A PROPÓSITO DE NUESTROS HUÉSPEDES

Nuestros huéspedes son todos diferentes: hay uno, por ejemplo, que tiene una de esas caras… Sería difícil inventar una peor. Y también hay una dama que viene a nuestra casa, de la cual, sería sencilla y completamente ridículo decir a qué se parece. También hay un poeta que viene por aquí: una cabellera monstruosa, y siempre inquieto. ¡Para partirse de risa! Y, además, también hay un ingeniero que aparece por aquí, el cual, en una ocasión, encontró una porquería en su té. Y cuando estos huéspedes ya llevan un buen rato en casa, los pongo sencillamente de patitas en la calle. Eso es todo.

Cuando veo a alguien, tengo ganas de golpearle en los morros. ¡Es magnífico golpearle a alguien en los morros! Estoy sentado en mi habitación y no hago nada.

Alguien viene a visitarme; llama a la puerta. Digo: «¡Entre!» Él entra y dice: «¡Buenos días! ¡Qué suerte encontrarte en casa!» Y yo, ¡pimpampum! en los morros, y todavía una patada en el perineo. Un dolor espantoso hace caer a mi huésped del revés. ¡Y yo le aplasto los ojos a patadas! ¡No tienes nada que hacer aquí, digo, cuando nadie te ha invitado!

O de esta otra manera: le propongo a mi huésped una taza de té. El huésped acepta, se sienta a la mesa y bebe su té mientras cuenta algo. Pongo cara de que le escucho con un gran interés, le muestro aquiescencia con la cabeza, suelto una exclamación, pongo ojos de incredulidad y bromeo. El huésped, halagado por mi atención, se embala cada vez más.

Entonces, le derramo encima una taza llena y le rocío los morros con agua hirviendo. El huésped da un brinco y se agarra la cara con las manos. Y yo le digo: «Ya no hay virtud en mi alma. ¡Lárgate!» Y le echo fuera.

[1939-1940]