Venga, venga
Ponte gris
Mientras los chicos y chicas seguían girando en círculo, entonando suavemente, me dediqué a estudiar sus rostros. Presentaban una expresión dura y fría. Estaban tratando de asustarnos.
Conté nueve chicas y diez chicos. Todos ellos iban vestidos con ropas anticuadas y llevaban unos zapatones grandes y pesados. De repente deseé que todo eso no fuera más que una película en blanco y negro y que ni Ben ni yo estuviéramos realmente allí.
Venga, venga
Ponte gris
—¿Por qué estáis haciendo esto? —gritó Ben, haciéndose oír por encima de su canto espeluznante—. ¿Por qué no queréis hablar con nosotros?
Pero ellos siguieron con su danza circular, sin hacer caso de las súplicas de mi amigo.
Me volví hacia Ben, inclinándome hacia él para que pudiera oírme.
—Tenemos que escapar de aquí —dije—. Están locos. Van a dejarnos aquí hasta que seamos tan grises como ellos.
Ben asintió solemnemente, sin apartar los ojos del círculo de muchachos.
Hizo bocina con las manos alrededor para contestarme. Me quedé atónito. No tenían ni una pizca de color.
Me llevé las mías a la altura del rostro. Grises. También eran completamente grises.
¿Cuántas partes de nuestro cuerpo se habrían oscurecido? ¿Cuánto tiempo nos quedaba antes de que todo nuestro cuerpo fuera gris?
—Tenemos que escapar de aquí —dije—. Vamos. Contaré hasta tres. Tú sales corriendo por ahí y yo por aquí —ordené, señalando direcciones opuestas.
»Si les pillamos por sorpresa, tal vez podamos abrirnos paso —añadí.
—Y después, ¿qué? —repuso Ben.
No quería contestar a su pregunta. No quería saber la respuesta.
—Para empezar, larguémonos ya de aquí —grité—. No soporto ni un segundo más este estúpido canto.
Ben asintió y respiró hondo.
—Uno… —empecé a contar.
Venga, venga
Ponte gris
El círculo se había estrechado. Ya casi estaban codo con codo.
¿Nos habían leído el pensamiento?
—Dos… —seguí contando, y tensé los músculos de las piernas, preparado para echar a correr.
La cortina de niebla se estaba levantando, pero densas bocanadas de bruma seguían adhiriéndose al suelo. Aun así, me era posible distinguir unas casitas oscuras más allá del círculo en el que estábamos atrapados.
«Si conseguimos abrirnos paso, tal vez podamos escondernos en una de esas casas», pensé.
—Buena suerte —murmuró Ben.
—¡Tres! —grité.
Inclinamos la cabeza y echamos a correr.