Sascha regresó al edificio Duncan e hizo una visita rápida a su apartamento antes de subir hasta el despacho de su madre. Había comenzado a reparar las fisuras de sus escudos internos en cuanto abandonó la sede de los DarkRiver, y cuando entró en la oficina, su corazón estaba aprisionado en unos escudos tan poderosos que no revelaba nada, ni siquiera cuando se encontró a Santano Enrique acomodado en la estancia con Nikita.
—Entra, Sascha.
Nikita levantó la vista de la pantalla del ordenador en la que le estaba mostrando algo a Enrique.
—Hola, Sascha. Hacía tiempo que no te veía.
—Consejero Enrique. —Sascha inclinó la cabeza en señal de respeto.
Los ojos oscuros del cardinal se clavaron en los de Sascha. En contra de su nombre de ascendencia hispana, el hombre era alto, de cabello rubio y con la piel demasiado pálida.
No aparentaba los sesenta años que tenía, pero Sascha era muy consciente del tiempo del que había dispuesto para perfeccionar sus considerables poderes.
—Nikita me ha dicho que estás a cargo de tu propio proyecto.
A Sascha no le sorprendía que su madre hubiera compartido la información con el otro consejero. Enrique era un académico, no un rival en los negocios. Aunque eso no le hacía menos letal. No se podía bajar la guardia con los miembros del Consejo.
—Sí, señor.
Siempre se había sentido nerviosa en presencia de Enrique. Quizá se debiera a que era un psi fuera de lo común, con tanto poder telequinésico que podría aplastarla sin tan siquiera pestañear. O quizá fuera porque la miraba de un modo que parecía que pudiera ver dentro de su cabeza. Y no quería a nadie dentro de los confines de su mente.
—Confío plenamente en ti, al fin y al cabo eres hija de Nikita. —Salió de detrás del escritorio y la miró de arriba abajo—. Aunque la genética parece haber tomado un rumbo inesperado.
—No posee deficiencias genéticas —apostilló Nikita—. Escogí a su padre con sumo cuidado para mezclar nuestros genes. Y engendré a un cardinal.
Sascha intentó en vano comprender el transfondo de la conversación entre ellos.
A los psi se les daba bien guardar secretos, y ella estaba hablando con dos maestros en ese arte.
—Por supuesto. —Enrique esbozó una fría sonrisa—. He de preparar una conferencia, así que será mejor que me marche. Estoy impaciente por volverte a ver, Sascha.
—Sí, señor. —Mantuvo un tono de voz carente de inflexión y guardó silencio hasta que el hombre salió y pudo cerrar la puerta—. No es propio del consejero Enrique visitarte aquí.
—Quería hablar lejos de oídos curiosos. —El tono de Nikita indicaba que el tema estaba zanjado.
—He de estar al corriente si voy a empezar a asumir más responsabilidad.
—No es necesario que sepas esto. —Su madre apoyó los brazos sobre la mesa—. Háblame del cambiante.
Sascha sabía que no era conveniente que siguiera insistiendo. La mujer que tenía sentada delante era parte de la sociedad más cerrada y secreta del mundo: el Consejo de los Psi.
«Es el Consejo. Está por encima de la ley.»
Había sido necesario un cambiante para que ella abriera los ojos a la verdad. El Consejo era la ley en sí mismo. Cuando sus miembros hablaban, la PsiNet se estremecía. Y cuando sentenciaban a un individuo a rehabilitación, no existía ningún tribunal de apelación.
Mirando los impávidos ojos castaños de su madre, Sascha aceptó que, llegado el momento, Nikita votaría a favor de internar a su hija en el Centro antes que perder su posición de poder.
Aquellos que sentían emociones eran el enemigo, y a los enemigos no se les mostraba piedad.
—Es inteligentísimo —dijo sorprendida por su propia afirmación. Lucas era uno de los negociadores más avispados y fríos que jamás había conocido—. Todas y cada una de las viviendas se han vendido por anticipado.
—Así que consigue sus diez millones.
—Nuestros beneficios serán sustanciosos a pesar de ello… existe una enorme demanda en el mercado.
—¿Estás sugiriendo que hagamos otro trato con ellos?
—Yo esperaría un tiempo. No sabemos si podemos trabajar con ellos a largo plazo.
Lo único que sabía era que se pondría en evidencia si mantenía relaciones comerciales con Lucas y su gente, independientemente del tiempo transcurrido. Aquel día se había tenido que cambiar de botas. Mañana podría tener que cambiar su personalidad por completo. Era imposible estar cerca de la vibrante vida de los leopardos y no anhelar vivirla con ellos.
Y estaba Lucas.
Era el primer hombre que conocía que revolucionaba sus hormonas. Cuando estaba con él, los años de adiestramiento psi parecían borrarse. Lo peor de todo era que no le importaba.
—Estoy de acuerdo —dijo Nikita—. Veamos si cumplen.
—No me cabe duda de que lo harán. El señor Hunter no me parece la clase de hombre que deja las cosas a medias.
—En tu ausencia, he descubierto algo muy interesante acerca de nuestros nuevos socios. —Nikita abrió ciertos documentos con sus largos dedos utilizando la pantalla táctil del ordenador—. Parece ser que el pacto entre los DarkRiver y los SnowDancer va mucho más allá de lo que se conoce públicamente. Los SnowDancer tienen una participación del veinte por ciento en un montón de proyectos de los DarkRiver.
A Sascha no le sorprendía. A pesar de su encanto indolente, Lucas tenía una voluntad de hierro capaz de impresionar incluso a los más implacables.
—¿Es recíproco?
—Sí. Los DarkRiver poseen el veinte por ciento en un número proporcional de proyectos de los SnowDancer.
—Una alianza basada en territorio y beneficios económicos compartidos.
Eran unas circunstancias únicas tratándose de cambiantes de naturaleza depredadora, célebres por sus guerras territoriales. Esa debilidad hacía que a los psi les resultara fácil manipularles. Lo único que tenían que hacer para provocar un conflicto era simular una transgresión territorial. Pero Sascha tenía el presentimiento de que las cosas estaban cambiando… y la mayoría de su gente se sentía demasiado superior como para reparar en nada.
—No bajes la guardia con Hunter.
—De acuerdo, madre.
Sascha tenía toda la intención de seguir el consejo de Nikita. Lucas no era solo un leopardo alfa, sino un hombre increíblemente sensual. Y era eso último lo que le aterraba.
Su psique fracturada reaccionaba a él de un modo absolutamente visceral.
Después de darle muchas vueltas, decidió que la única forma de librarse de esa necesidad voraz que presionaba contra sus escudos era satisfacerla en un entorno seguro.
No podía ser tan difícil… había investigado, memorizado varios libros de posiciones y técnicas.
El corazón le dio un vuelco solo de pensar en lo que estaba considerando, sembrando dudas en ella. ¿Y si no funcionaba? ¿Y si una vez que probara ansiaba más?
Imposible, se dijo. Todavía no estaba tan ida, no se había perdido del todo. Seguía siendo una psi, un cardinal. Y no sabía ser otra cosa.
Lucas se reunió con sus centinelas más tarde esa noche. Repantigados al azar en su guarida, Nate, Vaughn, Clay, Mercy y Dorian eran los miembros más fuertes del clan. En una lucha cuerpo a cuerpo con él, todos ellos perderían. Pero juntos eran formidables. Tal y como le había dicho a Sascha, si violaba las leyes vitales del clan, ellos le depondrían y acabarían con él. Hasta entonces, le apoyaban con una fe ciega.
No todos los alfas eran merecedores de tal lealtad, pero él se la había ganado a pulso. Se la había ganado del modo más terrible: con sangre. Un puño apresó su corazón cuando el recuerdo de sus padres le vino a la cabeza. Siempre era peor en esa época del año, los fantasmas del pasado susurraban constantemente en su mente.
Les habían arrebatado la vida antes de que tuvieran oportunidad de vivirla y a él lo habían obligado a mirar. Como todos los niños, había crecido, pero a diferencia de otros jóvenes, se había convertido en un cazador alfa, con la capacidad para rastrear asesinos y la fuerza bruta para exigir justicia. Había crímenes para los que no existía el perdón, y la venganza era el único antídoto.
—Nate, tú primero.
Hizo un gesto con la cabeza al miembro con más experiencia del equipo. Nate llevaba cinco años siendo centinela cuando Lucas fue ratificado como alfa de la manada hacía una década. Pero no había esperado a que el estatus de Lucas fuera reconocido de forma oficial para rendirle su lealtad; había elegido aventurarse en el mismísimo infierno junto a Lucas tiempo atrás, cuando este solo tenía dieciocho años, ganándose así su absoluta confianza.
—Hemos confirmado nuestras sospechas sobre los siete asesinatos en Nevada, Oregón y Arizona. —Una furia gélida iluminaba los ojos azules de Nate—. No cabe la menor duda de que se trata del mismo asesino.
—La mala noticia es que no tenemos nuevas pistas —continuó Mercy. La centinela era una pelirroja alta, capaz de luchar como la mayoría de los jóvenes más letales. A sus veintiocho años, llevaba solo dos en el cargo, pero se había granjeado el respeto de los otros cinco machos—. Los polis son totalmente inútiles como fuente de información… se niegan a llamarlo asesino en serie. Parece que ni siquiera quieren plantearse el tema.
No fue necesario que ninguno de los allí reunidos pusiera en palabras lo que eso podría significar. Los psi eran más que capaces de nublar el juicio de los humanos y cambiar el curso de una investigación si se empeñaban en ello. Había psi repartidos por todos los estratos de las fuerzas del orden, seguramente obedeciendo a ese fin.
—Por lo que Sascha ha dejado caer, estoy seguro de que la PsiNet no ofrece igualdad de condiciones —les dijo—. Hace algunos siglos que el Consejo se torea a la democracia.
Lucas pensó en su sombra psi personal y se preguntó si ella tenía acceso al corazón de la red, si era culpable de encubrir a un asesino. Por alguna razón, aquello no encajaba con la imagen de la mujer que había dejado que un bebé leopardo le royera la bota. Sascha Duncan no se ajustaba al perfil de los psi, y eso la hacía única. Los términos «psi» y «único» eran contradictorios.
—No he podido averiguar nada más sobre esa maldita mente colectiva —murmuró Dorian sentado en el suelo—. Ni siquiera los drogadictos están dispuestos a hablar y, psi o no, venderían a su madre por otra dosis.
Lucas estaba de acuerdo. Los psi tenían el mayor problema de drogadicción del planeta, pero mientras no intentaran convertir a los suyos en adictos, poco le importaba cuántos de ellos se matasen.
—He seguido a la madre de tu psi. —Vaughn cruzó la estancia y se apoyó contra la pared junto a la puerta, con su cabello ambarino recogido en una coleta baja. Era evidente que se trataba de un depredador. Lo que la mayoría de la gente no imaginaba era que no era un leopardo, sino un jaguar.
Adoptado por los DarkRiver hacía más de dos décadas, con apenas diez años, era el mejor amigo de Lucas y, posiblemente, el único macho capaz de mantener unido al clan si este moría a pesar de que, para los leopardos, no portaba el olor de un alfa.
Los jaguares se habían mantenido fieles a sus raíces animales: eran solitarios en su mayoría y no se atenían a las jerarquías. Pero Vaughn se había criado como un leopardo y Lucas le consideraba otro alfa. Un alfa que le había jurado lealtad por decisión propia. Era, además, uno de los tres centinelas que habían estado presentes la noche en que Lucas había teñido la luna de sangre con su venganza. El jaguar tenía diecisiete años por aquel entonces.
—No me gustaría encontrarme a Nikita Duncan en un callejón oscuro. —La expresión en los ojos de Vaughn decía que no bromeaba.
Lucas enarcó una ceja.
—¿Qué has averiguado?
—Ha conservado su asiento en el Consejo durante más de una década porque los demás psi, incluso los cardinales, le tienen pavor. La mujer es una telépata muy poderosa.
Se cruzó de brazos dejando a la vista el pequeño tatuaje que llevaba en el bíceps derecho. Una reproducción de las marcas que Lucas tenía en el rostro, una muda declaración de en quién había depositado su lealtad. Todos los centinelas habían seguido el ejemplo del jaguar, aunque Lucas no se lo había pedido. Lucas llevaba en la parte superior de su brazo la imagen de un leopardo al acecho, la promesa de un alfa a su manada.
—Eso no es tan extraño como para que asuste a la gente —señaló Dorian. No había nada en él que indicase que era latente y todos habían aprendido a no mofarse de ello, porque cuando Dorian mordía, uno no sobrevivía.
—No —convino Vaughn—. Pero su don tiene un plus inesperado. Puede infectar otras mentes con virus.
—¿Puedes explicármelo? —Mercy se reacomodó en uno de los enormes cojines que servían como sofá en casa de Lucas y se retiró el cabello, que le llegaba a la cintura— ¿Un virus?
—Al parecer es como un virus informático, pero afecta a la mente de la persona a la que va dirigido. En la calle corren rumores de que Nikita entró en el Consejo deshaciéndose discretamente de la competencia. —Tras la engañosa voz lánguida de Vaughn se ocultaba una férrea firmeza—. Varios cardinales sufrieron misteriosas crisis o murieron en extrañas circunstancias en la época de su ascenso. No se pudieron encontrar pruebas que la inculparan y el consenso general es que aquello solo sirvió para incrementar su prestigio a ojos de los entonces consejeros. El asesinato es una parte reconocida del arsenal de Nikita.
Lucas se paseó por la estancia.
—Siempre hemos asumido que el Consejo al completo estaba en el ajo, pero aunque estuviéramos equivocados y algunos miembros no lo supieran, la información de Vaughn hace que sea muy improbable que Nikita no estuviese al corriente.
Y si Nikita lo sabía, entonces era prácticamente imposible que Sascha, su heredera cardinal, no lo supiese. Le estaba costando aceptar la complicidad de aquella psi en el encubrimiento; la pantera estaba fascinada con ella y él no deseaba sentirse cautivado por la crueldad.
—Sascha es nuestro billete de entrada.
—¿Podemos quebrarla? —Clay, que había estado sentado en silencio en el vano de la ventana, habló al fin.
Lucas sabía lo que estaba preguntando el centinela. En el bando de los cambiantes nadie estaba dispuesto a continuar actuando pacíficamente, no después de que ocho mujeres hubieran sido asesinadas de forma brutal.
—Nosotros no torturamos mujeres. —Utilizó su voz como si fuera un látigo.
—Estaba hablando de sexo. —El centinela de treinta y cuatro años y piel oscura era el único, aparte de Nate y Vaughn, que conocía todos los detalles de la sangrienta noche en la que Lucas había dejado de ser un joven para convertirse en alfa, en todos los aspectos salvo en el título—. Las mujeres se sienten atraídas por ti. ¿Puedes utilizar eso en su contra?
Dorian se echó a reír.
—Tú no conoces a los psi, Clay. Son tan vulnerables al sexo como yo a aparearme con una mujer de los SnowDancer.
Lucas dejó que aquello penetrara en él. La idea de seducir a Sascha le resultaba extrañamente irresistible. Su cuerpo era consciente de ella hasta el punto de que no tocarla se convertía en un ejercicio de control. La pantera deseaba tumbarla en el suelo y embriagarse con la esencia de su feminidad, en tanto que el hombre deseaba hacer añicos el caparazón en el que vivía y descubrir a la verdadera mujer. Lo que le hacía dudar era la posibilidad de averiguar que estaba podrida por dentro, que era digna hija de una mujer que había matado con fría brillantez.
—Iremos despacio. No les avisaremos —dijo a sus centinelas—. Dejaremos que piensen que no somos más que unos animales.
Mala suerte que los psi hubieran olvidado que los animales tenían dientes… y garras.
Una vez que los centinelas se marcharon, Lucas se transformó en pantera y se fue a correr. En cuanto se puso en marcha supo que uno de ellos lo estaba siguiendo. Los centinelas estaban para protegerle, pero no eran sus guardaespaldas; a ningún leopardo le gustaba tener niñera. Clay era lo bastante bueno como para haber ocultado su olor si lo hubiese querido. El que no lo hubiera hecho significaba que estaba pidiendo permiso para unirse a su alfa.
Volviendo sigilosamente sobre sus pasos, Lucas estuvo a punto de caer por sorpresa sobre el centinela, pero este se apartó un instante antes de que el alfa saltara de la rama del árbol en la que había estado. Se saludaron con gruñidos guturales y se pusieron en marcha.
Correr de esa manera, dejar que el aire nocturno le acariciara el pelaje, fundirse en la oscuridad hasta ser tan solo una sombra y Clay un borrón de color pardo era algo que no tenía precio.
Correr con sus centinelas era una de las cosas que todo alfa hacía para fortalecer los vínculos de lealtad. Lucas no tenía por qué hacerlo con Clay. Al igual que Vaughn y Nate, el centinela estaba vinculado a él desde la noche en que habían dado caza y descuartizado en pedacitos a todos y cada uno de los machos de un clan errante de leopardos. Había sido justicia cambiante. Ojo por ojo. Venganza para dar descanso al alma de sus padres.
Ahora corría con los centinelas porque eran lo suficientemente fuertes, veloces y peligrosos como para representar un reto para él. Ningún alfa podía permitirse el lujo de descuidar sus habilidades. A pesar de que eran más civilizados que sus hermanos salvajes, el dominio de un alfa solo era aceptado siempre y cuando este fuera lo bastante fuerte como para dirigir al clan. Y esa fuerza no siempre era física.
Los psi creían que los cambiantes eran estúpidos porque sacrificaban la sabiduría de sus mayores en favor de la sangre joven. Los psi no sabían nada. Los centinelas abandonaban la línea del frente cuando envejecían porque, para ocupar ese puesto, tenían que ser físicamente invulnerables. Nate ya estaba buscando a su sustituto.
Cuando abandonase el servicio activo pasaría a ser uno de los consejeros de Lucas y su rango sería el mismo.
Si Lucas conservaba el respeto de los nuevos centinelas cuando envejeciera, ellos asumirían las tareas físicas que él desempeñaba en el clan: impartir justicia y mantener la disciplina. Cuando eso se daba, aquellos que no comprendían sus costumbres a menudo creían que el más fuerte de los centinelas era el que se había convertido en el nuevo alfa.
Los cambiantes no creían necesario sacarles de su error.
Pero eso pertenecía al futuro incierto. En esos momentos tenía que ser el más letal de todos ellos, el más salvaje e inteligente. Porque no solo el clan le vigilaba, sino también los SnowDancer. A la menor señal de debilidad en el clan DarkRiver los lobos se abalanzarían sobre ellos con saña.
No podía permitirse que la inexplicable atracción que sentía por una psi le desviara de su objetivo. Había mucho más en juego que el mero deseo de saciar su sed de venganza.
Cuando los DarkRiver se percataron de la existencia de un asesino en serie que se ensañaba con mujeres de raza cambiante, habían advertido a los demás clanes que habitaban dentro del radio de acción del asesino. Todos los alfas quisieron lanzarse a la yugular, los lobos más que nadie.
Lucas había insistido en llevar a cabo la misión de dar caza al asesino porque, a pesar de haber perdido a Kylie, él era el único alfa que aún podía pensar con claridad.
Parecía que la sangre que le había bautizado también le había otorgado la habilidad de ver más allá de la vorágine de furia y venganza.
Los SnowDancer le habían entregado las riendas a regañadientes porque su clan había perdido a un miembro mientras que el suyo no. Pero su paciencia tenía un límite.
Los lobos sabían que, tarde o temprano, el asesino también les atacaría a ellos. En cuanto eso sucediera, se acabarían las contemplaciones. Los SnowDancer emprenderían la caza de los psi y los psi tomarían represalias, conduciéndolos a una guerra de dimensiones catastróficas.
Lucas se sumió en un profundo sueño después del esfuerzo de una carrera que había dejado exhausto incluso a Clay. Había esperado solo oscuridad, pero el placer más exquisito le dio la bienvenida en sus sueños.
Tumbado boca arriba, notó unos esbeltos dedos que descendían por su torso explorándole con tanto mimo que se sintió dominado. Jamás ninguna mujer había estado cerca de poseer a Lucas Hunter, pero en aquel mundo onírico dejó que ella jugara. Después de un momento interminable, los dedos cesaron en sus caricias y notó el roce de algo húmedo y caliente sobre la tetilla. Su amante imaginaria se estaba tomando su tiempo para lamerle, excitándole de forma febril. Lucas abrió los ojos y enredó una mano en los sedosos rizos que caían en cascada sobre su torso.
Ella levantó la cabeza, y Lucas se encontró con unos ojos negros cuajados de estrellas.
No estaba sorprendido. Desde el principio, la pantera que moraba en él había encontrado tentadora a Sascha, y en aquel mundo onírico le estaba permitido dar rienda suelta a esa fascinación, satisfacer su curiosidad felina sobre una mujer tan excepcional.
Allí no había posibilidad de que se desencadenara una guerra y ella no era una emisaria del enemigo.
—¿Qué crees que estás haciendo, gatita? —Dejó que su mirada deambulara sobre la piel desnuda de color miel.
Aquellos ojos se abrieron desmesuradamente a causa de la sorpresa.
—Este es mi sueño.
Lucas rió entre dientes. Incluso en sus sueños ella era tan terca como en la vida real.
Había empezado a sospechar que, con Sascha, no todo se reducía a la eficiencia.
No, a veces simplemente le gustaba enseñarle las uñas.
—Estoy a tu merced.
Ella dejó escapar un bufido y se sentó sobre los talones.
—¿Por qué estás hablando?
Lucas cruzó los brazos detrás de la cabeza, encantado de contemplar aquellos voluptuosos pechos exhibidos solo para él de un modo tan espléndido. Le gustaba aquel sueño. Incluso la pantera estaba complacida.
—¿No quieres que hable? —Hizo que aquello sonara como una tentación.
—Bueno… —Sascha frunció el ceño—. El objetivo es saborearte… imagino que tú nunca te estarías callado en la cama.
—Tienes razón.
La observó mientras ella hacía lo mismo con él. En sus ojos ardía tal deseo que Lucas se sintió marcado. El alfa que había en él deseaba enredar los dedos en el oscuro triángulo de vello que quedaba al descubierto debido a su posición arrodillada, pero no quería poner fin a aquel extraño sueño.
—¿Puedo? —Recorrió con los dedos las marcas de su rostro mordiéndose el labio inferior— ¿Me sientes?
Lucas deseaba morder aquella boca sexy que le estaba provocando.
—Cada caricia.
Las marcas tenían gran sensibilidad y Lucas era muy selectivo a la hora de permitir que las tocaran.
—He deseado acariciarlas desde que nos conocimos.
Sascha dejó escapar un suspiro y se inclinó para depositar un rosario de besos a lo largo de las cicatrices irregulares. El profundo ronroneo de Lucas pareció sobresaltarla, aunque de un modo agradable, pues sintió cómo se le endurecían los pezones contra el pecho masculino. Después de explorar su rostro a placer, se incorporó de nuevo y le deslizó las uñas por el torso.
—Más fuerte, gatita. No voy a romperme.
Sascha inspiró trémulamente e hizo lo que él le pedía.
—A los gatos les gusta que los acaricien —apostilló en un suave murmullo.
—Ya te he dicho que somos selectivos con respecto a quién permitimos que nos acaricie.
Su mano ascendió por la parte externa del muslo de Sascha, haciéndola estremecer.
—¿Por qué iba a soñar con que me tocaras? Soy yo quien desea tocarte.
—Pero si estás soñando conmigo, ¿por qué no voy a tocarte?
Estaba encantado con aquel extraño sueño, que casi parecía real, salvo porque la verdadera Sascha jamás mostraría sus emociones de un modo tan manifiesto.
—Sí… sois muy territoriales. —Unas arrugas aparecieron en su frente—. Querrías marcarme. Mi subconsciente debe estar rellenando las lagunas.
Lucas procuró no sonreír.
—¿A quién permites que te acaricie?
—A los psi no se nos acaricia. —Un resquicio de tristeza centelleó en aquellos ojos que estaba aprendiendo a descifrar.
—Quizá has estado frecuentando a la gente equivocada. —Acarició la curva del trasero femenino y se detuvo—. Para mí será un placer acariciarte.
Sascha exhaló entrecortadamente.
—Yo primero —susurró al tiempo que se inclinaba—. Este es mi sueño. Solo quiero probar —repitió—. Solo una vez, eso es todo.
Lucas jamás se negaría a que le acariciara aquella exótica mujer que tanto le fascinaba. No cuando le miraba con ardor y no con expresión gélida. Apretó la mano sobre su trasero mientras ella le mordisqueaba, lamía y succionaba la tetilla con el máximo celo.
Sascha no le detuvo cuando sus dedos le recorrieron el muslo deleitándose con aquella piel melosa que deseaba saborear con la lengua.
Ella se ocupó de la otra tetilla al tiempo que bajaba el brazo para ascender por su muslo, rozándole con las uñas. Alzó la vista cuando oyó que él dejaba escapar un profundo gruñido.
—¿Qué significa eso? —La mano de Sascha yacía ahora laxa sobre la parte interna del muslo de Lucas, dolorosamente cerca de su dura erección.
Ella ladeó la cabeza ligeramente y Lucas recordó las preguntas que le había formulado mientras estaba en el coche. Era curioso que su subconsciente recordara aquel pequeño desliz por su parte, pero claro, el sueño ya era extraño de por sí… aunque no pensaba quejarse.
—Significa que continúes con lo que estás haciendo.
Lucas desplazó la mano por su trasero y la deslizó ligeramente para masajear su entrada, húmeda y caliente, impregnando el aire con el aroma del deseo femenino.
Sascha jadeó y se apartó.
—Aún no.
Él estaba habituado a tomar el control, pero algo en aquellos ojos le dijo que Sascha desaparecería si la presionaba. De modo que colocó de nuevo las manos debajo de la cabeza indicándole sin necesidad de palabras que podía jugar con él a placer… por el momento. Y como si ella le hubiera entendido, se desplazó hacia atrás y se colocó a horcajadas sobre sus piernas.
Lucas se sació contemplando aquel sensual cuerpo femenino y supo que iba a marcarla cuando la tomara. Pero no de forma dolorosa. Tan solo un mordisco aquí y allá, en lugares donde nadie pudiera confundir su significado. Sascha Duncan iba a ser su mujer.
Aquellos ojos estrellados, oscuros como la noche, se abrieron desmesuradamente mientras rodeaba con una mano la protuberante erección, haciéndole estremecer.
—Más fuerte.
Ella apretó y comenzó a mover la mano arriba y abajo.
—¿Por qué esto hace que me sienta bien? —Su voz estaba cargada de ardor sexual y el aliento surgía entrecortado de su garganta—. No se menciona nada de esto en los manuales.
Lucas sacó los brazos de detrás de la cabeza y la atrajo aferrándola de los muslos.
Se acercó un poco, pero no lo suficiente.
—¿Qué?
—Te estoy acariciando y sin embargo soy yo quien siente… placer. —La última palabra surgió como un gemido cuando él aumentó de grosor en sus manos.
Lucas estaba acostumbrado al sexo, a las mujeres sensuales que sabían lo que ambos estaban haciendo, pero aquella psi, con sus preguntas y su extraña inocencia, hacía que la desease con tal desesperación, que comenzaba a perder la capacidad de pensar con claridad.
—Lámeme, gatita. Saboréame —ordenó bruscamente el animal que moraba en él.
Sascha no se asustó y eso complació a Lucas.
—¿Saborearte? Sí… tengo que saborearte… tengo que saciar esta ansia.
Deslizándose por su cuerpo, se arrodilló entre sus muslos y apoyó las manos sobre las caderas de Lucas. Luego agachó la cabeza y comenzó a saborearle, tal y como él le había pedido.
Lucas enroscó una mano en su cabello obligándose a no retorcerse como su cuerpo le exigía que hiciera. Jamás había experimentado un placer tan intenso como el que le hacía sentir aquella dulce boca succionando su carne. Vio una especie de pequeños puntos de luz en su visión y supo que estos estaban pasando de humanos a felinos y de felinos a humanos. Únicamente un estado absoluto de excitación podía hacerle perder el control de ese modo.
Utilizando la otra mano para retirarle el pelo de la cara, contempló la cabeza de Sascha que ascendía y descendía sobre su dura erección, y aquella imagen le excitó hasta el punto de la locura. La necesidad de hundirse en el sedoso calor entre las piernas de Sascha era un rítmico impulso incesante dentro de su cerebro, pero esa noche él estaba a su merced… y ella le quería dentro de su boca. Lucas se corrió profiriendo un gruñido que reverberó en toda la habitación, aferrando todavía aquel denso y abundante cabello.
—Gracias, gatita —dijo.
No hubo respuesta.
Abrió los ojos frunciendo el ceño y se encontró en su guarida, agotado, saciado y solo.