. Había otros tres pequeños sofás situados en las demás paredes.
Demasiados para un solo hombre, pero no para el alfa de los DarkRiver. Era muy probable que los miembros de su clan lo visitaran con frecuencia. Pero… ¿solo ellos?
Sascha sacudió la cabeza. No era tan ingenua. Un hombre tan sexual como Lucas tendría unas cuantas amantes. Amantes que se sentían a gusto con su sexualidad, lo bastante liberales e indomables como para practicar sexo con él. No tenía ninguna necesidad de seducir a una psi que jamás había besado a un hombre salvo en sueños.
El sonido de la ducha cesó y, curiosamente, Sascha se encontraba ya más tranquila.
Arrojar un cubo de fría realidad sobre sus fantasías había resultado mucho más efectivo para contener su anhelo que cualquier truco típico de los psi. Regresó a la cocina cuando lo oyó entrar en el dormitorio, pues otro juego de sombras podría echar todo por tierra.
El café estaba hecho.
—¿Qué te apetece comer? —preguntó Sascha sin alzar la voz, sabedora del magnífico oído de Lucas—. Puedo prepararlo.
—Gracias. ¿Por qué no calentamos la pizza que Rina se dejó anoche? Está en la nevera.
Sascha apretó los dientes. ¿Rina? ¿Le habían presentado a esa leopardo? ¿Qué importaba si así fuera? ¿Y qué si la mujer había estado en casa de Lucas? Una vez encontró la nevera, hábilmente camuflada, tomó varias porciones de pizza y las puso en un recipiente especial antes de meterlas en el horno.
Pensar en Lucas con otra mujer le confirió otro gélido manto de control. Hasta el punto de que cuando el aroma a limpio de Lucas llegó hasta la cocina, ella se había recluido nuevamente en la prisión de su mente, tras los muros que había aprendido a erigir antes siquiera de aprender a caminar.
—Te esperaré en el salón —le dijo cuando se volvió y lo encontró frente a ella.
Él la dejó pasar.
—Gracias.
Contempló a Sascha alejarse con los ojos entrecerrados. Algo había cambiado. Su cuerpo estaba rígido y, de no haber sido una psi, habría jurado que estaba enfadada.
Pero su raza era conocida por adoptar una postura erguida en un esfuerzo por convertirse en robot. El horno se apagó y se dispuso a colocar la pizza en una fuente grande.
Rina había llevado demasiada. Incluso con otros dos soldados más presentes para dar buena cuenta de ella, les había sobrado casi una pizza entera. Los tres habían ido para hablarle sobre la seguridad de una de las casas francas, pero Rina se había quedado después para discutir con Dorian. La muchacha aún era joven, y ver al centinela a punto de perder el control la había conmocionado.
Lucas cogió la fuente y solo entonces se percató de que el café estaba listo. Sascha no dejaba de sorprenderlo. Luego se encaminó con la pizza al salón y la dejó en una mesita baja situada en un rincón, antes de arrimarla al sofá contra el que ella se había acurrucado.
Los cojines habían sido diseñados por Tara, una miembro del clan. Como el fin era acomodar tanto el cuerpo de leopardo como el humano, no había manera de sentarse erguido en ellos.
Lucas sonrió complacido al ver la lánguida postura relajada de las extremidades de la joven.
—Coge un trozo. Iré a por el café.
—Yo no quiero.
—¿Por qué?
—No… lo necesito.
—¿Agua mejor?
—Gracias.
Mientras se servía café recordó aquella ligera indecisión. ¿Había estado ella a punto de decir que no le gustaba el sabor del café o solo intentaba convencerse a sí mismo de cosas que no existían a fin de justificar una atracción tan inapropiada?
Era un alfa y estaba acostumbrado a anteponer el bien del clan por encima de todo lo demás. El deseo que sentía por Sascha era una amenaza a esa lealtad, una tentación que podría llevarle a dormir con el peor de los enemigos. Pero alejarse no era una opción; nunca había sido de los que se rendían y estaba decidido a descubrir lo que se escondía debajo de aquella fría fachada psi.
La vida de todos ellos podría depender de eso.
Sascha estaba sentada en la misma posición cuando regresó de la cocina. Después de dejar el vaso de agua y la taza de café al lado de la pizza, tomó una porción y se dejó caer deliberadamente en el mismo sofá que ella había elegido, acomodando su cuerpo contra el cojín a escasos centímetros del de ella.
—Prueba. —Acercó la pizza a su boca.
Ella dudó y luego tomó un pequeño bocado.
—¿De qué clase es?
Lucas se encogió de hombros.
—Mexicana, creo. —Tomó un buen bocado mientras veía a Sascha analizar las distintas texturas. ¿O lo estaba saboreando? Se la acercó de nuevo a la boca—. Muerde.
Aquellos inquietantes ojos parecieron centellear.
—No soy uno de los miembros de tu clan para que me des órdenes.
Menudo carácter, pensó. La pantera estaba intrigada por aquel atisbo de temperamento.
—Por favor.
Después de dudar brevemente, se inclinó y mordió. Esa vez el trozo fue mayor, confirmando de ese modo todo lo que creía sobre ella. Tras devorar el resto de la porción, tomó otra. Sascha consumió un buen tercio de la misma.
—¿Quieres más?
—No, gracias. —Y cogió su vaso de agua—. ¿Quieres que te acerque el café?
—Sí, gracias. —La taza estaba caliente en sus manos, pero era el calor de Sascha el que podía sentir con mayor intensidad. Su cuerpo estaba vivo, su cuerpo sentía. La cuestión decisiva era si su mente era lo bastante fuerte como para dominar su instinto animal.
Permanecieron en silencio hasta que Sascha dejó el vaso y se volvió hacia él.
—Háblame de los asesinatos.
Un escalofrío enfrió el calor de su cuerpo. Dejando la taza vacía, apoyó la cabeza contra el respaldo.
—Hemos encontrado siete víctimas confirmadas en los últimos tres años. Kylie fue la número ocho. Y Brenna, la joven de SnowDancer desaparecida, será la novena si no la encontramos a tiempo.
—¿Tantas? —susurró.
—Sí. Pero el instinto me dice que no hemos identificado a todas sus víctimas pasadas; es demasiado hábil.
—¿Estás seguro de que se trata de un hombre?
Lucas apretó los puños con tanta fuerza que le dolieron las manos.
—Sí.
—¿Por qué no habéis hecho algo más para localizarle?
—Kylie fue asesinada hace seis meses. Por entonces no sabíamos que era un asesino en serie y, dadas las pruebas evidentes de la implicación de un psi, creímos que la policía cerraría el caso rápidamente. No les creamos problemas jurisdiccionales; queríamos sangre, pero no una guerra con los psi.
«Estábamos dispuestos a conformarnos con un juicio público. —Eso casi les había destrozado el corazón, pero lo habían hecho por el bien de los jóvenes. La cólera de Dorian no era tanta como para haber olvidado el juramento que había hecho con su sola llegada al mundo: proteger a los débiles—. Comprendíamos que un monstruo no define a toda una raza. A veces, incluso los cambiantes engendran asesinos en serie. —Aunque, de las tres razas, era la que tenía un índice menor.
«Todos creyeron que el Consejo emprendería una cacería en la PsiNet y entregaría al culpable. Con vuestras habilidades psíquicas, no habría duda de su culpabilidad. Hasta entonces el Consejo había hecho algunas cosas cuestionables, pero nadie pensaba que protegería a un asesino.
El cuerpo de Sascha pareció encogerse aún más, como si tratara de abrazarse.
—¿Qué habéis averiguado sobre él desde que comenzasteis la investigación?
—Que tiene un amplio radio de caza. De los asesinatos que hemos descubierto, los dos primeros tuvieron lugar en Nevada, el tercero en Oregón, y los cuatro restantes en Arizona. El último fue el de la hermana de Dorian.
Jamás olvidaría el olor a cobre de la sangre inocente, las oscuras salpicaduras de las paredes, el hedor metálico del psi.
—¿Abandona los cuerpos para que sean hallados?
Lucas se irguió, cruzando los brazos sobre las rodillas dobladas y sujetándose fuertemente una de las muñecas con la otra mano.
—El muy bastardo se las lleva, las tortura y luego las abandona en algún lugar que debería haber sido seguro.
—No lo entiendo. —La voz de Sascha sonaba cercana, como si se hubiera inclinado hacia delante al mismo tiempo que lo había hecho él.
Cuando volvió la cabeza se encontró de frente con aquellos negros ojos estrellados.
—Asesta el golpe mortal en un lugar conocido para la mujer. A Kylie la degolló en su apartamento.
La oscuridad envolvió los ojos de Sascha, destruyendo las estrellas y casi logrando que la sorpresa aplacase su furia. Había escuchado que los ojos de los psi hacían eso cuando estaban utilizando ingentes cantidades de poder, pero nunca lo había presenciado.
Era igual que observar las alas de la noche acabando con el sol. Lo extraño era que el vello de la nuca no se le había erizado. Si Sascha no estaba utilizando sus poderes, ¿por qué sus ojos se habían vuelto dos pozos negros?
—Está muy seguro de sí mismo —dijo haciéndole pasar de la fascinación a la cólera.
—De las otras siete mujeres —prosiguió—, una fue asesinada en su casa, otra en su lugar de trabajo y una tercera en la cripta de su familia. —La ira por cada una de aquellas muertes sin sentido le invadió—. Las cuatro restantes siguen el mismo patrón.
Sascha se rodeó las rodillas con los brazos. La pantera se percató de que había adoptado la misma posición y tomó nota.
—¿Por qué los demás clanes cambiantes no hicieron nada?
—Por varias razones, la principal era que esto estaba tan oculto que nadie sabía que se trataba de un asesino en serie hasta que empezamos a escarbar.
—¿Y las otras razones?
—Una combinación de la elección de las víctimas y la complicidad de la policía. La primera mujer no era miembro de un clan determinado; sus padres acudieron a las autoridades, pero no consiguieron nada. —Él sabía bien por qué—. Las dos siguientes pertenecían a grupos muy débiles. Ninguno era dominante en su zona y simplemente carecían de la fuerza física y estratégica para presionar y obtener respuestas cuando les cerraron la puerta en las narices.
»La muerte de la cuarta se la achacaron a un renegado y, puesto que ya estaba sentenciado a muerte por su clan, el caso quedaba fuera de la jurisdicción de la policía y fue cerrado. La quinta y séptima víctimas eran dos solitarias, no había nadie que buscase justicia por ellas. La sexta fue asesinada al mismo tiempo que un asesino en serie humano asolaba la región, y ni siquiera su clan estaba seguro de que no hubiera sido una de sus víctimas. Pero cuando lo comparas con los demás asesinatos del psi, no hay duda de que se trata del mismo depredador.
—Luego mató a Kylie.
—Ella fue su primer error. —Lucas sentía que las garras pugnaban contra la piel de sus manos—. En cuanto descubrimos el patrón y desenterramos a las otras mujeres olvidadas, iniciamos la caza. También dimos la voz de alarma a todos los clanes cambiantes que pudimos.
Sascha guardó silencio.
Sin saber bien qué era lo que le impulsaba, Lucas giró el cuerpo hasta quedar de frente a Sascha, colocando una pierna flexionada detrás de ella, contra el respaldo, y apoyando la otra rodilla en el suelo antes de cogerle la trenza para juguetear con el extremo.
Necesitaba el contacto. Contrariamente a lo que Sascha creía, no le servía el contacto de cualquiera. Por norma general, solamente los miembros de su clan eran capaces de darle la paz que ansiaba. Por norma general…
—No somos débiles —comenzó mientras le quitaba la goma que sujetaba la trenza.
Sascha parpadeó y su cuerpo se tensó.
—No, no lo sois. —Fue cuanto dijo.
¿Estaba tratando de ser amable con él? Lucas miró aquellos ojos infinitos y deseó poder leerle la mente.
—Y no vamos a dejar de buscar porque los psi así lo quieran. Salvaremos a Brenna y ejecutaremos al asesino. Si acaban con los DarkRiver, los SnowDancer continuarán con la lucha. Cuando ellos caigan… vendrán otros.
El mundo estaba cambiando y, tarde o temprano, los psi iban a encontrarse cara a cara con su peor pesadilla: que su raza de seres sin sentimientos quedaba relegada a no ser más que una mera nota al pie en la historia del hombre.
—¿Cómo puedes estar completamente seguro de que es un psi? —preguntó—. No voy a traicionar a mi raza basándome en una sospecha.
Elásticos y sedosos rizos empezaron a desbordar sus manos cuando la trenza comenzó a deshacerse por sí sola. La pantera estaba encantada con la textura y la vida que colmaba sus dedos. Pero no bastaba para hacerle olvidar la sangre derramada y todas aquellas muertes.
—Estaba con Dorian cuando tuvo la sensación de que algo iba mal. Debimos de llegar al apartamento de Kylie pisándole los talones al asesino.
Lo que había visto allí había bastado para hacerle creer en el mal como en un ente vivo. Si Sascha quería pruebas, él las tenía: setenta y nueve pedazos exactos, todos cubiertos de sangre y terror.
Aquellos enigmáticos ojos le miraron con lo que quería creer que era compasión.
—Por eso Dorian está tan dolido. Porque piensa que si hubiera sido un poco más rápido…
Lucas asintió, sin sorprenderse ya por la comprensión que Sascha demostraba tener de las emociones que impulsaban a las personas.
—Cuando llegamos, el cuerpo de Kylie aún estaba caliente, pero ella había muerto y el asesino se había marchado. Sin embargo dejó tras de sí un olor que es inconfundible para nosotros.
También había dejado tras de sí una débil vibración psíquica en el ambiente, algo que solo Lucas había percibido. Sabía que esa habilidad era fruto del mismo sentido que le advertía de cuándo se estaba utilizando poder psi. No era algo que estuviera listo para compartir con su psi, y aunque estaba casi seguro de que ella se parecía más a él que a aquellos a los que llamaba su gente… «casi» no bastaba para un alfa.
—¿Son esas todas las pruebas que tienes?
Lucas dejó de jugar con sus rizos.
—La cortó. De forma precisa, limpia y sin errores. Sin vacilar. Ningún corte era más profundo o superficial que los demás. Ninguno más corto o más largo. La cortó exactamente setenta y nueve veces.
—¿Setenta y nueve?
—Igual que en los últimos cuatro asesinatos.
Los psi habían sido incapaces de echar tierra sobre ese hecho porque, aunque la médico forense de Arizona era humana, una de sus primas mayores estaba casada con un cambiante. Era una gran familia muy unida, algo que los psi no habían tenido en cuenta, ciegos como estaban por su incapacidad para comprender los vínculos de la sangre. La doctora Cecily Montford se había quedado tan trastornada por la negligencia con que estaban siendo tratados sus informes que había estado más que dispuesta a romper la confidencialidad y hablar con los DarkRiver.
—Dime, Sascha —preguntó sin dejar que apartara la mirada—, ¿se te ocurre otra raza sobre la faz de la tierra que posea el control preciso para hacer algo tan atroz y ceñirse fielmente a un patrón determinado?
La voz de Lucas bajó una octava, la sed de venganza hacía salir a la bestia.
—No se desvió ni un solo milímetro en el largo y la profundidad, o en la anchura de los cortes, en los cinco cuerpos de los que pudimos obtener información. Las cortó como si fueran ratas de laboratorio. Ninguno de los cortes fue fatal salvo el último.
La ira que bullía en su interior le impulsaba a presionarla como nunca antes lo había hecho con otra mujer. Estaba acostumbrado a proteger, pero la fría evaluación que Sascha estaba haciendo de la muerte violenta de ocho mujeres —mujeres que habían sido amadas y apreciadas— estaba sacando su lado salvaje.
—Ah, y las autopsias mostraban que tenían la mente hecha papilla a pesar de que el cráneo no estaba dañado. Dime, ¿quién puede hacer eso aparte de los psi? ¿Quién?
Sascha hizo ademán de levantarse, pero él fue más rápido. La atrapó con su cuerpo, rodeándola con las piernas y los brazos.
—¿Adónde vas?
—Estás dejando que te controlen las emociones. Quizá deberíamos continuar con esto cuando estés más calmado.
Sus palabras parecían las correctas, parecían algo propio de un psi, pero Lucas podía percibir un temblor casi mudo, algo que nadie salvo un cambiante podría haber detectado… un cambiante que había sido marcado como cazador al nacer. El remordimiento hizo retroceder la ira de la bestia.
—Lo siento, gatita. Ha estado fuera de lugar. —Introdujo la mano que tenía en su espalda entre los rizos y la posó sobre su nuca—. Estoy descargando mi ira contigo.
—Es comprensible. —Empujó el brazo que la sujetaba a él, pero no con la fuerza necesaria para hacerle pensar que se trataba de una protesta seria—. Represento a la raza a la que culpas de la muerte de una joven de tu clan y del sufrimiento de Dorian.
Lucas acarició la cálida piel de la nuca con el pulgar aferrándose a la suavidad de Sascha. La bestia entendía por qué ella era capaz de hacer eso por él, pero el hombre no estaba dispuesto a enfrentarse a la verdad.
—Los psi son culpables.
—Puede que el asesino sea psi, pero no tienes pruebas de que el Consejo esté involucrado. —Sus manos se asieron al antebrazo masculino.
La pantera gruñó, pero el hombre era lo bastante listo como para no comentar aquel desliz y arriesgarse a provocar que ella se encerrase de nuevo en su concha.
—Es el único organismo con el poder de ocultar algo de tal gravedad. Tiene que estar al corriente.
—No —argüyó mirándole con aquellos hermosos ojos atormentados—. ¿Qué razón podría tener para ocultar a un asesino?
—¿En qué se basa el Consejo para controlar a tu gente? ¿Qué es lo que no paran de repetirnos a cambiantes y humanos? —Empleó deliberadamente un tono de voz suave, pues no deseaba herirla de nuevo. Pero Sascha tenía que enfrentarse a los hechos. Y luego tenía que decidir de qué lado estaba.
—La no violencia —dijo sin demora—. No crímenes violentos entre los psi en comparación con las otras razas.
—Supuestamente. —Se movió hasta que ella quedó prácticamente acunada entre sus muslos—. Si la gente descubre que eso es mentira, se desmoronará toda vuestra estructura y el Consejo caerá.
—Mi madre es miembro del Consejo —susurró implorante.
Lucas casi lo había olvidado.
—Lo lamento, Sascha. Ella tiene que saberlo.
Sascha sacudió la cabeza y sus sedosos rizos se esparcieron por todas partes.
—No. Es poderosa y despiadada, cierto, pero no es malvada.