Habría dado cuatro pasos cuando resbalé sobre el césped mojado.

—¡Ay! —exclamé, al sentir una punzada de dolor en la pierna derecha.

El canto cesó. Los grisáceos muchachos lanzaron gritos de sorpresa. La pierna me dolía mucho. Tenía que pararme, Me incliné para frotarme el tobillo.

Cuando levanté los ojos, advertí que Ben se abalanzaba contra la pared humana que se alzaba a nuestro alrededor.

—¡Aaaah! —gritaba Ben mientras corría.

Dos chicos le agarraron; uno por los hombros y el otro por los pies. Ben cayó sobre la hierba, y los dos muchachos, encima de él.

—¡Dejadme! ¡Dejadme! —gritaba Ben.

A mí, me agarraron bruscamente un chico y una chica. Me obligaron a dar media vuelta y me empujaron con fuerza hacia Ben.

—¡Dejadnos! —grité—. ¿Qué estáis haciendo? ¿Por qué no nos dejáis marchar?

Hicieron levantar a Ben y lo empujaron a mi lado. Al cabo de unos instantes, estaban agrupados a nuestro alrededor, con los cuerpos tensos, dispuestos a capturarnos si se nos ocurría escapar de nuevo.

—No vamos a ir a ninguna parte —suspiré—. ¿Quiere alguien hacer el favor de explicarnos qué demonios está pasando?

—Venga, venga —pronunció una chica con largas trenzas grisáceas y la voz ronca.

—¡Ya lo he oído! —grité enfurecido.

—Ponte gris —añadió la muchacha—. Estamos esperando a que os volváis de color gris.

—¿Por qué? —quise saber—. Sólo dinos por qué.

—La Luna es gris —repuso—. Las estrellas son grises.

—Mis sueños son grises —añadió un niño con tristeza.

—Por favor, aclaradnos qué es todo esto —les suplicó Ben—. Yo no entiendo nada de nada.

Me froté la pierna que me había herido. Ya no sentía punzadas, pero el músculo me seguía doliendo.

—Sólo ayudadnos a regresar al colegio —supliqué.

—Nos fuimos del colegio —gritó un muchacho—. También era gris.

—No hay color en ninguna parte —gritó una niña—. Nunca regresaremos al colegio.

—¡Abajo el colegio! ¡Abajo el colegio! ¡Abajo el colegio! —entonaron algunos muchachos.

—Pero tenemos que regresar ahí —insistí yo.

—¡Abajo el colegio! ¡Abajo el colegio! ¡Abajo el colegio! —volvieron a entonar.

—Es inútil —me susurró Ben al oído—. ¡Están locos de remate! Nada de lo que dicen tiene sentido.

Sentí un escalofrío. El aire empezaba a soplar más fresco. Me invadió una sensación de terror y traté de deshacerme de ella.

Los muchachos nos agarraron y nos empujaron bruscamente por un sendero de hierba. Nos sujetaban con fuerza por los hombros y nos empujaban hacia delante

—¿Adónde nos lleváis? —grité.

No respondieron.

Ben y yo tratamos de escabullimos, pero ellos eran muy numerosos y demasiado fuertes.

Nos hicieron subir a empujones por una oscura colina. Torbellinos de bruma se iban arremolinando a nuestros pies a cada paso que dábamos. La hierba estaba mojada y resbaladiza.

—¿Adónde vamos? —grité—. ¡Decídnoslo! ¿Adónde nos lleváis?

—Al agujero negro —exclamó una niña. Y mientras seguíamos subiendo me susurró al oído—: ¿Saltaréis o tendremos que empujaros?