ARTÍCULO

El emperador Aleksandr Wilberdatt tuvo razón al vallar un espacio aparte para los niños y sus madres donde debían permanecer acantonados. A las mujeres embarazadas también se las colocaba allí, detrás de la valla, de manera que no pudiesen ofender la vista de la tranquila población debido a su aspecto innoble.

El gran emperador Aleksandr Wilberdatt comprendía la naturaleza profunda de los niños tanto como el pintor flamenco Teniers, sabía que los niños son en el mejor de los casos pequeños ancianos crueles y caprichosos. La inclinación por los niños es casi la misma que la inclinación por los fetos, y la inclinación por los fetos es casi la misma que la inclinación por los excrementos.

Resulta poco razonable vanagloriarse: «Soy un hombre bueno porque me gustan los fetos o me gusta defecar». Y es igualmente poco razonable vanagloriarse: «Soy un hombre bueno porque me gustan los niños.»

El gran emperador Aleksandr Wilberdatt, ante la visión de un niño, comenzaba inmediatamente a vomitar, lo que no le impedía en modo alguno ser un hombre excelente. Conocí a una dama que se decía dispuesta a pasar la noche en una cuadra, en un establo con los cerdos, en una madriguera de zorro, o en cualquier otro lugar, salvo allí donde huele a un niño. Sí, verdaderamente, es el olor más infecto que existe, y aún diré más: el más ofensivo.

La presencia de niños es ofensiva para un adulto. Así, en la época del gran emperador Aleksandr Wilberdatt mostrarle un niño a un adulto era considerado como la ofensa suprema. Era más grave que escupir al rostro de alguien y alcanzarle para colmo, digamos, en la nariz. Era costumbre retarse a un duelo sangriento por «ofensa de niño».

[1936-1938]