I
Un día, llegué a las «Ediciones del Estado» y me encontré allí con Evgueni Lvovich Schwartz, que, como siempre, estaba mal vestido aunque con pretenciosidad.
Al verme, Schwartz comenzó a burlarse, y como siempre, con poco éxito.
Yo me burlé con mucho más acierto y pronto puse a Schwartz contra las cuerdas en el plano intelectual.
Todos los que me rodeaban envidiaban mi agudeza, pero no tomaron medidas, pues se partían literalmente de risa. Sobre todo se partían de risa Nina Vladimirovna Guernet y David Efimych Rajmilovich, el cual, porque encontraba que así sonaba mejor, se hacía llamar Lujin.
Viendo que era mejor no bromear conmigo, Schwartz comenzó a bajar los humos y, finalmente, tras cubrirme de insultos, dijo que en Tiflis todo el mundo conoce a Zabolotski, mientras que a mí no me conocía nadie. Aquello me sacó de quicio, y le dije que yo era más histórico que Schwartz y Zabolotski, que dejaría una huella luminosa en la historia, mientras que ellos pronto serían pasto del olvido.
Al sentir mi grandeza y mi enorme peso a nivel mundial, Schwartz se estremeció y me invitó a comer con él.
II
Decidí vérmelas con toda una pandilla, cosa que hago. Comenzaré por Valentina Efimovna.
Esta persona privada de cualidades domésticas nos invita a su casa y, en vez y lugar de alimento, nos sirve una especie de cosa completamente agria. Me gusta la buena mesa y algo sé sobre lo qué es comer bien. ¡No será a mí a quien le hagan tragar una comida agria! A veces voy incluso al restaurante para ver qué comida se sirve. No soporto que alguien no tenga en cuenta esa particularidad de mi carácter.
Ahora, pasaré a Leonid Savielievich Lipavski. Él no siente el menor asomo de vergüenza mientras me dice a la cara que mensualmente se le ocurren diez ideas.
En primer lugar, miente. No se le ocurren diez, sino menos.
Y en segundo lugar, a mí se me ocurren más. No he contado cuántas se me ocurren al mes, pero seguro que más que a él.
Ahora, aún diré algo sobre Tamara Aleksandrovna. Esta mujer se atiborra de té y se hace la mosquita muerta. De ese modo sabe de esto y aquello, es más inteligente que cualquiera, e incluso más interesante que Tusia.
¡Todo eso son tonterías! Yo conozco a las mujeres mejor que nadie y soy capaz de decir de una mujer vestida a qué se parece cuando está desnuda.
Tamara Aleksandrovna piensa demasiado en sí misma. El amor propio no sólo es un pecado, sino también un defecto. Es muy bonito hincharse de té. Mira a tu alrededor. Quizá haya personas más inteligentes.
Fíjate en mí, por ejemplo, yo no voy por ahí diciéndole a todo el mundo que tengo una inteligencia colosal. Yo reúno en mí todos los dones para poder considerarme un gran hombre. Y eso es, por lo demás, lo que hago.
Por eso me resulta vejatorio, y hasta doloroso, encontrarme entre gente que no me llega ni a la suela de los zapatos en cuanto a inteligencia, perspicacia y talento, y no siente por mí el debido respeto.
¿Por qué, por qué seré el mejor?
III
Ahora lo comprendo todo: Leonid Savielievich es alemán. Incluso tiene costumbres alemanas. Mirad cómo come. ¡Alemán de pura cepa! Hasta por sus piernas se ve que es alemán.
Sin vanagloriarme de ello, puedo decir que soy muy agudo y observador.
Por ejemplo: si cogiéramos a Leonid Savielievich, Yuri Berzin y Wolf Ehrlich y los pusiéramos uno al lado del otro en una acera, podríamos decir: «a cada cual más pequeño». En mi opinión, eso es agudo porque es moderadamente gracioso.
Pero de todas formas, ¡Leonid Savielievich es un auténtico alemán! Se lo diré sin falta la próxima vez que nos veamos. Yo no me considero alguien especialmente listo, aunque de todos modos debo decir que soy más listo que nadie. Es posible que en Marte haya alguien más listo que yo, pero en la tierra, no, por lo que sé.
Fijaos en Oleinikov, de quien se dice que es muy inteligente. En mi opinión, es inteligente, pero no mucho. Descubrió, por ejemplo, que si escribimos un ó y le damos la vuelta, obtenemos un 9. En mi opinión eso no es inteligente.
Leonid Savielievich tiene toda la razón cuando dice que la inteligencia es la dignidad del hombre. Sin inteligencia, pues, no hay dignidad.
Yakov Semionovich, al contrario que Leonid Savielievich dice que la inteligencia es la debilidad del hombre. Yo creo que eso es ya una paradoja. ¿Por qué la inteligencia sería una debilidad? ¡De eso nada! Es más bien fuerza. Eso es lo que yo pienso.
A menudo nos reunimos en casa de Leonid Savielievich y hablamos de esto.
Si se entabla una discusión, siempre salgo ganando. Yo mismo ignoro por qué.
No comprendo por qué todos me miran con asombro. Haga lo que haga, todos consideran que es asombroso.
Y sin embargo, ni siquiera me esfuerzo. Todo ocurre naturalmente.
En cierta ocasión, Zabolotski dijo que yo estaba hecho para gobernar esferas. Seguramente bromeaba. Jamás se me ocurrió algo así.
En la «Unión de Escritores», no sé por qué, me consideran un ángel.
¡Escuchad, amigos míos! No está bien que me reverenciéis de esa manera. Yo soy como todos vosotros, sólo que mejor.
IV
Una vez escuché la siguiente expresión: «¡Atrapa el instante!»
Es fácil de decir, pero difícil de hacer. Yo creo que esta expresión carece de sentido. Y además, no hay que incitar a la gente a hacer lo imposible.
Lo digo con una total seguridad, pues yo mismo lo he experimentado. Intenté atrapar el instante, pero no dio resultado y lo único que conseguí fue romper mi reloj. Ahora sé que eso es imposible.
Igual de imposible es «atrapar la época», porque se trata de un instante del mismo tipo, pero un poco más grande.
Otra cosa es decir: «Registra lo que pasa en este instante». Eso ya es otra cuestión.
Por ejemplo: ¡uno, dos, tres! ¡No ha pasado nada! Ya veis, registré un instante en el que no ocurrió nada.
Se lo dije a Zabolotski. Eso le gustó mucho y se pasó todo el día contando: uno, dos, tres, y comprobando que no ocurría nada.
Schwartz encontró a Zabolotski entregado a esa tarea. Y también Schwartz acabó interesándose por tan original método de registrar lo que ocurre en nuestra época, pues una época se compone de muchos instantes.
Pero quisiera llamar la atención sobre el hecho de que el creador de este método, una vez más, soy yo. ¡Siempre yo! ¡Por todas partes: yo! ¡Esto es sencillamente asombroso! ¡Lo que los demás hacen con esfuerzo, yo lo hago con facilidad!
Hasta sé volar. Pero no voy a hablar de eso, porque de todas formas nadie me creería.
V
Cuando dos personas juegan al ajedrez, me parece que siempre hay una que engaña a la otra. Sobre todo si juegan por dinero.
En general, me disgustan los juegos donde se apuesta dinero. Prohíbo que se juegue en mi presencia.
A los apasionados de las cartas, los ejecutaría. Es el método más eficaz de lucha contra los juegos de azar.
En vez de jugar a las cartas, harían mejor en reunirse para darse lecciones de moral.
Pero de hecho, eso de las lecciones de moral es aburrido. Es más interesante cortejar a las mujeres.
Las mujeres siempre me han interesado. Siempre me turbaron las piernas femeninas, sobre todo por encima de la rodilla.
Muchos piensan que las mujeres son seres viciosos. ¡De ninguna manera! Yo, al contrario, considero que son muy agradables por ciertas partes.
¡Una mujer joven y regordeta! ¿En qué puede ser viciosa? ¡Eso es totalmente falso!
Los niños sí que son otra cosa. Se dice de ellos que son criaturas inocentes. Pero yo creo que aunque sean inocentes, no por eso dejan de ser menos abominables, sobre todo cuando bailan. Yo me marcho siempre de allí donde hay niños.
A Leonid Savielievich tampoco le gustan los niños. Yo fui quien le sugirió esos pensamientos.
Por lo general, todo lo que dice Leonid Savielievich yo lo dije antes.
Y no sólo Leonid Savielievich. Todos se alegran de poder captar aunque nada más sean retazos de mis pensamientos. Y eso hasta me parece divertido.
Ayer, por ejemplo, Oleinikov se acercó a mi casa para decirme que estaba completamente enmarañado en sus querellas existenciales. Le di algunos consejos antes de que se fuera. Gracias a mí, se marchó feliz y de muy buen humor.
Las gentes ven en mí un apoyo, repiten mis palabras, se sorprenden de mis actos, pero no me pagan por eso. ¡Cretinos! Traedme un poco más de dinero y veréis qué feliz me hará eso.
VI
Ahora, os diré algunas palabras acerca de Aleksandr Ivanovich.
Es charlatán y jugador. Pero la razón por la que lo aprecio es por serme muy servicial.
Día y noche, vela cerca de mí esperando la más mínima insinuación de mi parte para cumplir mis órdenes Me basta con insinuarlo, y Aleksandr Ivanovich vuela como el viento para cumplir mi voluntad.
Así que le compré unos zapatos y le dije: «¡Toma, póntelos!» Y se los puso.
Cuando Aleksandr Ivanovich viene a las «Ediciones del Estado», todo el mundo bromea y dice que ha venido a pedir dinero.
Konstantin Ignatievich Drovatski se esconde bajo la mesa. Digo esto en un sentido alegórico.
A Aleksandr Ivanovich lo que más le gusta son los macarrones. Siempre los come con pan rallado y es capaz de comerse casi un kilo, y puede que mucho más.
Después de comerse los macarrones, Aleksandr Ivanovich dice que le entran náuseas y se tumba en el sofá. A veces, vomita los macarrones.
Aleksandr Ivanovich no come carne y no le gustan las mujeres. Aunque a veces, le gustan. Y hasta podríamos decir que le gustan con frecuencia.
Pero como las mujeres que le gustan a Aleksandr Ivanovich son todas feas, para mi gusto, vamos a considerar que no son ni mujeres.
Todo lo que yo digo es cierto.
No le aconsejaría a nadie que discuta conmigo: quedará como un cretino, porque yo siempre tengo la última palabra.
Y usted tampoco es rival para medirse conmigo. Otros mejores lo intentaron. ¡Y los tumbé a todos! Aunque parezca que no sé ni hablar, una vez que empiezo ya no hay quien me pare.
Un día, comencé a hablar en casa de los Lipavski, ¡y me pasé! ¡Los maté de tanto hablar! Después, fui a casa de los Zabolotski, y también ahí acabé aturdiendo a todo el mundo. Más tarde fui a casa de los Schwartz, y también ahí los harté a todos. Finalmente, regresé a mi casa y allí aún me pasé hablando la mitad de la noche.
[1933-1934]