Tragué saliva al tiempo que empezaba a echar de menos mi casa, a mi padre, a mi nueva madre, a mi perro. Y entonces caí en la cuenta de que nunca más volvería a verlos.
Ya no volvería a ver nada en color: ni las azules olas del mar ni el rojizo sol del atardecer.
—Lo siento, chicos —repitió Thalia—. Lo siento, os lo tendría que haber explicado inmediatamente.
—¿El qué? —grité.
—Creo que puedo ayudaros a regresar al otro lado —dijo. Tomó la barra de labios y añadió—: Así es como conseguí escapar hace unas pocas semanas. Llevaba este lápiz de labios en el bolso desde hacía cincuenta años, pero me había olvidado por completo de él.
Lo destapó y nos mostró una barra de labios de un rojo intenso.
—Lo encontré hace unas semanas y vi que todavía conservaba su color —exclamó Thalia—. Era un verdadero milagro. Tal vez se debía a que había estado guardado todo el tiempo.
Thalia se acercó a la pared.
—Me emocioné tanto al ver el color rojo después de tantos años —prosiguió—. Mi primera reacción fue probar la barra de labios sobre la pared y, para mi sorpresa, ahí donde ponía un poco de carmín se hacía un agujero.
—¡Increíble! —gritó Eddie.
Los demás también expresaron su sorpresa.
—La pintura roja de la barra de labios desintegraba la pared —continuó Thalia—. Estaba tan sorprendida que no sabía qué hacer. Dibujé una ventana en el muro y salí por ella. Así conseguí escapar.
Acercó la barra de labios a la grisácea pared.
—Traté de avisaros —les dijo a sus compañeros—, pero la abertura se cerró tan pronto como hube salido por ella. —Frunció el ceño y añadió—: Dibujé una ventana en una clase del mundo en color, pero allí, la barra de labios no era más que eso: una barra de labios. No funcionaba. De modo que no podía regresar a buscaros. No sabía cómo encontraros ni cómo regresar aquí.
Eché un vistazo a Ben. Para mi sorpresa, mi amigo ya estaba completamente gris, excepto… excepto por la punta de la nariz.
—¡Thalia! ¡Date prisa! —supliqué—. ¡Dibújanos una ventana! ¡Ya no nos queda mucho tiempo!
Sin añadir una sola palabra, Thalia se volvió hacia la pared y se puso a trabajar con ahínco. Dibujó el perfil de una ventana y la rellenó de color rojo.
—¡Deprisa! ¡Deprisa! —suplicaba yo, contemplando cómo nuestra amiga frotaba frenéticamente la barra de labios sobre la pared.
¿Funcionaría?