Superar complejos
Una larga caravana de camellos avanzaba por el desierto. Al llegar a un oasis, el jefe decidió pasar la noche allí.
Los hombres instalaron de inmediato las tiendas para irse a dormir, pero cuando llegó el momento de atar a los animales, se dieron cuenta de que faltaba un poste. Todos los camellos estaban debidamente amarrados excepto uno.
Nadie quería pasar la noche en vela vigilando al animal pero, a la vez, tampoco querían perder el camello. Después de mucho pensar, el jefe tuvo una idea. Fue hasta el camello, cogió las riendas y realizó los movimientos necesarios para amarrar al animal a un poste imaginario. Para sorpresa de todos, el camello se sentó, convencido de que estaba bien sujeto. Así, todos se pudieron ir a descansar.
A la mañana siguiente, desataron a los camellos y los prepararon para continuar. Había un camello, sin embargo, que no quería ponerse en pie. Tiraron de él, pero el animal rehusaba moverse.
Finalmente, acudió el jefe que enseguida entendió la causa de la obstinación del camello. Se puso enfrente del animal como si estuviera delante del poste imaginario y realizó los típicos movimientos para desatar la cuerda. Justo entonces, el camello se puso en pie. Ahora sí se sentía libre.
En este capítulo vamos a hablar de los complejos, auténticos postes imaginarios para nuestra mente. Los complejos sólo existen en nuestra mente irracional. Las personas fuertes y racionales no ven ningún problema en el hecho de tener defectos.
Hace mucho tiempo —debía de tener unos 20 años—, fui a los cines Verdi de Barcelona con mi amigo Dani. Vimos una peli titulada El cuarto hombre, de Paul Verhoeven, un filme europeo de culto. El guión, muy resumido, es el siguiente: un escritor alcohólico corre el peligro de ser asesinado por su novia psicópata. Al tipo no sólo le persigue la chica con un gran cuchillo, sino sus propias torturas mentales. Resulta que es gay pero no ha salido del armario. Al mismo tiempo, es católico fanático y no se acepta a sí mismo. Y está tan perturbado por el alcoholismo que tiene fantasmagóricos delirios de degradación personal.
Algunos califican ese filme como uno de los precursores del cine gore, esto es, del cine «desagradable a más no poder».
Ésta es una de las pocas películas que no he podido terminar de ver. Como tantas otras, describe un universo oscuro, feo, espeso, torturador, depresivo… ¡pesadillas hechas realidad! Cuando uno sale de la sala, sólo le apetece tomarse una copa de vino con los amigos para olvidarla lo antes posible.
Los cineastas aderezan estos filmes con música inquietante (como el violín de Psicosis), luces tenebrosas y planos de cámara chocantes. El clima que crean es muy convincente.
Pero no sólo los directores de cine saben hacer eso: muchas veces, las personas desarrollamos fantasías tan oscuras como ésas o incluso más. Nuestra imaginación no tiene límite. De hecho, las personas que tienen un fuerte complejo —de fealdad, tartamudez, no tener pecho…— viven en una de esas pesadillas, una cárcel mental en la que se han metido ellos solitos y de la que no saben salir.
En este capítulo demostraremos que, como en la peli de Verhoeven, todos los complejos de inferioridad son una fantasía, una ficción total, de la cual podemos despertar en cualquier momento.
Desde un punto de vista racional, en este mundo —incluso en este universo—, no existen las pesadillas porque la vida es maravillosamente fácil, generosa, divertida y armónica. Con la filosofía personal adecuada, absolutamente nadie tiene por qué tener un complejo de inferioridad: ¡por nada! ¡Jamás! Veámoslo.
EL TARTAMUDO GENIAL
Un día vino a verme un chico de 27 años, apuesto y moderno, parecido físicamente a Pablo Alborán. Se sentó en la silla delante de mi escritorio y dejó un gran casco encima de la mesa. Iba y venía por Barcelona con una moto de gran cilindrada. Resultaba que había estudiado psicología, aunque entonces estaba haciendo pinitos en el mundo de la música. Tocaba la guitarra y cantaba muy bien. Con su característico estilo desenfadado, me dijo:
—Mi problema es que tartamudeo un poco y eso me hunde. Llevo mucho tiempo pasándolo mal por esto.
Guillermo me explicó su historia. Desde muy niño había tenido un ligero tartamudeo, pero nunca en su infancia le había supuesto un problema. Sólo a partir de los 20 años se le «despertó el monstruo», como él mismo decía.
A esa edad, mientras estudiaba precisamente psicología, probó a combatir su tartamudez y estudió métodos logopédicos para disminuirla. Se trataba de ejercicios de dicción, respiratorios, de evitación de determinadas sílabas… Todo un conjunto de medidas que hacían que casi no se notase el problema. Tanto estudió que incluso llegó a especializarse en psicología de la tartamudez y, una vez licenciado, a tratar a personas que tenían ese problema.
Pero aunque consiguió atajar su tartamudez —no del todo, en realidad—, había períodos de nerviosismo o cansancio en los que el trastabilleo resurgía y, en ese momento, no lo podía soportar.
—Rafael, me he decidido a acudir a ti porque ahora mismo estoy muy mal. He tomado antidepresivos, pero no los tolero bien y ya no sé qué hacer —confesó con los ojos llorosos.
Guillermo vivía dentro de una de esas pesadillas del tipo El cuarto hombre, y el protagonista de esa truculenta historia era él. Había creado con su imaginación un mundo horrible y ahora habitaba en él.
Y puedo asegurar que Guillermo, al que llegué a conocer bastante, era un tipo genial. Tenía un gran encanto personal y muchísimas virtudes. Era inteligente, tenía dotes artísticas, bien parecido, con grandes amigos, y una familia que le apoyaba al cien por cien… Y sí, era tartamudo, pero ¿a quién demonios le importaba?
Pero, hasta ese momento, para Guillermo, ser tartamudo era un defecto monstruoso que a él, particularmente a él, le destrozaba la vida. Un tétrico sentimiento que comparten todos los que sufren cualquier fuerte complejo.
BIENVENIDOS AL MARAVILLOSO MUNDO REAL
A todos mis pacientes con complejos de inferioridad les ayudo a descubrir el mundo real. Las pelis como El cuarto hombre NO son auténticas. ¡Todos esos fantasmas y monstruos no existen! Vivimos en un mundo redondo en el que encajamos como un guante, un universo en el que todo cuadra, en el que todo lo que existe nos puede producir goce de forma natural: los colores intensos de la naturaleza, las formas de las hojas de los árboles, la compañía agradable de las personas, el aire fresco de la mañana…
Sí, las personas estamos dotadas de imaginación y esa fantasía puede crear cosas que no existen, como vampiros y dragones, pero son sólo eso: creaciones mentales. La naturaleza no es así. ¡La vida real es un chollo!
Como aprendió a ver Guillermo, la tartamudez no es ningún monstruo. ¡No es nada! ¡Incluso puede dar lugar a una fortaleza, a una virtud! Un pequeño fallo que en absoluto impide que podamos ser muy felices. Como decía él mismo: «Cuando me liberé, di un paso de gigante en mi madurez».
Veamos ahora cuáles son los principales argumentos para comprender que no hay nada de lo que acomplejarse: ¡nunca!; ¡por nada!
QUIERO UNA VIDA TREPIDANTE COMO EL ROCK AND ROLL
Mientras escribo, escucho música. Y ahora mismo tengo puesto un disco titulado The very best of AC/DC. Al margen de las letras, que son los típicos versos repetitivos del heavy metal, este tipo de música —sus acordes rotundos, sus coros resonantes— es un canto a la vida, a la fuerza desatada de la juventud. AC/DC es una buena banda sonora para estas líneas.
Y es que todos tenemos la capacidad de disfrutar de la vida. Sólo tenemos que abrirnos a ella, y explotarla con pasión. Cuando somos jóvenes, parece que tenemos más facilidad para implicarnos en la diversión, para vivir las emociones a flor de piel, pero lo cierto es que podemos hacerlo a cualquier edad aprovechando el torrente de fuerza que siempre habita en nuestro cerebro.
Hace pocos días, leía una entrevista al poeta y dramaturgo español Fernando Arrabal en la que le preguntaban:
—Fernando, déjame preguntarte… ¿por qué llevas dos pares de gafas? —Y es que el poeta llevaba sobre la nariz sus gafas de miopía y, apoyadas sobre la frente, unas gafas de sol modernas.
—¡Porque estoy deslumbrado por la vida! —respondió con una enorme sonrisa.
Fernando Arrabal tiene casi 80 años y vive con más pasión que la mayoría de los jóvenes que conozco. ¡Y no es el único abuelo vibrante!
El año pasado tuve el placer de conocer a un intelectual muy conocido en Cataluña llamado Josep Maria Ballarín, sacerdote y escritor. Ballarín vive en un pueblo precioso del Pirineo, en una pequeña casa repleta de libros y cuadros que le han ido regalando durante su larga vida.
Si vas un fin de semana cualquiera a visitarle, seguro que le encontrarás charlando con las innumerables personas que pasan por su casa, gentes de todas las edades que acuden a disfrutar de la conversación inteligente, pausada y cariñosa de este cura rompedor. La última vez que le vi, un puro en una mano, una copa de coñac en la otra, hablamos de sexualidad, un tema que nos interesa mucho a los dos.
Ballarín tiene 93 años y el alma juvenil de una estrella del rock and roll.
Yo quiero ser como Arrabal y Ballarín, trepidantes hasta los 100 años. ¿Qué tengo que aprender para conseguirlo?
MÁS Y MÁS INTELIGENCIA EMOCIONAL
La clave para tener una mente excepcional, para vivir con pasión eléctrica desde el minuto uno hasta el último, es la inteligencia emocional, esto es, saber movilizar la gasolina que hace carburar las pasiones de nuestra vida: disfrutar de lo que hacemos, aprender, amar, jugar, hacer arte y, sobre todo, no perder el tiempo quejándose.
Ser inteligente a nivel emocional es tener claro —lo máximo posible— cuáles son las cualidades que realmente hacen que la vida sea emocionante y cuáles son cualidades falsas, o «cualidades trampa», como yo las llamo. Y no perder el tiempo con estas últimas.
¿Cuáles son esas cualidades trampa que, como gasolina adulterada, acabarán por romper el motor de nuestra vida? Algunas de ellas son la belleza física, la inteligencia, la elegancia, la habilidad verbal… Son cualidades trampa porque alimentan el ego en un principio, pero luego te dejan vacío. Son cualidades que permiten acumular cosas que luego tendrás que amontonar en estúpidos trasteros. Que proporcionan la admiración de los locuelos y los inmaduros. Pero que no nos hacen felices.
¡Digámoslo alto y claro: la belleza física, las habilidades, la riqueza, la inteligencia… son cualidades que no sirven para casi nada!
Y por otro lado, ¿cuáles son las virtudes que realmente nos permiten crecer, hacernos fuertes y disfrutar cada vez más de la vida? El arte, el amor, la amistad, la tolerancia a la frustración, la propia inteligencia emocional, la perseverancia… estas cualidades atraen a los fuertes y sanos, a los que comparten, suman y hacen que nuestra vida mejore de verdad.
Cualidades trampa | Cualidades reales |
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LOS QUINQUIS YA NO ME INFLUYEN
Cuando era un chaval vivía en Horta, un barrio obrero del extrarradio de Barcelona. Eran los años setenta y ochenta y abundaban los quinquis, pequeños delincuentes de mi edad que no iban a la escuela y que vivían la vida a tope. Eran buenos chicos, pero la falta de atenciones familiares les conducía al precipicio de las drogas. Yo conocía personalmente a varios de los quinquis de mi barrio.
Y recuerdo que, más de una vez, me había atracado alguno de ellos. Navaja en mano y botín de cincuenta pesetas y el reloj. Un día, de camino al colegio, me acorralaron en una esquina tres chavales de ésos. Uno de ellos era mi vecino, ¡de la casa de al lado!, pero no me dio ningún trato de favor: se llevó el reloj y encima me dijo riendo:
—A éste lo conozco. Es un pringao, un niño de papá. ¡Anda, lárgate corriendo y no le digas nada a nadie! Si te chivas, te mato.
Yo apreté a correr asustado, pero quedó en mi memoria su cazadora de cuero negro y el cigarrillo que colgaba de sus labios. Debía de tener 13 años.
En aquella época, los quinquis estaban ligeramente mitificados. Se sentían orgullosos, los líderes de la movida. Pero no lo eran para mí y mis hermanos. Sabíamos —lo habíamos hablado muchas veces con mis padres— que esos chavales se equivocaban. Nosotros teníamos la suerte de ir a un buen colegio y aprovechábamos la oportunidad. Éramos una familia humilde, pero apreciábamos la cultura. ¡Lo teníamos muy claro! Tanto que jamás sentimos la más mínima tentación de seguirles los pasos.
Para quitarse los complejos de encima, tenemos que tener tan claros nuestros principios como yo los tuve siempre con respecto a los quinquis de mi barrio. Ellos defendían unos valores y nuestra familia, otros. Ellos nos miraban con desprecio y, nosotros, con cierta lástima.
Entendíamos sus dificultades porque sabíamos que esos chicos procedían de las familias más desestructuradas de la zona, pero evitábamos su influencia porque, en ese momento, no eran buena compañía para nosotros.
Una actitud similar debemos tener frente a quienes endiosan los valores trampa. Porque los hay. ¿Habrá personas que despreciarán a Guillermo por ser tartamudo, a mí por no ser guapo ni elegante y a mi amiga Ana por tener síndrome de Down? Sí, pero esos individuos despreciadores no son las personas con las que deseo relacionarme. Como con los quinquis de mi barrio, no compartimos la misma visión de la vida y eso nos separa.
Por lo tanto, para liberarse de los complejos tenemos que:
HACER BANDERA DE LOS DEFECTOS
Defender públicamente nuestros valores de amor y cooperación por encima de la competitividad y los valores trampa es algo que hacemos principalmente por nosotros mismos, pero también algo que podemos hacer por los demás.
Cada vez que yo muestro mis defectos con orgullo y afirmo que no necesito ser de otra forma para ser feliz, estoy defendiendo a las demás personas que tienen defectos. Es como decirse: «De acuerdo: no soy guapo, pero ¡no lo necesito!… de la misma forma que un síndrome de Down no necesita ser listo para ser mi amigo».
Guillermo, mi paciente tartamudo, aprendió que su tartamudez podía ser una bandera en defensa de todos los humanos. Si Guillermo se mostraba tartamudo pero orgulloso de sí mismo, contribuía a la salud y la fortaleza del mundo.
Como Guillermo afirmó en una de nuestras sesiones: «Soy tartamudo ¿y qué?»; «Soy fantástico de todas formas»; «Todos mis amigos tienen fallos y, como grupo, somos indestructibles».
«Hacer bandera» de los defectos es una herramienta muy poderosa. Somos muchos los que tenemos defectos —en realidad, todos— y juntos vamos a conformar una comunidad estupenda: fuerte y feliz.
Muchas veces imagino que los «orgullosos de los fallos» somos como los Aliados en la Segunda Guerra Mundial: somos los buenos y los realmente poderosos.
En la Segunda Guerra Mundial estaba cantado que, tarde o temprano, iban a ganar los Aliados porque los lazos de cooperación son la grandeza del ser humano. Por eso, el ejército norteamericano desembarcó en Normandía junto a la Alianza de países democráticos y arrasó a los nazis. No podía ser de otra forma.
La fuerza bruta tiene un poder muy limitado. Cualquier chimpancé es tres veces más fuerte que un hombre. Si uno de esos animales tira con agresividad de tu brazo, te lo arrancará con facilidad. Pero eso no le permite prevalecer sobre las personas. Nuestro gran valor —a veces oculto— es la cooperación, nuestra capacidad de establecer lazos de amor. Los nazis fueron los chimpancés del nuestro mundo y los Aliados, los verdaderos humanos.
Y éste es el equipo de los que hacemos bandera de nuestros defectos: el verdadero bando de los fuertes. ¡Al cuerno con los complejos!
LA MONITORA CALVA
En el gimnasio al que voy, da clases de Spinning una monitora fantástica, llena de energía, muy animada, que canta a grito pelado mientras pedalea en la bicicleta estática. Rebosa positividad. Laura tiene una particularidad y es que es calva, completamente calva. Su cabeza es una bola de billar.
Pero a sus veintipocos años, es una mujer muy atractiva que encandila a todo el mundo. Tiene un gran carisma basado en su carácter.
Laura es una de las profesoras más queridas del gimnasio. Hace poco se casó y organizó una fiesta genial en la clase de Spinning.
Sin embargo, ¿cuántas mujeres no se sentirían desdichadas si fuesen calvas?
Woody Allen, Santiago Segura, Danny DeVito, Quentin Tarantino, Eduard Punset… no son nada guapos, pero tienen vidas fascinantes y atraen a los demás.
¿Y en el caso de las mujeres? Es cierto que a ellas se les exige más la belleza física, pero hay que ir cambiando eso. Aun así, el mundo está lleno de mujeres poco agraciadas, pero con vidas apasionantes: Uma Thurman, Rossy de Palma, Hillary Clinton, Frida Kahlo…
Y es que la imagen no importa nada a la hora de tener una gran vida. Si quieres esforzarte por ser guapo, puedes hacerlo, pero va a ser un detalle nimio de tu vida. Ni necesitas la belleza para ser feliz, ni la hermosura te va a dar satisfacciones auténticas.
En 2011 vi una exposición de fotografía organizada por World Press Photo en Perpiñán en la que ganó una instantánea que retrataba a Bibi Aisha. Esta mujer de 18 años, de la provincia de Uruzgán, en Afganistán, abandonó a su marido porque la maltrataba. Esta decisión desató la ira de un comandante talibán, que autorizó a su esposo a cortarle la nariz y las orejas. La joven ahora vive en Estados Unidos, tras ser acogida por una organización humanitaria.
Como muestra la fotografía, Bibi está desfigurada, pero tiene un proyecto vital valiosísimo (la foto se puede encontrar en internet). Quiere estudiar magisterio para volver a Afganistán y dar educación a las mujeres pobres de su región. Bibi, según ella misma afirma, ahora es feliz: tiene un proyecto importante y mucha gente a su lado. Y es que ninguna condición física significa nada para las mentes fuertes y liberadas. Todos podemos ser tan fuertes como Bibi y decir: ¡Al cuerno con los complejos!
APARTARSE DE LOS LOCUELOS
Recuerdo que, durante la terapia, Guillermo objetó lo siguiente:
—Rafael, mucha gente no piensa como tú. Y esas personas sí que menosprecian a los demás por defectos como mi tartamudez.
A lo que yo repliqué:
—Lo sé. También hay gente racista del Ku Klux Klan, pero ¿sientes alguna necesidad de caerles bien a esas personas? Yo no. Ellos están en un lado y nosotros en otro. Lo mismo sucede con individuos con ideología nazi: mientras tengan esas ideas, no pueden contarse entre mis amigos.
No debemos olvidar que las personas saludables somos más y, sobre todo, somos más fuertes. Nosotros gozamos de una capacidad de unión y cooperación que supera de forma definitiva a los que endiosan valores trampa. Podemos emplear esa capacidad de asociación para mantenernos cuerdos y unidos.
Si aislamos a las personas que valoran cualidades como la competencia, la fuerza bruta, la belleza física o la inteligencia por encima del amor, estaremos presionándoles para cambiar. Seremos activistas por un mundo mejor.
Y, no lo olvidemos, también estamos evitando su mala influencia. Así como de niños mis hermanos y yo evitamos a los quinquis de mi barrio, nosotros podemos aislarnos de los lisiados emocionales. Ellos a lo suyo y nosotros a lo nuestro: no perdamos tiempo con su ideología y su loco mundo.
LOS SIMPÁTICOS SEÑORES DE MI BARRIO
Cuando hablo con chicas anoréxicas —auténticas campeonas de los complejos de inferioridad— suelo explicarles lo mucho que me gustan los señores mayores de mi barrio actual. Suelo conversar con ellos cuando coincidimos en una tienda o en la misma calle. Uno de ellos es Jaime, el peluquero de la esquina, a punto de jubilarse.
Jaime es un cocinero buenísimo y hablamos mucho de recetas y cultivos ecológicos. Además, está enamoradísimo de su familia: su mujer y sus dos hijas, ya veinteañeras. Le encanta la gente, su trabajo y su vida. Jaime no es guapo ni creo que lo haya sido nunca, pero es un tipo genial. ¿Quién necesita esa estupidez llamada «hermosura» para ser así de armónico?
Todos podemos aprender la sabiduría de la gente madura que ya no se inmuta por valores absurdos y competencias infantiles.
Guillermo, mi paciente tartamudo, sigue trabándose al hablar, pero ya no se esconde, ni se castiga por ello. Y no lo hace desde que se integró en un ejército muy poderoso: en el de los seres humanos maduros, los que aman la vida, los que la amarán hasta cumplir los 100. Entre sus soldados están Josep Maria Ballarín, Stephen Hawking, Frida Kahlo… todos los filósofos del mundo, los artistas de todas las artes existentes, los millones de personas vibrantes que aman la armonía y el amor.
En este capítulo hemos aprendido que: