Me dieron una bofetada.
Yo estaba sentado cerca de la ventana. Repentinamente, alguien silbó en la calle. Me asomé a la ventana y recibí una bofetada. Me eché hacia atrás para esconderme en la casa.
Y ahora, tengo la mejilla ardiendo, como se decía antaño, por un indeleble oprobio. Sólo había sentido este dolor de la ofensa en el pasado. Y eso había ocurrido así: una hermosa dama, la hija ilegítima de un rey, me había regalado un espléndido cuaderno. Fue para mí una verdadera fiesta: ¡aquel cuaderno era tan bello! Me senté y me puse inmediatamente a escribir versos. Pero cuando aquella dama, la hija ilegítima del rey, se dio cuenta de que yo escribía borradores en el cuaderno, dijo: «Si supiese que ibais a escribir ahí vuestros borradores sin talento, nunca os hubiera regalado ese cuaderno. Creí, en efecto, que os serviría para anotar las frases inteligentes y útiles sacadas de vuestras distintas lecturas».
Arranqué las hojas que había rellenado y le devolví el cuaderno a la dama.
Y ya veis, ahora, cuando me dieron esa bofetada a través de la ventana, tuve el mismo sentimiento que había experimentado al devolverle a la dama su espléndido cuaderno.
12 de oct. 1938