Al cabo de unos días, Thalia se peleó con Greta. Fue un milagro que no acabaran a tortazo limpio.

Era jueves por la tarde, el señor Devine, nuestro profesor, recibió un mensaje de administración. Leyó la nota varias veces, en voz baja, pero sin dejar de mover los labios. Después, murmurando para sí, salió de clase.

Faltaba poco para la hora de la salida. Supongo que todos estábamos hasta el gorro de estar en la escuela y no aguantábamos un minuto más. De modo que, tan pronto como el señor Devine desapareció, la clase explotó. Todo el mundo se puso a saltar y a correr alrededor de la clase y a hacer las mil y una payasadas.

Un chico sacó un radiocasete que había escondido debajo del pupitre y puso la música a todo volumen. Al fondo de la clase, algunas muchachas reían como locas, sacudiendo la cabeza y dando palmadas en las mesas.

Yo, puesto que soy nuevo en la clase, estaba sentado en la última fila. Ben no estaba. Creo que había ido al dentista o algo parecido. Así que, como todavía no conocía a nadie, me quedé un poco al margen de la diversión. Con todo, puse al mal tiempo buena cara y simulé pasármelo en grande. Pero lo cierto es que me sentía tremendamente solo y muy incómodo. En el fondo, esperaba con secreta impaciencia el regreso del señor Devine para que todo volviera a la normalidad.

Miré unos instantes por la ventana. Era un día de otoño. El cielo estaba nublado. Fuertes ráfagas de viento se arremolinaban en torno a las rojizas y anaranjadas hojas de los árboles, para luego lanzarlas al aire y dejarlas flotando por el patio del colegio. Las estuve observando un rato. Después desplacé la mirada al interior de la clase y mis ojos se posaron en Thalia.

Mi amiga estaba en la primera fila, ajena por completo a los juegos, las bromas y las risas. Sujetaba su espejito redondo enfrente de ella para pintarse de nuevo los labios.

Le hice señas con la mano para llamar su atención. Quería saber si luego bajaríamos al gimnasio para seguir trabajando en las pancartas. La llamé varias veces, pero con tanto jaleo no podía oírme, y siguió concentrada en su espejito, sin volverse para nada.

Estaba a punto de levantarme para ir junto a ella, cuando advertí que Greta se inclinaba sobre el pupitre de Thalia y le arrebataba el lápiz de labios. Greta se rió y le dijo algo a Thalia mientras sujetaba el tubito de metal lejos de su alcance.

Thalia, soltando un grito de rabia, trató de quitárselo, pero no fue lo bastante rápida.

Los plateados ojos de Greta brillaban de emoción. Soltó una carcajada y le lanzó la barrita a uno de los chicos al otro extremo de la clase.

—¡Dámelo! —vociferó Thalia, levantándose de un salto. Tenía los ojos enfurecidos y el rostro pálido—. ¡Venga! ¡Dámelo! ¡Dámelo ya!

Thalia, en un ataque de rabia, saltó por encima de la fila de pupitres y trató de agarrar al muchacho, pero éste se echó a reír y, esquivándola, le lanzó el lápiz a Greta.

El tubo de metal dio contra una mesa y rebotó en el suelo. Thalia se precipitó tras él e intentó agarrarlo frenéticamente con ambas manos.

Cuando llegué a la parte delantera de la clase, Thalia y Greta ya rodaban por el suelo, luchando por ver quién se quedaba con la barra de labios. Contemplé a Thalia sin poder salir de mi asombro.

«¿A qué viene este numerito? —me pregunté—. ¿Por qué tendrá Thalia tanto interés en recuperar esa barra de labios? Al fin y al cabo, no es más que eso: un pintalabios.»

El resto de la clase también estaba atento al espectáculo.

Las chicas del fondo, las mismas que se habían burlado de Thalia por llevar maquillaje, se estaban riendo como locas.

Algunos muchachos aplaudieron a Greta cuando ésta mostró triunfante el lápiz de labios en su manaza. Thalia chilló e intentó arrebatárselo.

Entonces Greta, sin dejar de sostenerlo en alto, apuntó en dirección a su contrincante, y fue bajándolo hasta dibujarle una cara roja y sonriente en la frente. A Thalia se le habían llenado los ojos de lágrimas. Desde luego, llevaba las de perder.

Aunque me era imposible comprender ese desespero frenético por recuperar el tubito, sabía que tenía que hacer algo al respecto. Decidí convertirme en héroe.

—¡Eh! ¡Devuélveselo a Thalia! —ordené con voz grave.

Respiré hondo y di un paso al frente, dispuesto a darle a Greta una buena lección.