69. Vado reseco
Érase una vez que vivía un hombre que era Montero de Su Majestad. Fue enviado por la Corte a una cacería a la provincia de Ise, al otro lado de la aduana y puerto montañoso llamado el Paso de Ósaka, palabra ésta que significa Montamor.
La madre de la princesa que servía en el Santuario de Ise como Virgen Sacerdotisa, le mandó decir a ésta: «Tienes que recibir a este hombre mejor que a cualquier otro.» Como era el deseo de su madre, la joven le agasajó cuanto pudo. Por la mañana ayudó personalmente a los preparativos de la caza, y por la tarde dio alojamiento al Montero Imperial en su propio palacio. Hasta ahí llegó en sus atenciones.
Al anochecer del segundo día, el hombre le dijo: «Quiero verte como sea.» La joven también quería hablar con él en privado, pero como había ojos indiscretos, desistió de ello. Siendo nuestro hombre el jefe de los enviados, su aposento no estaba muy separado del de ella. Por eso, una vez que ella se aseguró que todos dormían apaciblemente, fue al aposento de nuestro hombre pasada la medianoche. Él tampoco podía dormir, y estaba echado, mirando la noche, cuando advirtió a la pálida luz de la luna que ella estaba fuera en pie, acompañada de una doncella niña.{*} Lleno de gozo le dijo: «Entra a donde estoy acostado.» Entró y estuvieron hablando desde las doce hasta las tres de la madrugada, hora en que ella se volvió sin haberle declarado sus sentimientos. El hombre, entristecido, pasó el resto de la noche sin dormir.
A la mañana siguiente seguía pensando en ella, pero decidió que no convenía enviarle mensaje alguno a través de sus vasallos, y optó por esperar. Ya entrada la mañana, le llegó de ella el siguiente cantar, sin más mensaje:
¿Viniste tú a mí?
¿O fui yo a tu vera?
Yo no lo sé.
¿Sueño? ¿Realidad?
¿Dormida? ¿Despierta?
El hombre empezó a llorar y compuso:
Con sombra en el alma
y llanto en los ojos,
¿podré saberlo?
Dímelo esta noche,
si fue sueño o no.
Le envió a ella este poema, y salió de cacería. Y andaba por los campos, pero su corazón estaba ausente, y no hacía sino repetirse: «Esta noche sí que nos veremos, y cuanto antes.»
Pero he aquí que el Gobernador de la provincia, y también encargado del Santuario, sabiendo que habían venido los Monteros de Su Majestad, les quiso obsequiar con una fiesta de despedida, y estuvieron bebiendo toda la noche, con lo que nuestro hombre tampoco pudo verla.
A la mañana él tenía ya que partir para la provincia de Ouari. Así que, derramando lágrimas de sangre, tuvo que desistir de conseguirla. Cuando ya clareaba la mañana, le llegó a su aposento, de parte de la Virgen Sacerdotisa, un regalo de despedida: una copa con su pedestal, en el cual estaba escrito:
Lo nuestro fue un vado
que un hombre cruzó
¡ay! sin mojarse…
Faltaban los dos últimos versos. Nuestro hombre entonces cogió una brasa de una antorcha y escribió sobre el pedestal, completando el poema:
Cruzaré otra vez
Paso Montamor.
Y a la mañana partió para la provincia de Ouari.
Durante el reinado del emperador Séiua, que está enterrado en Minó, en la Capital, era Sacerdotisa de Ise la hija del emperador Montoku, y hermana menor del príncipe Koretaka.
70. Ajomate
Una vez nuestro hombre, volviendo de su misión como Montero de Su Majestad, se detuvo en la posada del puerto de Oiodo, y a una doncellita que servía a la Virgen de Ise le dirigió el siguiente cantar:
¿Por dónde pudiera
pescar ajomates?
Con la garrocha
señálame el sitio,
barca de los mares.
71. Las tapias del templo
Una vez nuestro hombre había ido al palacio de la Virgen de Ise como enviado imperial. Estando allí, una mujer que servía en el Santuario, y a la que le gustaba el amor le dijo al pasar:
Estoy por saltar
las tapias del templo
de Dios potente,
con ganas de ver
al gran palaciego.
Él le contestó:
Si sientes impulsos,
anda y ven a verme,
que Dios potente
no veda en su ley
el poder quererse.
72. Ella es pino
Sucedió que nuestro hombre encontraba difícil verse otra vez con una mujer en la provincia de Ise. Con que se enfadó con ella y le dijo que se iba a otra provincia. La mujer le contestó:
Los pinos de Oiodo
no les hacen daño,
pero las olas
con despecho fiero
se van retirando.
73. Ella es casia
Una vez nuestro hombre sabía dónde estaba ella, pero no le era lícito ni enviarle cartas. Dijo él en soledad:
A la casia inmensa
que crece en la luna
yo te comparo,
que aunque yo te vea,
no te toco nunca.
74. Sierras y rocas
Una vez un hombre se impacientaba amargamente contra una mujer y dijo:
No hay ninguna sierra
que haya que cruzar
trepando rocas,
pero no nos vemos…
¡Y mi amor aguanta!
75. Algas y almejas
Una vez un hombre le dijo a una mujer: «¿Por qué no vivimos juntos en Ise?» Ella replicó:
Las playas de Oiodo
crían algas verdes.
Yo me conformo
con verte de lejos
sin que salga a verte.
Esto le pareció a él el colmo de la frialdad, y respondió:
¿Se va a quedar todo
en ver algas verdes?
Para cogerlas
se mojan los hombres.
Verte, no. ¡Comerte!
Ella:
Si te sabe a poco
ver algas verdejas,
ya la marea,
que sube y que baja,
traerá una almeja.
Él:
Mi ropa exprimía,
empapada en llanto.
Lo que salía
era tu dureza
que iba goteando.
En verdad era una mujer difícil de conseguir.