—Quiero que te vayas y quiero que sea ahora.
Lucía esperaba a César en el despacho con su portátil abierto. En la pantalla, una de las fotos que Román le hizo en el estudio. Desnuda.
—¿Dónde están mis cosas? —gritó él desde el pasillo antes de verla.
—He dicho que quiero que te vayas y quiero que sea ahora —respondió Lucía extrañamente calmada.
César ya estaba frente a la mesa. Estuvo a punto de articular una contestación ocurrente, pero, al ver la foto en la pantalla, se calló.
—Ya lo he visto todo o eso creo… Reconozco que me ha costado asimilar que hayas sido capaz de algo así, algo tan… cruel, pero acabaré por digerirlo. Sabes que tengo fuerza para eso y para mucho más. ¿No te parece mentira que todo haya ocurrido mientras ella se iba? —César hizo el ademán de contestar y Lucía no se lo permitió—. Ya no creo en las casualidades y su muerte tampoco ha sido casual. Ella te habría mirado desde una altura que tú no puedes ni podrás alcanzar y se habría limitado a decirte que te largues, César: márchate. —Lucía pronunció la orden desde una serenidad luminosa y con un eco doblado en su voz, como si ella y Aurora pudieran aún hablar a la vez—. No quiero ni escucharte. No me interesa saber el porqué.
—No te interesa saberlo porque ya lo sabes y… —Él logró intervenir, pero Lucía volvió a cortar su discurso. Tenía claro que no le daría ni siquiera la oportunidad de jugar esta partida.
—¿El qué? ¿Que me has manipulado, maltratado y utilizado sin ningún tipo de remordimiento, culpa o duda?
—Era lo que tenía que hacer —respondió César, seguro de que había hecho simplemente lo necesario.
—Por eso debes irte, porque eres dañino y soberbio; me has querido enseñar y voy a darte una mala noticia: he aprendido. Querías castigar a la niña mala, la que te estaba abandonando. ¡Qué mejor que un buen escarmiento! ¡Una sobredosis de lo que pedía a gritos para alejarme de mis deseos! Es tan… pobre lo que has hecho… Tan falto de recursos propios…
—¿Eso crees? —dijo César herido en su orgullo—. Pues yo diría que había funcionado. Aunque, ahora que lo dices, tu entrega a ese mierda de Román ha sido tan decepcionante que en el fondo perderte de vista es lo mejor que me podía pasar…
Lucía le miró desde el lado de los que dicen la verdad, con la seguridad de que el tiempo le daría a César lo único que merecía: la soledad y el abandono de todos los que le amaban.
—Ya no creo nada de lo que me dices y no me importa porque no me interesa —dijo llena de luz—. Ya no te creo y no creo en tu amor, pero supongo que si te has molestado en montar toda esta ficción es porque querías recuperar nuestra realidad por muy vacía que fuese… Solo que te ha salido fatal. —Él cambió la cara, había perdido las riendas de la situación—. Te veo ahí, de pie, sin nada de lo que tuviste aquí, a punto de perder esta casa y de perderme a mí, y tengo muy claro quién ha sido derrotado y no he sido yo… Gano con tu ausencia, César. —Lucía sonreía—. Porque esto, por muy difícil que sea, es lo mejor que podía haberme pasado. Te vas a ir, porque si no lo haces, llamaré a la Policía. Me quedo tu ordenador en depósito, me quedo todo esto en la recámara… Ruega por que no me vuelva tan loca como tú y me crea capaz de cambiar vidas, porque yo sí que tengo la posibilidad de cambiar la tuya y destruirla del todo. Sin embargo, una acción tan ruin nos pondría a un mismo nivel, me convertiría en lo que tú eres. Sé que crees que no seré capaz, pero voy a convertir lo que me has hecho en algo constructivo y útil. Destruirte no es la respuesta, es solamente un impulso inmaduro.
—Crees que puedes hacer algo para lo que no tienes capacidad… ¿Hacerme daño? ¡Querías dejarme! ¡Tú a mí! —César hablaba desde la perplejidad de una soberbia enfermiza y paranoica—. Reflexiona, Lucía: sabes que te quiero y que todo lo que he hecho ha sido una medida desesperada para no perderte. —La mente de César iba y venía del ataque a la rendición sin control ni pautas. Estaba desconcertado, perdido—. Piénsalo. No parabas de gritar a los cuatro vientos que necesitabas emociones para llenar tu vida… y la vida está tan vacía que la única historia interesante que has vivido te la he tenido que construir yo.
—En eso tienes razón, probablemente la única historia interesante que he vivido haya sido esa, pero ahora sé por dónde empezar… Ahora, empiezan todas las demás.
—No llegarás a ninguna parte.
—A ninguna en la que estés tú. Márchate de mi casa y no vuelvas jamás a ponerte en contacto conmigo. No me busques, no me escribas, no intentes nada… Vete. Jamás volverás a verme, ni a tocarme. —Lucía se fue levantando de la silla—. No tendrás la oportunidad de ver cómo renazco. Mi felicidad será la prueba de tu error. Y tú, solo la prueba viviente de que contigo era imposible alcanzarla.
César se giró para retirarse como los soldados que dan por perdida una batalla pero aún tienen confianza en que al día siguiente volverán a la lucha y ganarán la guerra. La postura de Lucía le enfrentaba con la seguridad de que le echaría de casa de una u otra forma. «No es momento de insistir», pensó. Él sabía mucho de los momentos apropiados. Al menos, eso creía.
Al día siguiente, César se despertó en un céntrico hotel de Madrid. Eran casi las cuatro de la tarde. Aquella noche desastrosa había terminado en el interior de un minibar y ahora el tacto de su lengua era el de una moqueta sucia, y un dolor de cabeza agudo le recordaba cuánto mal necesitaba ordenar, empezando por su resaca. Cogió el teléfono que estaba en silencio: tenía más de doscientos mensajes. La mayoría era de su secretaria, su abogado, algunos de amigos y socios de la empresa. Entre todos ellos, abrió uno procedente de la oficina esperando las peores noticias de los últimos contratos firmados en los Estados Unidos. En el texto solo encontró un aviso que por los incontables signos de exclamación parecía gritarle directamente en el oído: «¡¡¡¡César, tienes que ver esto!!!!», le escribía su secretaria.
Se apoyó en el cabecero de la cama y su cerebro se desplazó como si flotara en agua. «¡Maldita resaca!». Pinchó el link que le había enviado. Al segundo, una ventana blanca se abrió en su ordenador: era un vídeo que se cargó en un instante. En el centro de la imagen, en un plano abierto hasta las caderas, se hallaba una mujer ensangrentada y desnuda con aspecto de haber recibido una brutal paliza. Un movimiento de cámara pausado comenzó a cerrar el zoom en busca de su rostro, desfigurado por la hinchazón que le habían provocado los golpes. Tenía el ojo derecho perdido dentro de una bola, el labio partido y el cuerpo lleno de moratones. La voz de Lucía le sorprendió:
Mírame, dijo la mujer atropellada del vídeo. No te imaginas el daño que me ha hecho. Jamás habría imaginado que la persona a la que tanto amaba sería capaz de hacerme todo esto.
El plano se cerraba casi imperceptiblemente hacia la cara de una Lucía amoratada y grotesca.
Me duele. Me duele mucho.
Un silencio de unos segundos tiñó la escena de una intensidad dolorosa hasta que ella comenzó a moverse. Se llevó la mano al ojo hinchado y tiró de su sien hasta despegar un apósito de plástico bajo el que surgió su ojo sano y limpio. Continuó su discurso sin dejar de moverse con gestos firmes, mientras sacaba algodones de sus encías, una gasa de la nariz hinchada, una falsa cicatriz en el labio inferior…
No, no me ha tocado. Nunca me ha puesto una mano encima…
Lucía metió en el plano una toalla húmeda y empezó a limpiarse la sangre artificial y los moratones. No dejaba de mirar a la cámara.
No me ha violado, ni insultado. El agua sobrante se deslizaba por su tronco y su cara, desnudándola de artificios, renaciendo gota a gota. Es más, ha pagado para que otro lo hiciera por él. Se quitó una lentilla regada de venas falsas y fijó su mirada en el alma de los que la escuchaban. El que me ha hecho esto sigue en la calle. Lloraba tranquila desde lo más profundo de su garganta rota. La óptica podía captar el dolor en el fondo de sus ojos. Hay heridas que no se ven. Pero nadie puede acabar contigo si tú no se lo permites.
Dos segundos de pausa y el movimiento de cámara se detuvo. El vídeo mostraba un ajustado primer plano de Lucía. No había rastro de daños físicos. Estaba bellísima y serena. En una de las mejillas, el resto de la sangre artificial le daba incluso cierto despertar a su rostro. Pronunció su último mensaje:
No acabarás conmigo.
César tragó saliva completamente despierto. El dolor de cabeza se había agudizado. Pinchó de nuevo el vídeo. ¿Lucía? ¿Su Lucía? ¿Desnuda? ¿Apaleada? Lo volvió a ver:
Mírame. No te imaginas el daño que me ha hecho. Jamás habría imaginado que la persona a la que tanto amaba sería capaz de hacerme todo esto. Me duele. Me duele mucho. No, no me ha tocado. Nunca me ha puesto una mano encima… No me ha violado, ni insultado. Es más, ha pagado para que otro lo hiciera por él. El que me ha hecho esto sigue en la calle. Hay heridas que no se ven. Pero nadie puede acabar contigo si tú no se lo permites. No acabarás conmigo.
Cuando la grabación se detuvo, y aún estupefacto por lo que su cerebro repetía una y otra vez, se fijó en que debajo del vídeo había un link diferente que enlazaba otra página junto al hashtag #noacabarasconmigo. César pinchó. Tuvo que coger aire para poder evitar el impulso reflejo de lanzar la tablet contra la pared. Al otro lado de ese enlace había un extenso documento perfectamente redactado que relataba toda su traición y su plan para llevarlo a cabo paso a paso. Lucía había eliminado los nombres, pero no había obviado ninguno de los contenidos. Ella era la narradora de su propia historia y de su traición.
El teléfono vibró encima de la mesilla, era su abogado:
—¿Dónde estás? ¡Maldita sea! Te he llamado mil veces. ¿Has visto el vídeo?
—Acabo de verlo —respondió César.
—¿Qué es esta atrocidad? ¡Es el vídeo más compartido dentro de tu propia plataforma!
—¿Está mi nombre? ¿Has encontrado mi nombre en alguna parte: copias de mails, instrucciones, carpetas? —Como si su propia mente fuese una computadora, el cazador cazado analizaba las probabilidades.
—¡No! —gritó el abogado—. No lo está, pero, César… —respiró al otro lado del teléfono—, es cuestión de tiempo que se sepa.
—¿Por qué? Ella no quiere eso. No me ha denunciado a la Policía. No está mi nombre… Es un vídeo más en la Red. —El miedo le impedía reconocer la gravedad de la situación.
—¡César! Escúchame. Te lo digo alto y claro: ¡estás jodido! Ella relata con pelos y señales un caso claro de maltrato psicológico de una crueldad bestial… ¡Y es tu chica!
—¡No está mi nombre, joder! ¡Páralo y basta! —César comenzó a gritar fuera de sí. Perdía el control—. ¡Para a esta zorra de una puta vez! ¡Destrózala!
—¡No puedo! Ya te lo he explicado en los correos y es lo que te intento decir desde hace horas. Es la noticia de la mañana. Lleva colgado más de quince horas. Lo han retuiteado varios famosos con centenares de miles de seguidores y ya está en la portada de varios periódicos digitales. Tiene un crecimiento brutal. Tiene pinta de convertirse en el vídeo más viral de los últimos meses. Corre como la pólvora en la Red. No solo el vídeo, que es una bomba mediática, sino el documento… César… Ella se expone al cien por cien… Sale follando, humillada, ridiculizada… Se ofrece a favor de que otras no sufran y lleguen a tiempo de frenar el maltrato. ¿No lo entiendes? Es una heroína.
César estaba tumbado boca abajo sobre la cama con el teléfono al lado en modo altavoz. Tenía la cara hundida en las sábanas. Casi podía verlo: ahora era capaz de reconocer en ese maquillaje la mano de Ana, una maquilladora de cine y publicidad a la que los dos conocían; la luz y la estética de David, un realizador amigo con el que Lucía había trabajado en varias campañas; y el contacto de varias personas con suficiente eco social como para hacer de su revolución algo impactante. Había puesto a trabajar a su mejor equipo. ¿Para hundirlo a él o para salvar a otros? Reparó de nuevo en que su nombre no aparecía por ningún lado.
—Hija de puta.
—¿Qué dices? No te escucho bien.
—¡Digo: hija de la gran puta! —César gritó como si le estuvieran arrancando las uñas de las manos.
—¿Hija de puta, dices? Va a arrasar en la Red. Lo está quemando todo. Su generosidad al mostrar su dolor, su desnudez en carne viva… ¡No podemos pararlo! Es de una viralidad salvaje. Podríamos apagar unos cuantos fuegos, pero no el incendio.
—¡Voy a acabar con ella! ¡Maldita zorra! —volvió a gritar él como un niño que patalea sabiendo que no logrará nada de lo que pretende.
—Escúchame, céntrate. Aquí no acaba la cosa. Ahora mismo, todo el país se pregunta quién es ella. Insisto en que en la prensa y en las redes es la heroína. Si tú estás detrás de esto, es cuestión de tiempo que la prensa te encuentre. Podremos contabilizarlo más claramente en unos días, pero por su multiplicación en las redes sociales serán miles de reproducciones y ya sabes cómo funciona esto: no dejará de subir. Es exponencial… No podemos pararlo.
—¡Páralo te he dicho! —La razón de César no lograba retomar el control. El pánico se había adueñado de él y su mente enferma.
—El hashtag #noacabarasconmigo inunda las redes. Mucha gente, mujeres y hombres, ha empezado a enviar mensajes y se ha generado un movimiento espontáneo que alimenta el vídeo, la reproducción del documento. ¡Es un fenómeno mediático! Escriben mensajes como: «No soy una puta. #noacabarasconmigo», «No soy una víctima. #noacabarasconmigo» o «No soy gorda, no soy fea, no soy débil…». La gente se hace fotos y las envía con la frase del vídeo «Hay heridas que no se ven». César, tenemos que pensar en la reacción, con esto ya no podemos hacer nada.
—¿Dónde está?
—¿Que dónde está? ¡Despierta de una vez, cojones! —El abogado mostró por completo su estado de estrés—. ¡Dónde no está! Escucha, porque no te lo volveré a repetir: está en las portadas de todos los periódicos nacionales en formato digital, en decenas de webs… Está generando debate, lucha, denuncia. Es un call to action en toda regla y lo más visto dentro de tu propia red social.
—¡He dicho que lo pares! —César ya no podía salir de ese bucle. Su mente se había enredado hasta hacer de todas sus ideas un nudo imposible de desatar.
—Argumentando, ¿qué? —contestó agotado su consejero—. ¿Que una mujer que se expone hasta la propia humillación a favor de otros tiene que ser silenciada? ¿Que una mujer maltratada, que no da nombres, que no muestra ansias de venganza y que quiere alentar la denuncia de otras víctimas debe ser amordazada? Ella —el abogado parecía deletrear las palabras— no hace nada malo. Es la mujer más apoyada en este país esta mañana. Varios fans ya han subtitulado el vídeo en inglés y es cuestión de días que alcance relevancia internacional. El vídeo es la hostia, César. #noacabarasconmigo es trending topic desde hace cinco horas y no se mueve.
—… aparece herida y acaba limpia —susurró César al otro lado de la línea—. Limpia sus propias heridas para mostrarse nueva, renacida, victoriosa…
César interrumpió la conversación un minuto para atender una llamada entrante. En la pantalla de su móvil parpadeaba un nombre con el que no podía lidiar. Entendió que esa llamada sería la primera de todo un entorno social que le daría la espalda. Resignado y completamente hundido, respondió:
—Hola, mamá.
—César, hijo, ¿qué has hecho?