—Está en nuestra naturaleza, en los huesos, en el bazo, en las amígdalas o donde se localice este año lo inefable, el tratar de unir los puntos —dijo Manny—. Como también lo está seguir hurgando en la oscuridad en busca de una idea que lo explique todo. La economía. La religión. Las conspiraciones. Una teoría de la totalidad.

Mientras marcaba el número de teléfono, a Driver le había invadido una sensación de tristeza. Era una sensación que ya había experimentado con anterioridad, una sensación de estar haciendo algo por última vez. Y nunca sabías de dónde venía.

—Las cosas pasan porque sí. No tienen por qué llevar a ninguna parte. Espera.

«Esa no», le oyó decir Driver. «La botella en forma de tronco, con los agujeros falsos».

—Tengo a un productor por aquí. Grandes planes y un presupuesto a juego. Lo único que le falta es un guión. Le estamos dando al material que reservo para las ocasiones especiales.

—El material bueno está en una botella con agujeros.

—Vale, estéticamente es un asco. Pero el resultado…

Driver escuchó a Manny beber un sorbo, e imaginó cómo el paladar y el humor le cambiaban lentamente de color, de un amarillo oxidado al rosa, pasando por un tono melocotón, tal cual. Acto seguido, su amigo se reincorporó a la conversación.

—Vamos a repasarlo. Primero, el storyboard. Lo primero que tienes es al tío ese del norte de Los Ángeles, Dunaway. Dices que no hay duda de en qué anda metido.

—Exacto.

—Pero no sabes por qué.

—No.

—Cambio de música, cambio de iluminación, última hora de la noche, puede que llueva: aparece el tal Beil. Tiene un par de ángeles de la guarda que te vigilan. Y hace todo lo posible para que te subas a su carro. Para luchar por el bien común, el mal común o lo que sea. Acto seguido, aparecen un par de sujetos más, previamente vigilados ya por los hombres de Beil. ¿El tío del centro comercial, también? No tengo ni idea de por dónde va esto, amigo mío. La cosa es francamente complicada. ¿Hay más gente rondando por ahí?

—Ya lo veremos, ¿no?

—Solo si vives lo suficiente.

Manny echó otro trago. Driver podía oír al productor hablando al otro lado de la línea: no sabía si Manny lo estaba ignorando o si conseguía mantener dos conversaciones a la vez.

—¿Conectan los puntos? Podría ser todo puro azar. Tormentas distintas, cada una por su lado. Y a la larga, ¿qué más da? La pregunta siempre es la misma: ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar? Espera un momento, que voy a salir al patio.

Al cabo de unos instantes, sobre un leve ruido de fondo procedente del tráfico, Driver escuchó:

—¿Y ya estás reaccionando?

Pero no dijo nada.

—Porque da la impresión de que estás columpiándote. ¿Te acuerdas de la primera vez que lo hablamos? Te pregunté qué era lo que querías.

—Cierto.

—Pues seguimos en las mismas. Si no quieres enfrentarte a la situación, siempre puedes volver a largarte. Desaparecer.

Manny esperó un momento y luego añadió:

—Nos han inculcado grandes conceptos. Y que la humanidad avanza gracias a esos grandes conceptos. Pero a medida que vas haciéndote mayor, acabas por entender que las naciones no se forman basándose en grandes conceptos ni las guerras obedecen a grandes ideas, sino que todo sucede porque la gente no quiere que las cosas cambien.

El aleteo de un helicóptero se coló en la línea telefónica. Parecía un cortador de césped situado a un metro de distancia.

—Piénsalo un poco. Tengo que seguir haciéndome el simpático con el tío de la pasta, con sonrisitas empalagosas y toda la pesca… Hay que ser creativos. Puede que hablemos de cómo es posible que, durante los últimos veinte años, el uno por ciento de los americanos haya duplicado su fortuna mientras les bajaban un tercio los impuestos. O no. Ya hablaremos.

En ese momento, ambos creían que así sería.