Los dos nos quedamos boquiabiertos cuando de pronto se encendió una luz. Al principio era muy pálida y grisácea. Parpadeé repetidas veces y esperé a que brillara con más intensidad, pero no lo hizo.
Miré a mi alrededor. ¡Estábamos en un aula! ¡Un aula en tonos grises! Clavé los ojos en una oscura pizarra. Después, en la mesa del profesor, tan negra como el carbón, en los pupitres de color gris oscuro, en las pálidas y grisáceas baldosas de la pared, en las líneas negras y grises del suelo.
—¡Qué extraño! —musitó Ben—. Mis ojos…
—No son tus ojos —le tranquilicé—. La luz de esta clase es tan tenue, que parece que todo sea gris y negro.
—Es como estar dentro de una película en blanco y negro —comentó Ben.
Entornamos los ojos para poder distinguir algo bajo la pálida luz, y nos acercamos con cautela a la puerta de la clase.
—Salgamos de aquí antes de que volvamos a quedarnos a oscuras —sugerí.
Habíamos recorrido la mitad del aula cuando de nuevo oí una tos. Y entonces se escuchó la voz de una chica.
—¡Eh!
Ben y yo nos quedamos de piedra. Al darnos la vuelta vimos que una chica de aproximadamente nuestra edad salía de detrás de una vitrina repleta de libros.
Se nos quedó observando fijamente. Y nosotros la miramos a ella.
Era bastante guapa. Tenía el pelo negro y liso, y lo llevaba corto, con un flequillo que le caía sobre la frente. Vestía un anticuado jersey con el cuello en pico, una larga falda plisada y zapatos de hebilla blancos y negros.
Abrí la boca para decir «hola», pero algo me hizo enmudecer. Su piel era tan gris como el jersey que llevaba. Sus ojos también eran grises… y sus labios.
Esa chica era igual que la clase. También parecía sacada de una película en blanco y negro.
Ben y yo nos miramos perplejos. Después, observé de nuevo a la muchacha, que se agarró al lado de la vitrina sin dejar de observarnos con recelo.
—¿Estabas escondida ahí detrás? —dije impulsivamente.
Ella asintió con la cabeza y repuso:
—Os oímos llegar, pero, claro, nosotros no sabíamos quiénes erais.
—¿Cómo que «nosotros»?—pregunté.
Antes de que pudiera responder, otros dos chicos y chicas salieron de un salto de detrás de la alta vitrina.
Y todos ellos eran ¡de color gris!
—Miradlos —gritó unos de los chicos, observándonos con los ojos abiertos de par en par.
—Es increíble —exclamó otro muchacho.
Antes de que Ben y yo pudiéramos reaccionar, el grupo de muchachos echó a correr hacia nosotros, gritando y chillando todos a la vez.
Primero nos rodearon, luego empezaron a tocarnos y a tirar de nuestra ropa, de nosotros. No paraban de gritar, reír y chillar. Me agarraron por la camisa y la manga salió volando por los aires.
—¡Ben! —grité—, van a destrozarnos.