—Por tus descripciones, por cómo se llevaban las cosas, todo tenía que llevar a Bennie. Por aquí, nadie más dispone de la maquinaria, de la gente necesaria. Pensé en dejarme caer para comentarle el asunto. Hace años que nos conocemos.
—De cuando eras policía.
—Antes incluso.
El compañero de Bill era Nate Sanderson, que había estado en el FBI, según Bill, para luego pasarse a la oficina del fiscal del distrito y acabar en el departamento de policía, donde le había entrado la pereza y no había vuelto a moverse. Por no hablar del excelente sueldo y de lo seguro que era el trabajo, claro está.
—¿Has encontrado lo que buscabas? —preguntó Sanderson.
—Ojalá supiera lo que busco.
Estaba convirtiéndose en una de esas situaciones, pensaba Driver, en las que cada respuesta que obtienes te confunde un poco más. Dijo a Bill:
—¿No deberías estar en la residencia, viendo el programa de Andy Griffith?
—Ya lo veré la semana que viene.
—¿Pero qué has hecho? ¿Te has fugado?
—Cuando entra alguien con una placa, la gente no suele hacer muchas preguntas. Ese es un buen motivo para traerme a Nate.
—¿Hay más?
—Trabaja en el crimen organizado. Se patea la calle. Sabe dónde encontrar a Bennie a estas horas del día.
Estaban en un cavernoso restaurante casi vacío en las afueras de Missouri. El letrero pintado a mano de la entrada ponía únicamente «alitas de pollo», junto a un dibujo primitivo de un zorro lamiéndose los labios. Seguro que esas alitas estaban muy buenas, había dicho Bill. Sanderson y él estaban comiéndose sendas porciones de pastel que parecían hechas de merengue al ochenta por ciento. Driver tomaba café. Miraba hacia la acera cuando pasó un tipo de piel clara con una camiseta que ponía, tanto por delante como por detrás, «todos somos extranjeros ilegales».
—No consigo aclararme con todo esto —dijo Driver.
Bill miró por la ventana para ver qué observaba su interlocutor:
—La vida nunca ha sido muy buena aclarándose.
—Ni la gente —intervino Sanderson.
Driver había supuesto que una vez tuviera dónde agarrarse, una vez hubiese llegado hasta Capel, todo lo conduciría directamente hacia ese tío de Nueva Orleans, Dunaway. Pero no era así. La carretera tomaba una curva y no podías ver lo que había al otro lado. Capel nunca había oído hablar del tal Dunaway. Las instrucciones vinieron, según dijo, «de una de las maternidades»; y cuando Driver le preguntó dónde estaba esa maternidad, respondió que en Brooklyn.
Dunaway era de Brooklyn. ¿Viejos contactos? ¿O solo gente contratada?
Bill negó con la cabeza:
—Lo normal es que presten a su gente, pero no la buscan fuera.
—¿Recurriendo a viejos colegas, entonces?
—O cobrándose viejos favores. «¿Me prestas tu herramienta por un día?». Pudiera ser.
Al principio era un golpe sencillo, había dicho Capel. Pero luego, cuando informó del asunto a las alturas, le dijeron que la situación había cambiado, que debía dejar a sus hombres por allí.
—¿Y qué era lo que había cambiado? —preguntó Sanderson.
Guardaron silencio. Finalmente, Bill abrió la boca:
—Se la tienen guardada a nuestro amigo, aquí presente.
Ambos miraron a Driver, que asintió.
—Fue hace mucho tiempo. Un tipo llamado Nino, un pez gordo. Y su mano derecha. Bernie Rose.
—¿Te los cargaste?
—Sí.
—Esos tíos tienen muy buena memoria. —Bill miró por la ventana. Un hombre mayor que parecía un trapo hecho unos zorros había dejado la bicicleta de pie en el paso de peatones y se había alejado de allí. Estaba en la esquina, observando cómo un coche trataba de esquivar la bici y acababa estrellándose con otro.
—La gente es capaz de cualquier cosa con tal de incordiar —comentó Sanderson.
—Puede que solo sea para demostrarse que siguen vivos —Bill apartó la vista—. Pero Bennie te dijo que había informado a las alturas. Olvídate de cómo se originó el encargo. Fuentes. Canales. Si Bennie informó, eso significa que, según él, el trabajo ya estaba hecho.
—Pero no lo estaba. Yo me escapé.
—Cierto.
—Eso no tiene ninguna lógica —dijo Sanderson.
—No el tipo de lógica a la que aspirabas —dijo Bill a Driver—. No puedes encontrar un camino recto porque no lo hay. Son más de uno y nunca se encuentran. Van en paralelo.