Yo no me he tapado los oídos. En cambio, todos ellos se los taparon, y sólo yo no me los he tapado, y por eso soy el único que lo ha oído todo. Además, yo, no me puse una venda en los ojos, como hicieron todos ellos. Y por eso yo lo vi todo. Sí, sólo yo lo oí todo y lo vi todo. Pero desgraciadamente, no comprendí nada, y es por lo que, de hecho, ignoro qué valor atribuir a eso que he sido el único en ver y oír. Ni siquiera pude retener lo que había visto y oído. Recuerdos fragmentarios, retazos y sonidos carentes de sentido. Un conductor de tranvía pasó corriendo y, tras él, una dama anciana con una injuria en los labios. Alguien dijo: «… probablemente bajo el sofá…» Una joven judía desnuda separa las piernas y vierte una taza de leche sobre sus órganos genitales. La leche gotea en un plato hondo. Del plato, la leche es trasvasada de nuevo a la taza y me la ofrece a beber. Bebo; la leche huele a queso… La joven judía desnuda está sentada ante mí, abierta de piernas, sus órganos genitales están embadurnados de leche. Ella se inclina hacia delante y observa sus órganos genitales. De sus órganos genitales comienza a fluir un líquido transparente y espeso… Atravieso un patio bastante grande y sombrío. En ese patio, hay altos montones de madera cortada. De detrás de la madera asoma un rostro. Ya sé: es Limonin que me vigila. Acecha si no iré a casa de su mujer. Tuerzo a la derecha y desemboco en la calle por la puerta de entrada. De la puerta cochera asoma el rostro feliz de Limonin… La mujer de Limonin me propone vodka. Bebo cuatro vasos, me como unas sardinas y comienzo a pensar en la joven judía desnuda. La mujer de Limonin reposa su cabeza sobre mis rodillas. Yo aún bebo un vaso y enciendo mi pipa. «Estás triste hoy», me dice la mujer de Limonin. Le contesto con una simpleza y regreso a la joven judía.
[1940]