—¡Oh, nooooooo! —gemí, horrorizado.

Los botes de pintura se me cayeron de las manos y se estrellaron contra el suelo. Uno de ellos vino rodando hasta mí y tropecé con él al salir pitando en dirección a mis nuevos amigos.

—¡Thalia! ¡Ben! —grité.

Los dos empezaron a reírse tontamente. Luego, levantaron las cabezas del suelo y me dedicaron una amplia sonrisa.

Ben abrió la boca para dar un largo y falso bostezo.

—Tardaste tanto, que ¡al final nos quedamos dormidos! —declaró Thalia.

Se echaron a reír de nuevo y entrechocaron las manos en alto en señal de victoria. Después, se levantaron, y Thalia salió como una flecha en busca de su bolsa. Sacó su tubito metálico y se lo pasó por los labios para darse otra gruesa capa de carmín.

Ben, sin dejar de reír, me miró con los ojos entornados y sentenció:

—Te has perdido, ¿verdad?

Asentí con la cabeza con aire desdichado y murmuré:

—Pues, sí. ¿Y qué?

—¡He ganado la apuesta! —estalló Ben, loco de alegría. Tendió una mano a Thalia y añadió—: ¡Lo prometido es deuda!

—¡Caramba! ¡Sois increíbles! —exclamé—. ¿Apostasteis a ver si me perdía?

—Bueno, estábamos muy aburridos —confesó Thalia, dándole un dólar a Ben.

Después de guardarse el dinero en el bolsillo del pantalón, Ben echó un vistazo al gran reloj del marcador y gritó:

—¡Hala! ¡Voy a llegar tarde! Le prometí a mi hermano que llegaría a casa antes de las cinco. —Salió corriendo en dirección a las gradas para recoger la mochila y la chaqueta.

—¡Eh, espera! —exclamé—. Quería contarte lo que he visto ahí arriba. Ha sucedido algo muy extraño y…

—Luego me lo cuentas —repuso Ben, poniéndose la chaqueta y saliendo al trote hacia la doble puerta del gimnasio.

—¿Y qué pasa con la pintura roja? —protesté.

—Me la beberé mañana —bromeó, y desapareció.

Me quedé como un idiota viendo cerrarse las puertas, y después me volví hacia Thalia.

—A veces es un chico estupendo —explicó ella—. Bueno, me refiero a que a veces me hace reír.

—Ja, ja —musité.

Agarré los botes de pintura roja y los dejé junto a nuestras pancartas, en el suelo.

—Siento que tardara tanto —le dije a Thalia—, pero es que…

Thalia se estaba poniéndose sombra de ojos.

—¿Viste algo extraño ahí arriba? —inquirió, mirándome por encima del espejito redondo que sujetaba enfrente de ella.

—Bueno, primero, cuando salía corriendo del gimnasio, tropecé con una chica muy rara y la tiré al suelo —expliqué.

Thalia me miró con los ojos entornados.

—¿Quién era?

—No sé cómo se llama —repuse—. Es mayor… y mucho más alta que yo. Y parece muy fuerte. Además, tiene unos ojos grises la mar de extraños y…

—¿Greta? ¿Tropezaste con Greta? —quiso saber.

—¿Se llama así?

—¿Iba toda vestida de negro? Greta siempre va vestida de negro —apuntó Thalia.

—Sí, exacto. La tiré al suelo, y luego, voy, y me caigo encima de ella. Menudo bochorno, ¿verdad?

—Ten cuidado con ella, Tommy —me advirtió Thalia—. Greta es de lo más raro —añadió, y acto seguido empezó a enrollar su pancarta—. ¿Y qué te pasó ahí arriba?

—Oí algo —dije—. Al llegar al aula de dibujo me pareció oír un murmullo de voces, como de muchachos, pero cuando entré, no había nadie.

—¡Qué! —exclamó Thalia boquiabierta—. ¿Entonces, tútú los has oído? —tartamudeó.

Asentí con la cabeza.

—¿En serio?

—Sí, claro. ¿Quiénes son? —pregunté—. Estuve buscándolos por todas partes. Los oía, pero no conseguía verlos. Y entonces, la señora Borden…

Me callé cuando advertí que mi amiga tenía los ojos llorosos.

—Thalia, ¿qué te pasa? —pregunté.

No respondió. Dio media vuelta y salió corriendo del gimnasio.