En las películas, el tío que está a punto de ahogarse sale disparado del agua, hacia la luz del sol, como si fuese una marsopa, tragando ese aire que se le ha negado durante tanto tiempo y luciendo una tremenda expresión de alivio.

Cuando Driver salió a la superficie por primera vez, seis o siete años atrás, había sido justo al revés. El sol, el aire y la libertad: le entraron ganas de volver a sumergir. Ansiaba la oscuridad, la seguridad, el anonimato. Necesitaba todo eso. No entendía cómo podría vivir sin.

Tenía 26 años.