—¡Mirad! ¡Mirad esto! —gritó una chica, sujetando bien alto la manga que me habían arrancado.
Los dos chicos tiraron del resto de mi camisa. Yo me eché al suelo y traté de escabullirme, pero nos tenían bien rodeados. Una chica me quitó un zapato. Ben intentó defenderse a puñetazos, pero se golpeó la mano contra el encerado y soltó un grito de dolor.
—¡Basta! —oí que gritaba un chico por encima de los chillidos de los demás—. ¡Basta! ¡Dejadlos tranquilos!
Yo seguía pataleando con ambas piernas. Ben seguía propinando puñetazos.
—¡Basta ya! —gritó el chico—. Dejadlos tranquilos. ¡Venga, parad de una vez!
Los muchachos se apartaron. La chica dejó caer mi zapato, que yo me apresuré a recoger de inmediato.
Retrocedieron unos pasos, moviéndose en línea y sin dejar de mirarnos fijamente.
—¡Cuántos colores! —exclamó una de las chicas—. ¡Y qué intensos!
—¡Me duelen los ojos! —gritó un muchacho.
—¡Pero son tan preciosos! —dijo una niña con emoción—. ¡Es… es como un sueño!
—¿Todavía sueñas en color? —le preguntó un muchacho.
—No, todos mis sueños son en blanco y negro.
Finalmente, sin soltar mi zapato y temblando de pies a cabeza, conseguí levantarme. Me arreglé el pantalón con dificultad y me puse la desgarrada camisa por dentro.
Ben se frotó la mano que se había lastimado. Tenía el pelo enmarañado y estaba sudoroso y con la cara colorada.
—Tommy —susurró—. ¿Qué está pasando aquí? ¡Esto es de locos!
Miré fijamente a los cinco chicos y chicas que se alineaban frente a nosotros.
—Se han quedado sin color… —murmuré.
Eran como una foto en blanco y negro. Sus ropas, su piel, sus ojos, su pelo… no tenían color; sólo tonos grises y negros.
Los fui estudiando mientras intentaba recuperar el aliento, y entonces advertí que no eran de nuestra época, que no se parecían en nada a los chicos de nuestro colegio.
Las chicas llevaban faldas largas hasta los tobillos; los chicos vestían camisas deportivas de cuello ancho, embutidas en pantalones holgados y con pinzas.
«Como en una película antigua —pensé—. Una película en blanco y negro.»
Nos observamos mutuamente durante un instante interminable. Después, el chico que parecía ser el líder del grupo habló.
—Perdonad —dijo—. Veréis, nosotros…
—No queríamos haceros ningún daño —interrumpió la chica que había junto a él—. Pero es que… ¡hacía tanto tiempo que no veíamos colores!
—Yo sólo quería tocarlos —añadió la chica del flequillo negro, sacudiendo la cabeza con tristeza—. Quería tocar un poco de color. Ha pasado tanto, tantísimo tiempo…
—¿Habéis venido a ayudarnos? —preguntó el primer chico amablemente. Sus ojos grises y suplicantes se quedaron clavados en los míos.
—¿Qué? —repuse yo—. No. No hemos venido a ayudaros. Veréis, resulta que…
—¡Qué lástima! —interrumpió la chica del flequillo negro, frunciendo el ceño.
—¿Eh? ¿Cómo que qué lástima? —No entendía nada—. ¿Por qué? —quise saber.
—Porque ahora —dijo la muchacha— nunca podréis marcharos.