Es cruel envenenar a los niños. Pero algo hay que hacer.

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Yo sólo respeto a las mujeres jóvenes, sanas y gordas. Los demás representantes del género humano sólo despiertan sospechas en mí.

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A las viejas imbuidas de razonables pensamientos, habría que cogerlas a lazo.

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Cualquier pensamiento razonable suscita en mi un sentimiento de desagrado.

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¿Y qué con las flores? Entre las piernas de la mujer, el olor es sensiblemente mejor. En los dos casos, es naturaleza; por eso mis palabras no pueden sorprender a nadie.

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No me gustan los niños, ni los viejos, ni las viejas ni las personas mayores razonables.