—¿Agujero? ¿Qué clase de agujero? —exclamé.
Nadie respondió.
Nos detuvimos en la cima de la colina. Los muchachos seguían sujetándonos con fuerza. Al mirar por encima del hombro de Ben vi que se aproximaban cuatro chicos. Cuando estuvieron más cerca, distinguí que llevaban cuatro cubos grandes.
Dejaron los cuatro recipientes alineados en el suelo y nos empujaron hacia ellos.
En su interior había un líquido, oscuro y burbujeante, del que salía un vapor de olor acre y penetrante.
Se acercó una niña llevando un montón de vasos metálicos entre los brazos y le entregó uno a un muchacho. Este se apresuró a sumergirlo en el denso líquido negro y al instante se oyó un sonido siseante.
—¡Ohhh! —exclamé sorprendido cuando el muchacho se llevó el vaso humeante a los labios. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el líquido repugnante se deslizara por su garganta.
—Un vaso sin color —gritó un muchacho.
—¡Bébete la oscuridad! —gritó una chica.
—¡Bebe! ¡Bebe! ¡Bebe!—vitoreaban los chicos al tiempo que aplaudían.
Rápidamente formaron una fila. Ben y yo vimos horrorizados que cada uno de ellos sumergía un vaso en el pestilente y negro mejunje y se lo bebía.
—¡Una bebida sin color! ¡Un vaso sin color!
—¡Bebed! ¡Bebed la oscuridad!
Intenté escapar de nuevo, pero había tres muchachos que me sujetaban y me resultaba imposible moverme.
Los chicos aplaudían y reían. Un muchacho se tragó un vaso entero de aquel pestilente brebaje y después arrojó el vaso al aire.
Se oyeron fuertes aplausos.
Una niña se llenó la boca con el oscuro potingue y luego lo escupió sonoramente en la cara de una muchacha que había junto a ella» Otro chico arrojó el líquido repugnante por la boca como si se tratara de un surtidor.
—¡Nos cubrimos de oscuridad! —gritó un muchacho con una voz profunda y resonante—. ¡Nos cubrimos de oscuridad porque en la luna no hay color! ¡No hay color en las estrellas! ¡No hay color en la Tierra!
Una chica escupió esa mezcolanza negruzca sobre el cabello de un muchacho bajito y con gafas. El oscuro brebaje empezó a deslizarse lentamente por su frente y sus gafas. Después el muchacho se inclinó para llenar su vaso, beberse el líquido repugnante y escupirlo seguidamente en la parte delantera del abrigo de la niña.
Entre gritos, risas y aplausos, se escupieron y embadurnaron con aquel mejunje caliente y negruzco, hasta terminar empapados de una oscuridad aceitosa.
—¡Un vaso sin color! ¡Una bebida sin color!
Entonces noté que unas manos me agarraban con más fuerza. Y Ben y yo fuimos arrastrados hasta la cima de la colina.
Al echar un vistazo al otro lado me encontré con un profundo precipicio, y, más abajo, al fondo… Era imposible ver algo. Estaba demasiado oscuro. Pero se oía un sonoro borboteo. Y hasta nosotros llegaban densas y continuas bocanadas de vapor, que lo impregnaban todo de un olor tan acre y penetrante que sentí náuseas.
—¡Al agujero negro! —gritó alguien—. ¡Al agujero negro!
Muchos niños aplaudieron.
Ben y yo fuimos empujados hasta el borde del precipicio.
—¡Saltad! ¡Saltad! ¡Saltad!—empezaron algunos niños a entonar.
—¡Saltad al agujero negro!
—Pero… ¿por qué? —grité—. ¿Por qué hacéis esto?
—Que os cubra la oscuridad —chilló una niña—. ¡Que os cubra como a nosotros!
Los muchachos reían y aplaudían.
Ben se volvió hacia mí, con el rostro contorsionado por el terror.
—¡Es-está hirviendo ahí abajo! —balbució, echando un vistazo al interior del agujero burbujeante—. ¡Y huele a culebras muertas!
—¡Saltad! ¡Saltad! ¡Saltad! —los chicos siguieron entonando.
Desplacé la mirada hasta ellos. Se reían, y aplaudían, empapados de un mejunje repugnante que les chorreaba por la cara y por la ropa. Echaban la cabeza hacia atrás y escupían al aire sorbos del líquido negruzco.
—«¡Saltad! ¡Saltad! ¡Saltad!»
De repente, el canto y las risas cesaron. Se oyeron gritos.
Desde atrás, unas manos me agarraron por la cintura. Y me empujaron con fuerza… al humeante agujero.