El argumento que Manny narró ese día al productor mientras se ponían de whisky hasta las cejas y más arriba, inventado sobre la marcha y con mucha prosopopeya, iba sobre un tío que conducía, nada más, y cómo acababa diñándola a primera hora de la mañana en un bar de Tijuana. Un héroe de nuestro tiempo, el último forajido, dijo Manny. Estuvo a punto de definirlo como «un hombre exento», pero pensó que eso solo contribuiría a complicar las cosas. Y aunque el productor le extendió un cheque allí mismo, la película, como tantas otras, nunca se rodó.

Años después, una mañana de resaca descomunal y vista borrosa, de una luz insoportable, Manny encontró su primera versión del guión, del que llevaba tiempo sin acordarse. A primera hora de la tarde, ya le había hecho una revisión. A medianoche, se lo envió a su representante en la agencia APA.