Atravesando la ciudad, con Camelback en el retrovisor, Driver vio una valla publicitaria, uno de esos nuevos y horrendos carteles digitales que cambian cada pocos minutos. «JESÚS MURIÓ POR TUS PECADOS», decía, sobre una figura estilizada que podía ser la de un rabino, un sacerdote o un predicador melenudo, con la mano alzada a guisa de súplica. Esa imagen desapareció para ser suplantada por el primer plano de un señor con pinta de presentarse a algún cargo público. Lo más probable es que ya hubiese nacido con ese aspecto, pero también se lo había trabajado un poco. Cara ancha, ojos sinceros, impecable raya del pelo. «NO MUEVAS UN DEDO ANTES DE HABLAR CON NOSOTROS», podía leerse. «Sims & Barrow, Abogados».
Driver se echó a reír.
A Shannon le habría encantado.
Hacía unos minutos, estaba pensando en Bernie Rose. Y ahora en Shannon. Pensando en cómo casi todos sus conocidos habían desaparecido.
También pensó en Elsa.
En la sonrisa que se le ponía cuando él decía o hacía algo realmente estúpido. En su voz junto a él, en plena noche. En la pinta de perro ahogado que se le ponía al salir de la ducha con el cabello mojado. En el aspecto que tenía aquel ultimo día, apoyada contra la pared de un café vacío, con el pecho chorreando sangre.
Le sonó el móvil. Driver lo descolgó.
Era Félix:
—¿Conoces a una tal Blanche?
—No —Driver se paró ante un semáforo, detrás de una vieja furgoneta con las puertas traseras cubiertas de pegatinas: llevaban allí tanto tiempo que no quedaba ni una legible. Todo eran sombras y manchurrones borrosos de color—. Sí.
Los hombros de Blanche extendidos por el umbral del cuarto de baño, el charco de sangre avanzando hacia él. No le quedaba gran cosa de la cabeza.
Y volvía a estar en el Motel 6, no muy lejos de aquí, de pie una vez más junto a la ventana, pensando que debía tratarse de Blanche, pues si no, ¿qué hacía ese Chevy en el aparcamiento?
Y entonces, la explosión del disparo.
Blanche y su acento. Decía que era de Nueva Orleans, pero más bien parecía de Bensonhurst.
Allí estábamos: otra vez Brooklyn.
—Blanche Davis —dijo Félix.
—No utilizaba ese nombre.
—Tampoco les daba mucha importancia. Blanche Dunlop, Carol Saint-Mars, Betty Ann Proulx. Y siempre estaba en movimiento, también. Dallas, St. Louis, Portland, Jersey City. Estafas, timos contundentes. Y un par de matrimonios chungos. La chica se las traía.
—¿Y su nombre ha saltado así, de pronto?
—No del todo. Doyle ha tenido que hurgar un poco por aquí y por allí. Ya sabes —Félix se quedó callado un momento—. Y hay más.
—Adelante.
—¿Te acuerdas de tu amigo Dunaway?
Driver se mantuvo a la espera.
—Está en la ciudad.
—¿Dónde?
—Lo tengo a poco más de un metro. ¿Quieres venir a saludarlo?