Por la puerta apareció un hombre saliendo de espaldas y tirando de un gran aspirador. Llevaba un uniforme gris, y entre los dientes sujetaba la colilla de un cigarro apagado. Era el conserje.

Suspiré aliviado y me encaminé a las escaleras. Creo que no alcanzó a verme.

Las escaleras se curvaban a mitad de camino. Empecé a bajarlas, pero me detuve al llegar junto a un gran tablón de anuncios colgado en la pared. Eché un vistazo al programa de actividades escolares, a un calendario y a una lista de objetos perdidos.

«¡Vaya! ¡Pues sí que la he hecho buena! Creo que es la primera vez que paso por aquí», me dije.

Me volví y miré hacia la parte superior de las escaleras.

«¿Habré tomado el camino equivocado? ¿Conducirán al gimnasio estas escaleras?»

Sólo había un modo de saberlo. Agarré con fuerza los botes de pintura, me di media vuelta y seguí bajando.

Con gran asombro descubrí que las escaleras se terminaban al llegar al segundo piso. Extendí la vista por un largo pasillo, esperando descubrir otras escaleras que me condujeran hasta el sótano; es decir, hasta el gimnasio. Pero lo único que alcancé a ver fueron puertas de aulas cerradas y largas filas de taquillas.

Los botes de pintura empezaban a pesar y los hombros me dolían. Dejé los botes en el suelo durante unos instantes y aproveché para estirar los brazos antes de reanudar la marcha. Mis pisadas resonaban con fuerza en el pasillo desierto. Cada vez que pasaba por delante de un aula miraba en su interior.

—¡ Ahhh! —Un esqueleto me sonreía abiertamente desde una de las puertas. Me llevé un susto de muerte, pero enseguida me tranquilicé—. Debe de ser un laboratorio de ciencias —murmuré.

Me pareció ver un gatito negro que se movía furtivamente al fondo de una de las filas de taquillas. Me detuve y le miré con los ojos entornados. No. No se trataba de ningún gato, sino de un pasamontañas negro que alguien se habría dejado olvidado.

—¿Qué demonios te pasa, Tommy? —exclamé en voz alta.

Nunca había pensado en lo espeluznante que puede llegar a ser un colegio cuando todo el mundo se ha marchado, especialmente si se trata de un colegio nuevo para ti.

Al final del pasillo, me encontré con otro corredor, largo y vacío también, pero ni rastro de escaleras.

«Ben y Thalia se estarán preguntando qué me ha sucedido —pensé—. Creerán que me he perdido. Bueno, y es que, en realidad, ¡me he perdido!»

Pasé por delante de una vitrina con relucientes trofeos deportivos. En la parte superior de la misma, un banderín rojo y negro proclamaba: ADELANTE, BISONTES.

Ese es el nombre de nuestro equipo: los Bisontes de Bell Valley. Pero ¿acaso los bisontes no son unos animales grandotes y lentorros? ¿Y no están prácticamente extinguidos? ¡Vaya nombre más tonto para un equipo!

Seguí avanzando por el pasillo, sin dejar de cavilar, tratando de encontrar un nombre más adecuado para nuestro equipo: los Hipopótamos de Bell Valley, los Jabalíes de Bell Valley, los Búfalos de Agua de Bell Valley… Este último me hizo reír, pero se me cambió la cara de golpe cuando advertí que había llegado al final del pasillo y que éste no daba a ninguna parte.

—¡Eh! —exclamé, mientras inspeccionaba las puertas cerradas—. ¿No debería haber unas escaleras o algún tipo de salida por aquí?

Me pareció ver una estrecha abertura en la pared, pero había sido tapiada con unas tablas de madera viejas y podridas que cubrían toda la entrada.

«No sé por qué se me ocurrió decir que yo iría a buscar la pintura —me lamenté—. Esta escuela es muy grande y no la conozco bien. Seguro que Thalia y Ben ya se han cansado de esperar.»

Deslicé la mirada por el largo corredor. En una de las paredes descubrí dos puertas, una al lado de la otra. No tenían ningún letrero y no daban la impresión de comunicar con ninguna clase. Decidí probar suerte con una. Me incliné hacia delante y, empujando con el hombro, la abrí. Aparecí tambaleándome en una inmensa sala, tenuemente iluminada.

—¡Caramba! ¿Dónele estoy? —Me salió una vocecita aguda.

Entorné los ojos para que mi vista se acostumbrara a la pálida luz. Entonces descubrí un grupo de muchachos que me devoraba con la vista.