La controversia en la cocina había durado cosa de un par de minutos. Pero incluso desde aquí fuera, podías oler a carne quemada. Pese a todo, Capel seguía mirando en esa dirección.
—Tu hombre está en el congelador grande —dijo Driver—. Refrescándose.
Un camarero llegó hasta una mesa, cargando con dos platos de comida, para encontrarse con que sus comensales se habían pirado. Los clientes se alejaban rápidamente unos de otros. Tres mesas más allá, junto a la pared, Driver vio a un hombre girarse en su silla y echarse atrás la cazadora. En busca del arma, sin duda.
—Esto es personal —dijo Driver—. No voy armado.
El hombre asintió.
Capel levantó la vista. Era mayor de lo esperado, entre sesenta y muchos y setenta y pocos, llevaba una camisa azul claro, una corbata azul oscuro y un traje negro a rayas plateadas que le hacía juego con el cabello. Mostró ambas manos para que se viese que las tenía vacías, y luego se hizo con un pequeño cilindro que descansaba sobre la mesa, junto a su plato. También era plateado. Se lo llevó a la garganta. La voz resultante era muy matizada y de una calidez sorprendente:
—Tú debes de ser el conductor.
Driver no le contestó.
—¿Has venido a matarme?
Una vez más, Driver se mantuvo en silencio.
—Y con las manos desnudas. —Capel miró alrededor—. Pero siempre se le puede echar mano a un cuchillo, ¿verdad? Hay objetos peligrosos por todas partes —señaló—. Y la pistola de ese hombre. Una Glock, la favorita de los federales. Mi mujer dice que no dejan de investigarme porque así pueden seguir comiendo bien.
—Tal vez deberíamos hablar fuera. Antes de que se te vayan todos los clientes.
Capel se levantó con agilidad, era un hombre que se mantenía en forma. Cogió un palito de pan de una jarra llena. Con el aparato para la laringe en una mano y el palito de pan en la otra, dijo:
—Para defenderme.
Salieron al exterior, donde dos coches, un BMW negro y reluciente y un impresionante y viejo Buick, estaban marchándose. El restaurante estaba apartado de las calles principales, por lo que no había mucho tráfico. Arriba, hacia Goldwater, la terraza de otro restaurante estaba a rebosar de gente joven y de maduros en busca de diversión. Desde aquí, la cosa sonaba como una bandada de pájaros. Y parecía que esos pájaros se ayudaran a bajar trago a trago una comida que aún no había llegado.
—Esto tuyo también es algo profesional, ¿sabes? —dijo Capel.
—Según cómo lo mires, todo es profesional. La conversación más sencilla se convierte en un intercambio económico.
—Sí. Ambas partes quieren algo. —Capel se apartó el cilindro un momento, como un cantante que se aleja del micro para aclararse la garganta—. Pero también es verdad que, en general, los fines que se buscan no son tan transparentes. Tú quieres tu vida y que yo no forme parte de ella. Hasta hace unos minutos, yo habría querido lo mismo.
Apareció por la calle un Escalade negro que accedió al aparcamiento. De ella se bajó un hombre alto, delgado, pálido y de cabello lacio y canoso.
—Habrán llamado, desde dentro. —Capel levantó la mano, como empujando suavemente el aire. El hombre volvió a apoyarse en la furgoneta, a la espera.
—No es fácil —dijo Capel—, pero puedo cancelarlo. Tengo la influencia necesaria para hacerlo. Pero no va a acabarse.
—Lo entiendo.
—No lo dudo. Como tampoco van a acabarse nuestras negociaciones.
—No.
—Eres un tío muy impopular. Memorable, pero de lo más impopular. No tienes amigos, por ejemplo, en Brooklyn. Por la zona de la calle Henry, sin ir más lejos, donde las viejas se sientan en los escalones de entrada con el delantal puesto y los hombres juegan al dominó y a las cartas en la acera.
Capel miró más allá de Driver, quien se dio la vuelta.
—Esos deben de ser los tuyos.
Se acercaba lentamente un sedán Chevrolet de color gris. Dos cabezas.
—Los polis, siempre tan sutiles. Manteniendo perfectamente el anonimato en su coche sin distintivos.
Se abrió la puerta del conductor y apareció un tipo con pinta de contable. En el cuello de la camisa le quedaba espacio para medio cuello más, corbata cutre, codos y rodillas descoyuntados.
El padre de Billie salió por el otro lado.