Cinco días de trabajo prácticamente ininterrumpido y Driver dejó el Fairlane a su entera satisfacción.

En ese sitio, los colegas iban a lo suyo y te dejaban trabajar en paz, pero no te quitaban la vista de encima.

—Impresionante —dijo una voz situada por encima de unos botines del cuarenta y tres que cubrían los tobillos y tenían tantos colores que parecían el vómito de un payaso.

Driver se deslizó desde debajo del coche. Era un tío bajito, blanco —más blanco que Driver— pero hablaba español como un nativo y conocía a todo el mundo. Igual era de la familia. No era un cliente habitual, pero ya había aparecido antes por ahí.

—¿Piensas llegar volando a Marte en esa mierda o qué?

—Necesitaba un poco de trabajo.

—Tú no le has echado un poco de trabajo, amigo. Lo que has hecho es coger el carricoche de la abuela y convertirlo en algo que necesita comer carne seis veces al día. Tal como lo has dejado, podrías tirar de un edificio hasta cambiarlo de sitio.

—Igual se me ha ido un poco la olla.

—Y con el cocido dentro, a juzgar por las apariencias. ¿Recorta y rellena?

—Más bien corta y pega, pero no creo que levante el vuelo. Alguien había empezado el trabajo y yo lo he terminado.

—¿Morro?

Driver asintió:

—Ruedas adelantadas. He cambiado la suspensión frontal por un eje como Dios manda y unos muelles enanos.

—¿Cuatro cuerpos?

—Exacto. De los setenta. El típico carburador de cuatro cuerpos y siete litros.

—Chachi. Y suave de la leche. —Estiró el brazo y acarició tiernamente el parachoques de atrás, como si fuese la grupa de un caballo. Le faltaba el dedo medio. Anillos en todos los demás—. Yo diría que va a caerte pronto un largo paseo nocturno por el desierto.

—Sin duda alguna, es una de esas cosas que pueden llegar a pasar.

—Pues cuando pase, va a salirte una buena carrera.

—No lo dudo.

—Será el mejor momento de tu vida. Solo tú y la carretera, dejando atrás toda la mierda posible.

—Dios te oiga.

El hombre cabeceó cosa de un centímetro y echó a andar hacia el exterior.

¿Eran esos los mejores momentos? En muchos aspectos, sin duda alguna. Ibas por ahí lanzado a toda velocidad, libre y despreocupado, alejándote de todo lo que se confabula para mantenerte en tu sitio. Cuando experimentabas esa sensación y se te metía en los huesos, nunca la olvidabas, pues no había nada que se le pareciera ni remotamente.

Pero tarde o temprano, como siempre le recordaba Manny, llegaba el momento de parar y bajar del coche.

Acababa de deslizarse nuevamente bajo el vehículo cuando un segundo par de pies, envueltos esta vez en zapatillas rosas de media caña bien manchadas de grasa, se dejaron ver y no se movieron de allí. Driver volvió a salir. Ella solía trabajar en el extremo más alejado, junto a la puerta basculante que se mantenía abierta sobre barriles de doscientos litros. Todo el mundo la llamaba Billie o, simplemente, B. Por lo que había visto, venía a trabajar, no a ligar. Hispana, pero de segunda o tercera generación.

—¿Qué se le ofrece, señora?

Primero se quedó sorprendida. Y luego se echó a reír.

—Bonito cacharro, ¿pero tú crees que pega, aquí en Scottsdale?

—Con un poco de suerte, ella nunca tendrá que comprobarlo.

—¿Ella, eh?

Se mantuvo a la espera durante lo que los actores denominan un par de latidos y dijo: «Sí, señora».

Ella se echó a reír de nuevo y saludó en dirección al capó. Cuando él le dijo que adelante, ella lo abrió. Le echó un vistazo y meneó la cabeza.

—De lo más espacioso.

—Nunca sabes lo que puedes necesitar.

—Cierto, y cuando crees que lo sabes, luego suele resultar que te equivocas. —Sus dedos habían dejado una mancha en el capó. Al reparar en ella, se inclinó para limpiarla con un faldón de la camisa. Una camisa de hombre, de tela vaquera, muy desteñida, con las mangas subidas hasta los bíceps. Pantalones anchos de camuflaje—. No me importaría llevármelo a dar una vuelta.

Ahora le tocaba reírse a él.

—Supongo que eso ya lo has oído antes —le dijo ella.

—Puede que un par de veces. Pero no en este contexto.

La mujer echó un vistazo alrededor:

—Pues menudo contexto tenemos por aquí. Ahora es cuando sube el volumen de la música, ¿sabes?, cuerdas y toda la pesca.

—No creo.

—No, yo tampoco.

Además de las adelfas, los grillos y las grietas, el sitio contaba con un televisor, y mientras él se quedaba ahí sentado, terminándose la caja de comida que se había traído del Tokyo Express, mientras el aire caliente soplaba de ventana en ventana y el ventilador daba vueltas en el techo, las noticias locales daban paso a una película y, de repente, ahí delante se le aparecía el rostro de Shannon.

Solo una parte, en realidad, vista en un retrovisor. Pero era él.

Shannon era el mejor especialista automovilístico de todos los tiempos, una auténtica leyenda, y el tipo que había echado una mano a Driver a la hora de introducirlo en el negocio. Le había dado de comer y hasta le había dejado dormir en el sofá. Diez meses después del primer trabajo serio de Driver, durante un truco que había realizado más de cien veces, el coche de Shannon saltó por un precipicio, dio un par de vueltas de campana y acabó boca abajo como un escarabajo, mientras las cámaras seguían filmándolo todo.

La película se llamaba Stranger, e iba sobre un tío que se autonombraba guardián de una pequeña comunidad. Nunca llegabas a verlo, solo su coche, un Mercury, apareciendo en un mirador o persiguiendo un vehículo sospechoso; de vez en cuando, eso sí, podías verle el brazo asomando por la ventanilla, o su oscuro perfil, o un fragmento de su rostro en el espejo, o la espalda y el cuello mientras observaba algo. Nunca llegabas a descubrir sus motivaciones. La película se había rodado con muy poco dinero, así que en vez de un actor, utilizaron a Shannon para esos fragmentos. Todo consistía en una sucesión de impactantes secuencias automovilísticas. La verdad es que no había mucho guión que digamos. Pero la película tenía esa gracia que suelen tener las pelis baratas cuando los que las hacen creen en ellas: a falta de tiempo, capital y recursos, se lo curran para que las cosas salgan bien.

Tenía que tratarse de una película antigua, pues Shannon —o las partes de él que se veían— parecía joven. Seguramente, estaba hecha por unos jovenzuelos poseídos por la pasión, y en posesión a su vez de una tarjeta de crédito. Ahora ya serían famosos, si es que no andaban vendiendo terrenos por alguna parte.

Esa noche, mientras la lluvia prevista azotaba el exterior, los recuerdos se mezclaban en sus sueños con versiones retorcidas de la película; y cuando al día siguiente detectó el Crown Vic en el retrovisor y dedujo de qué se trataba, casi se echó a reír.