—Me alegro de volver a verte. ¿Le has dado unas vueltas a lo que te dije?

Totalmente al contrario que la primera vez, el restaurante estaba de bote en bote, con las mesas muy juntas para acomodar a más gente. A Driver le recordaba a Nueva York, donde era imposible levantarse sin chocar con la mesa de al lado. Aunque aquí, claro está, siempre tenías más espacio.

—¿Un whisky de malta, tal vez? ¿Un café exprés? ¿Tienes hambre?

—Nada, gracias.

—Nada. Pero aquí estás.

Beil miró hacia las puertas y un camarero se materializó al instante.

—¿Me traes un platito de embutidos, Mauro? ¿Y una copa de mi Pinot Noir?

Los embutidos aparecieron en el acto, como si esperasen entre bastidores el momento de salir al escenario. Puede que así fuera, pero a Driver le costaba creer que Beil llegara a ser tan predecible. El vino lo trajo otro camarero. Copa de cristal, bandeja de plata, servilleta de lino.

—He venido en busca de un nombre.

—Ya lo sé. —Beil masticó una aceituna, tragó—. ¿Se prevé un acuerdo?

—De momento.

—Ah. Entonces tenemos lo que los políticos, siempre a una distancia prudencial de la rosa para no pincharse, definen como una solución obligatoria. —Tomó un sorbo de vino—. Supongo que ya tienes un nombre, a estas alturas.

—Sé quién es el jugador que tengo delante, pero no los demás.

—El que tú conoces no solo está fuera del asunto…

—De momento.

—… Sino que, además, carece del menor interés para mí. Para nadie, en realidad. —Beil escogió una loncha de salami, y luego un trozo de parmesano muy curado que parecía un pedrusco amarillo—. ¿Seguro que no quieres un trago?

Driver asintió.

—Los que buscas son auténticos lobos. Y a los lobos no les gusta que los encuentren: los cazadores son ellos, ellos son los que se deslizan entre los árboles, sin que nadie los vea, pegados al suelo. Sobreviven y medran gracias a su habilidad. —Beil mordió una oliva por la mitad, observando el hueco que quedaba—. Llevan cientos de años a lo suyo. Ese estilo de vida está en su sangre y en sus huesos.

—Y en sus amígdalas.

Beil le dedicó una mirada de extrañeza:

—Sí.

—Y si tuviera que buscar al lobo más grande, ¿a dónde debería dirigirme?

—Ese lobo se llama Benjamin Capel. Y acabarías en un restaurante muy parecido a este, pero con un entorno más… Bueno, no es que esté lleno de estatuas doradas y papel pintado de color rojo, pero por ahí van los tiros, ¿sabes?

Beil empujó por encima de la mesa una elegante tarjeta profesional. En relieve, letras plateadas, solo el nombre, el teléfono y una dirección electrónica. Harlow’s.

—Y resulta que ahora es un buen momento para que hagas una visita.

Driver se puso en pie.

—Puede que prefieras entrar por la cocina. Allí estará comiendo un tipo bajito y canijo con la nariz en forma de patata y el cabello muy negro. Él es la puerta que debes atravesar. ¿Serás tan amable de causar el menor daño posible?

Driver miró hacia atrás.

—El restaurante es mío a medias.